Material: palabras, frases, fragmentos, imágenes, metáforas de
Humus de Raul Brandão,
Regla: libertades, libertad.
Patios de losas soalzadas por el único
esfuerzo de la hierba: el castillo —
la escalera, la torre, la puerta,
la plaza.
Todo esto flota debajo
de agua, debajo de agua.
— ¿Oyes
el grito de los muertos?
La piedra abre la estela de oro incesante,
sólo el agua habla en los agujeros.
Son palabras pronunciadas con miedo de posar,
una tarde que viniese en la punta de los pies, el sonido
despacio de una
mariposa.
—La muerte no tiene
sólo seis letras. Como la claridad en el agua
para entontecerme,
a cantería labrada:
con un pueblo de estatuas encima,
con un pueblo de muertos debajo.
Primaveras extasiadas, espacios negros, flores desmedidas
— todos los días en vano repelemos los muertos.
Hay que crear palabras, sonidos, palabras
vivas, obscuras, terribles.
Un candil viene de mano de mujer
en mano de mujer, se inclina
sobre una grandeza.
Aumenta.
— ¿Quién grita?
Sólo el agua habla en los agujeros.
Nos tocamos todos como los árboles de un bosque
En el interior de la tierra. Somos
un reflejo de los muertos, el mundo
no es real. Para poder con esto y no morir de asombro
— las palabras, palabras.
La luna de coral sube
en el silencio, por detrás
de la montaña en hueso. Es el silencio.
El silencio y lo que se crea en el silencio.
Y lo que se remueve en el silencio.
Es una voz.
La muerte.
— En las tardes amodorradas encontré
un árbol en pie, del tamaño
de un edificio. Los árboles
atraviesan el invierno, resucitan.
Son las primaveras sucesivas, delicadas, las primaveras
frenéticas. Las primeras primaveras.
Primaveras que atingen el auge en los muertos.
Cierro los ojos: hay otra cosa enorme.
Detrás de este pueblo hay otro pueblo más grande, otra
imagen más grande. Hay palabras
que hay que hundir pronto en otras
palabras.
— Una vida monstruosa.
Cuando hablo hay ahí otra cosa cuando
me callo.
Otra figura más grande.
Cierro los ojos: veo venir los gestos. El asombro
recamado de mundos camina
apresuradamente.
— Siento los muertos.
La tierra se remueve. Desde más lejos
viene un ímpetu. Se pone en camino el inmenso
bosque empodrecido. Se oye
el dolor de los árboles. Se siente el dolor
de los seres
vegetativos,
al tener que apresurar su
vida lenta. Se ha puesto en camino
un remover de tiniebla. Y no tardan
las dispersas primaveras,
una detrás de otra.
Pasa por el mundo el extraño vendaval. Los muertos
empujan a los vivos.
Y el tumulto,
el peso del asombro, las fuerzas
monstruosas y ciegas. La piedra espera todavía
dar flor, el sonido
tiene un peso, hay almas embrionarias.
—Todo esto se hizo por el lado de dentro,
todo esto creció por el lado de dentro.
Se acrecentó al tiempo un alto
relieve olvidado.
El tiempo.
Se acrecentó un pórtico a los pórticos,
una azotea a las azoteas. Y un friso
fantástico con una ciudad incompleta.
Aquí la nave alcanza alturas
incoherentes: el tiempo.
¿Oyes el grito de los muertos?
— El tiempo.
Hay que crear palabras, sonidos, palabras
vivas, obscuras, terribles.
Hay que crear los murtos por la fuerza
magnética de las palabras.
A través de la paciencia,
el esfuerzo del hombre tiende a
la creación de los muertos.
Detrás de la inmovilidad, horas verdes
caen de espacio a espacio
— gotas de agua en el fondo de un subterráneo.
Y alrededor un círculo de montañas atentas.
En lo alto de la noche cóncava y branca,
una camelia helada. Y meten los árboles
al interior
la pintura y los ramos.
Absorción
dolorosa, diamante pulido, vegetación
criptogámica.
— El tiempo.
Y el cielo. Nos basta el nombre para lidiar
con él.
El cielo.
Una mancha que se entraña
en otra mancha.
—El agua tiene un sonido.
Mar inagotable que se desliza por el silencio.
Pongo el oído para escuchar en encuentro del mundo:
me oigo hacia adentro. Apenas puedo
dar en el mundo un paso
sin temblar: me siento
columpiado en un sueño inmenso, ando
de puntillas.
