sábado, 20 de mayo de 2023

yuliana ortiz ruano / madre o el retrato de lo insular










Madre sentada al pie de la cama:

Una isla pensando en otra isla. Nacer sobre una tierra que se parte eso es llevar el apellido materno. Como un cargamento de liebres que al caer al mar vuelan mantarrayas. He pensado siempre en la sonrisa de Madre como una abertura en un cartílago sin nombre. Pronuncio su nombre en el idioma de los erizos de mar, único vínculo entre sus vísceras y mi lengua, para preguntar la caída del imperio inexistente.

Hablar es hacer territorio insular sobre la cama, dijo. Hablar es gestar un volcán dentro de la nueva isla inserta en el mar como un ojo devorable.

Madre abre la boca: Limones se hace y rehace en una construcción impecable de génesis-éxodo y apocalipsis. Madre dice que todo trayecto es circular o no es: por ello aguardo con las piernas atadas. Me quito a diario la necesidad de lo recto como única posibilidad del tránsito. Pero no puedo visualizar mi cuerpo: bailarín sufi elevando un vuelo imperceptible.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Retornar a la Madre es hacerse añicos:

He querido ocuparle otra casa que no sea esta de piel de perro y mentira ¿Qué es lo que no ha sido palpado? Habías dicho que solo a través de los dedos podemos mirarnos con certeza por eso me dejabas repasar los poros de tu pecho uno a uno. Doce millones de estrellas durmiendo en la constelación de tu plexo. Madre dormida es una isla en el borde del continente de la cama. Una prolongación de la metástasis del mundo. Una piel que no es negra ni blanca ni amarilla. Un color todavía no dicho por ello existente.

Retornar a la Madre es un acto involutivo. Entonces cada vez que meto mis dedos en mi cráneo invisible, retorno al nombre del primer poblado de la isla de donde vinieron los míos. Si acaso algo me pertenece es el aullido de los que murieron devorados por el incesto, el hambre y los mosquitos.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Nunca te he hablado de la belleza que posees ni de todas las veces que me soñé comiendo de tu carne:

Devorar a la Madre es el único acto involutivo. Tampoco he abierto la puerta de mi vientre para guiarte al mausoleo de los nuestros. Todos los que murieron se encuentran aquí. Abuela construyó un palacio de aguamala y barro de mangle. Abuela baila dentro como una hélice en principio de elevar un algo pesado y tú, doblemente viva, eres ese adentro-afuera que no consigo nombrar. Aún no estoy segura si en esta bóveda vives tú o soy yo la bestia aislada. Aún no he podido atravesar mi piel para mirarme por dentro. Temo encontrar mi propio rostro incrustado en tu rostro es decir, tiemblo por saberme isla. Madre e hija: una isla en el medio de otra isla.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Madre come mientras se derrite el hielo sobre el océano de vidrio de la mesa:

En sus molares transitan los pulmones de la bestia negando su condición alimentaria.

Madre no es asesina, sus molares no destruyen; transforman las piezas del animal en un cúmulo de tierra que será pronto una isla nadando en peróxido de hidrógeno. Una isla nadando en otras islas que me niego a ver. Solo si atravieso a Madre con las yemas de los dedos podré verla realmente, como una víscera sin agua en una isla no descubierta. También quisiera ser comida y triturada. Habitar los intersticios de sus molares. Me urge ser comida, triturada y digerida para saberme isla.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Conozco de memoria la cartografía inscrita en las palmas de sus manos:

Sé por ejemplo que esa línea dibujada un dedo abajo del dedo meñique es el camino que me lleva de vuelta a Pangea. Única isla en mitad de todos los mares. También sé que el remolino de líneas dibuja un mar subterráneo. Música que se escucha a través de los ombligos. He recorrido tus manos tensas y debilitadas por el miedo de que las bocas de tus hijas no digan amor, como un globo de helio infinito apilado para siempre sobre la cama.

Conozco tus manos cuando se hacen puño que rompe una red que no sostiene nada: en eso también se parecen tus manos y las mías: nunca hemos podido tomar las riendas del todo-mundo y del caos que nos otorgaron.

Conozco tus manos que trenzan caminos a través de la hiedra. Tus manos que guardan direcciones que no puedo reconocer por la imposibilidad de mis piernas atadas. Madre me ha enseñado que para caminar en círculos no hacen falta piernas sino dejar que la lengua construya su propio universo a través de las bocinas. Madre me ha enseñado que para caminar en círculos no hace falta más que lengua, una docena de hijas estériles

y un vientre inflable: cadáver de la edad que nos asignan.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

*

Desde el otro lado de mi cráneo han venido los parientes a hablarme de mi condición de ancla pero no han dicho una sola palabra, al contrario, han comunicado silenciosamente que soy lo único que tiene a Madre (isla por excelencia esclavizada) atada aún a este océano que es el mundo.

He decidido soltarte Madre, te dejo que flotes. He decidido soltarte y ya no obligarte a que seas tierra. Aquí todavía te necesitan el plancton, las conchas y las anguilas, sin embargo dejo de anclarte al universo del cual nunca recibiste una palabra legible.

Amar es permitirle al otro no ser para siempre una isla.

Todavía. Y eso es lo terrible.

Nos espera el incendio de las máscaras antes de habitarnos mutuamente.

***
Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario