Vengo a pedirle a usted la mano de su hija.
Permítame que me presente: Tengo
setenta y tres años cumplidos. Mi padre
defendió a tiros la República.
Tras la derrota tuvo suerte:
no le dieron garrote vil.
De los ocho hijos que engendró
en el vientre de nuestra madre
vivimos cinco, todos varones. Todos cinco
queremos mucho, don Lorenzo, a Paquita, la hija de usted.
Y yo además la necesito: para durar,
para iluminar mi escalera,
para morir sin odio.
Vengo a pedirle la mano de su hija.
La vida sigue, don Lorenzo. A Paquita y a mí
nos nació Guadalupe. Espere. Traigo en mi billetera
una fotografía de su nieta de usted ... Aquí está.
¿Verdad que es preciosa, diosmío?
Y es aún mayor la belleza de su conciencia.
Deduzco que ha heredado ese ardimiento,
ese don de vivir en justicia,
esa tonalidad, ese gen suntuoso,
en la conducta de sus dos abuelos:
como si en el mantel de las neuronas de mi hija
usté y mi padre jugasen interminablemente,
desde hace siglos, una partida de ajedrez
en la que los peones comen a dos carrillos,
beben vino, regüeldan, leen buenos libros,
duermen en paz, madrugan, trabajan sonriendo ...
Mire a su nieta Guadalupe: la vida sigue:
no pudieron con usted, don Lorenzo.
En la cárcel de Porlier, en el año 1942
le pusieron a usted la muerte sobre la garganta.
Le dieron vueltas a una manivela.
Lo asesinaron: y no pudieron con usted.
Téngalo por seguro: no pudieron.
Vengo a pedirle a usted la mano de su hija .
. . . Le cuento: aquella niúa con un ramo de flores
arrodillada y aterrada
ante la hija del general Franco ...
[fue inútil: no quisieron conmutarle a su padre
la pena de muerte, una pena inmortal,
por años de prisión, los que fueran ... Contemplo
a su hija, don Lorenzo, arrodillando
sus doce años menos ciento tres días.
Susy y Margara no se atreven a jadear.
Y mi mujer le entrega aquel ramo de flores
a Carmencita Franco, por su onomástica ...
Por cierto, don Lorenzo: ¿A cuento de qué lo ejecutaron?
¿Exterminaban en el pintor Lorenzo Aguirre
a la Institución Libre de Enseñanza, a la República,
a las pajaritas de papel que Miguel de Unamuno
le enseúó a usted a manufacturar
con las uñas pulgares y con un alfiler?
¿A cuento de qué lo mataron a usted, a tres años
de acabada la guerra? ¿Qué ganaron con ese crimen?
¿Qué disfrute obtuvieron con toda una familia de dolor?
¿Y a qué venía la orden de retirar su nombre del Espasa?l
... Como le iba diciendo, aquella niña arrodillada
he aquí que hoy está al borde de sus ochenta años.
¡Lo que es el tiempo, qué resistente, qué robusto,
con él no pueden ni el horror ni el crimen!
¡Y qué tristeza siente en su alma el tiempo
cuando por fuerza no lo puede todo!
Me refiero, don Lorenzo, a que Francisca Aguirre
no logró nunca hacer el duelo. Sépalo: nunca.
Al tres por dos usted regresa y llena su memoria
de angustia infancia espanto y lágrimas de oro:
fíjese: incluso en esas ocasiones
también le sale afuera la luz del corazón.
Lo que quiero decir es que esa niña de rodillas,
como sin darse cuenta, sin un ruido,
de forma muy misteriosamente narural
(¡y desde hace ya más de medio siglo, se dice pronto!)
se esfuerza en enseñarme, a base de paciencia,
la asignatura de la serenidad.
¡Qué le parece, don Lorenzo! ¿Comprende usted
por qué he venido viejo al pie de su cadalso,
por qué provengo desde dos mil diez
al seis de octubre del cuarenta y dos
pian pianito, pasito a paso cerca de la noche?
... Va a amanecer, Lorenzo. Te van a ejecutar.
Menos mal que he llegado a tiempo.
He venido a traerte el medio siglo de viudez
y de coraje maternal que ejerció tU mujer
antes de irse contigo cansadita, orgullosa.
He venido a traerte en caudal a dos manos
abrazos testarudos de las tres niúas de tus ojos.
He venido a traerte en mi bandeja genealógica
saludos de mi padre desde bajo su tumba.
He venido a traerte, flrmada y rubricada,
la certidumbre nuestra sobre tu dignidad.
Y he venido a traerte aquesta pajarita de papel
para que en ella vuele la memoria de ti
por los biznietos de los nietos
hasta que sobre el aire quede escrito tu nombre:
«¡aguirreaguirreaguirreee ... !»
Así, trino y Lorenzo a lo largo de Espaúa .
. . . Ya amanece, Lorenzo, amigo mío.
Ya vienen. Te tocan en el brazo. Caminas.
Te sientas. Le sonríes con piedad al verdugo.
Soy un viejo. Dos ojos. Un grito. Una memoria.
He venido a pedirte la mano de tu hija.
Félix Grande (Mérida, 1937-Madrid, 2014)
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