Y estoy sólo y la noche.
Hay palabras que requieren una pausa y silencio.
El lento despertar de las voces sumergidas: una tiniebla
viva, un agujero de tiniebla.
Imaginen
esto, imaginen
al tendero en debate con la vida subterránea,
al tendero deparándose con un alma espléndida,
y luego otro asombro.
Y detrás de este asombro hay otro asombro.
Pasos apresurados dentro de las propias almas.
La piedra abre la estela de oro incesante.
Manos ávidas palpan sedas amarillas,
y pregunto,
preguntas, preguntan.
Oh, palabras no, porque todo está vivo:
el asombro, el esplendor, el éxtasis,
el crimen.
Noche encalada con una mancha roja
de polo a polo, catástrofes
boreales, estrellas en el caos, terrores
eléctricos.
— ¿Oyes el grito de los muertos?
También yo he atravesado el infierno.
Llegaba
a oír el contacto de las arañas devorándose
en el fondo. Mi horrible pensamiento a duras penas
contenía el tumulto de los muertos.
Hay días en que el cielo y el infierno esperan
y desesperan. Viejos tenderos
se miran a sí mismos con terror.
Una cosa desproporcionada
se levanta
y se acuesta
con nosotros.
— Son otros muertos más.
Mira tú el árbol: una capa de flor — un grito,
otra capa de flor —otro grito.
Bajo el fluido eléctrico, el patio
trasnocha. Hasta la oscuridad se eriza. Hay diálogos
formidables en la oscuridad.
En esta primavera hay dos primaveras — perfume,
ferocidad. Torbellino azul sin nombre.
El sueño irrumpe como pinchos de cactus, pélago
desordenado.
— Yo soy el árbol y el cielo,
formo parte del asombro, vivo y muero.
Llega la noche. Los cielos nocturnos parecen
haberse helado en azul. Llega la noche,
y con la noche me interrogo: — ¿Existe?
Lo que existe es monstruoso.
Detrás de mí hay una cosa
que aterra.
— ¿Oyes el grito de los muertos?
Respiro. Es una atmosfera
de reticencias. La parte de dentro es la que está
viva. Respiro.
—La belleza no existe.
Herberto Hélder (Funchal, 1930-Cascais, 2015)
Versión de Raquel Madrigal Martínez
La división del poema es obra de la comparecencia infinita
/
Húmus
*
Material: palavras, frases, fragmentos, imagens, metáforas do
Húmus de Raul Brandão,
Regra: liberdades, liberdade.
Pátios de lajes soerguidas pelo único
esforço da erva: o castelo —
a escada, a torre, a porta,
a praça.
Tudo isto flutua debaixo
de água, debaixo de água.
— Ouves
o grito dos mortos?
A pedra abre a cauda de ouro incessante,
só a água fala nos buracos.
São palavras pronunciadas com medo de pousar,
uma tarde que viesse na ponta dos pés, o som
devagar de uma
borboleta.
—A morte não tem
só cinco letras. Como a claridade na água
para me entontecer,
a cantaria lavrada:
com um povo de estátuas em cima,
com um povo de mortos em baixo.
Primaveras extasiadas, espaços negros, flores desmedidas
— todos os dias debalde repelimos os mortos.
É preciso criar palavras, sons, palavras
vivas, obscuras, terríveis.
Uma candeia vem de mão de mulher
em mão de mulher, debruça-se
sobre uma grandeza.
Aumenta.
— Quem grita?
Só a água fala nos buracos.
Tocamo-nos todos como as árvores de uma floresta
no interior da terra. Somos
um reflexo dos mortos, o mundo
não é real. Para poder com isto e não morrer de espanto
— as palavras, palavras.
A lua de coral sobe
no silêncio, por trás
da montanha em osso. É o silêncio.
O silêncio e o que se cria no silêncio.
E o que remexe no silêncio.
É uma voz.
A morte.
— Nas tardes estonteadas encontrei
uma árvore de pé, do tamanho
de um prédio. As árvores
atravessam o inverno, ressuscitam.
São as primaveras sucessivas, delicadas, as primaveras
frenéticas. As primeiras primaveras.
Primaveras que atingem o auge nos mortos.
Fecho os olhos: há outra coisa enorme.
Atrás desta vila há outra vila maior, outra
imagem maior. Há palavras
que é preciso afundar logo noutras
palavras.
— Uma vida monstruosa.
Quando falo está ali outra coisa quando
me calo.
Outra figura maior.
Fecho os olhos: vejo virem os gestos. O espanto
recamado de mundos caminha
desabaladamente.
— Sinto os mortos.
Aterra remexe. De mais longe
vem um ímpeto. Põe-se a caminho a imensa
floresta apodrecida. Ouve-se
a dor das árvores. Sente-se a dor
dos seres
vegetativos,
ao terem de apressar a sua
vida lenta. Pôs-se a caminho
um remexer de treva. E não tardam
as dispersas primaveras,
uma atrás da outra.
Passa no mundo a estranha ventania. Os mortos
empurram os vivos.
E o tumulto,
o peso do espanto, as forças
monstruosas e cegas. Apedra espera ainda
dar flor, o som
tem um peso, há almas embrionárias.
—Tudo isto se fez pelo lado de dentro,
tudo isto cresceu pelo lado de dentro.
Acrescentou-se o tempo um alto
relevo esquecido.
O tempo.
Acrescentou-se um pórtico aos pórticos,
um terraço aos terraços. E um friso
fantástico com uma cidade incompleta.
Aqui a nave atinge alturas
desconexas: o tempo.
Ouves o grito dos mortos?
— O tempo.
É preciso criar palavras, sons, palavras
vivas, obscuras, terríveis.
É preciso criar os mortos pela força
magnética das palavras.
Através da paciência,
o esforço do homem tende para
a criação dos mortos.
Por trás da imobilidade, horas verdes
caem de espaço a espaço
— gotas de água no fundo de um subterrâneo.
E em volta um círculo de montanhas atentas.
No alto da noite côncava e branca,
uma camélia gelada. E metem as árvores
para o interior
a tinta e os ramos.
Absorção
dolorosa, diamante polido, vegetação
criptogâmica.
— O tempo.
E o céu. Basta-nos o nome para lidar
com ele.
O céu.
Uma nódoa que se entranha
noutra nódoa.
—A água tem um som.
Mar inesgotável que desliza no silêncio.
Ponho o ouvido à escuta de encontro ao mundo:
ouço-me para dentro. Mal posso
dar no mundo um passo
sem tremer: sinto-me
balouçado num sonho imenso, ando
nas pontas dos pés.
E estou só e a noite.
Há palavras que requerem uma pausa e silêncio.
O lento acordar das vozes submersas: uma treva
viva, um buraco de treva.
Imaginem
isto, imaginem
o lojista em debate com a vida subterrânea,
o lojista deparando com uma alma esplêndida,
e depois outro assombro.
E atrás deste assombro há outro assombro.
Passos apressados dentro das próprias almas.
A pedra abre a cauda de ouro incessante.
Mãos sôfregas palpam sedas amarelas,
e pergunto,
perguntas, perguntam.
Oh, palavras não, porque tudo está vivo:
o assombro, o esplendor, o êxtase,
o crime.
Noite caiada com uma mancha vermelha
de pólo a pólo, catástrofes
boreais, estrelas no caos, terrores
eléctricos.
— Ouves o grito dos mortos?
Também eu atravessei o inferno.
Chegava
a ouvir o contacto das aranhas devorando-se
no fundo. O meu horrível pensamento só a custo
continha o tumulto dos mortos.
Há dias em que o céu e o inferno esperam
e desesperam. Velhos lojistas
olham para si próprios com terror.
Uma coisa desconforme
levanta-se
e deita-se
connosco.
— São outros mortos ainda.
Vê tu a árvore: uma camada de flor — um grito,
outra camada de flor —outro grito.
Sob o fluido eléctrico, o quintal
tresnoita. Até o escuro se eriça. Há diálogos
formidáveis na obscuridade.
Nesta primavera há duas primaveras — perfume,
ferocidade. Turbilhão azul sem nome.
O sonho irrompe como hastes de cactos, pélago
desordenado.
— Eu sou a árvore e o céu,
faço parte do espanto, vivo e morro.
Vem a noite. Os céus nocturnos parecem
ter gelado em azul. Vem a noite,
e com a noite interrogo-me: — Existe?
O que existe é monstruoso.
Por trás de mim há uma coisa
que apavora.
— Ouves o grito dos mortos?
Respiro. É uma atmosfera
de reticências. Aparte de dentro é que está
viva. Respiro.
—A beleza não existe.
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