mediateca de poesía personal-universal del ayer y del mañana desde MMXVII/
sábado, 16 de junio de 2018
marianne moore / dos poemas
El héroe
*
Donde nos apetece, vamos.
Donde el suelo es áspero; donde hay
malas hierbas altas como frijoles,
dientes hipodérmicos de serpiente, o
el viento trae la «voz espantaniños»
desde el descuidado tejo con
los semipreciosos ojos felinos del búho-
despierto, dormido, «orejas erectas erguidas en finas puntas»-,
en tales lugares el amor no florecerá.
No nos gustan ciertas cosas, y al héroe
tampoco; ni las lápidas extravagantes
ni la incertidumbre,
ir donde no se desea
ir; sufrir y no decirlo;
quedarse escuchando donde algo
se oculta. El héroe se encoge ante
lo que se precipita con aleteo amortiguado y un par
de ojos amarillos –de aquí para allá-
con un trino vibrante y acuoso, bajo,
alto, con gorjeos en basso falsetto
hasta que la piel se eriza.
Jacob agonizante preguntó
a José: ¿Quiénes son estos? y bendijo
a ambos hijos, más al más joven, irritando a José.
Y a su vez, José irritaba a otros.
Y también Cincinato, Regulo y algunos de nuestros
compatriotas, se han sentido, aunque piadosos,
como Pilgrim obligado a caminar despacio
para encontrar su pergamino, cansados pero esperanzados-
sin que la esperanza sea esperanza
hasta que toda base para la esperanza se ha
desvanecido; e indulgentes, considerando
el error de sus semejantes con los
sentimientos de una madre-
mujer o gata. El correcto Negro de levita
junto a la gruta
contesta a la intrépida turista que visita el lugar
y pregunta al hombre que la acompaña: qué es esto,
qué es aquello, dónde está Marta
enterrada; «el general Washington,
allí; su señora, aquí»; hablando como
si representara un papel, sin verla; con
sentido de la dignidad humana
y reverencia por el misterio, de pie como la sombra
del sauce.
Moisés no sería nieto del faraón.
No es lo que como
mi alimento natural,
dice el héroe. Él no sale
a ver paisajes, sino cristal
de roca para ver –el asombroso Greco
rebosante de luz interior- que
no ambiciona nada de lo que ha dejado. A este lo reconoceréis
como el héroe.
~~~
Inglaterra
*
con sus riachuelos y pueblos con abadía o catedral,
con voces –quizá una voz, resonando en el crucero- la
sabiduría de lo útil y lo conveniente; e Italia
con sus equilibradas costas, logrando un epicureísmo
del que se ha extirpado la vulgaridad;
y Grecia con sus cabras y calabazas,
cuna de moderados espejismos; y Francia,
«crisálida de la mariposa nocturna»,
en cuyos productos el misterio de la construcción
te distrae del propósito inicial:
solidez medular; y Oriente con sus caracoles, su emocional
taquigrafía y cucarachas de jade, el cristal de roca y su imperturbabilidad,
todo con calidad de museo; y América donde
en el sur conducen el pequeño, viejo y desvencijado victoria,
y en el norte fuman puros en la calle;
donde no hay lectores de galeradas, ni gusanos de seda, ni digresiones;
la tierra del salvaje; sin césped ni vínculos, país sin lengua en el que las letras
no se escriben
en español, griego, latín o taquigrafía,
¡sino en simple americano que perros y gatos saben leer!
La letra a en salmo y calmo,
pronunciada con el sonido de la a en candil, es claramente perceptible,
pero ¿por qué este hecho debería explicar
continentes de malentendidos?
¿Se deduce de esto que por haber hongos venenosos
parecidos al champiñón, ambos son venenosos?
De la vivacidad que se puede confundir con apetito,
de la vehemencia que puede parecer atolondramiento
no puede concluirse nada.
Haber malinterpretado el asunto es confesar que no se ha investigado
lo suficiente.
La sublimada sabiduría china, el discernimiento egipcio,
el devastador torrente de emoción
condensado en los verbos de la lengua hebrea,
los libros del hombre capaz de decir:
«No envidio a nadie excepto a él, y sólo a él,
mejor pescador que yo»,
la flor y el fruto de todo lo que indicaba superioridad,
si no se encontraban casualmente en América,
¿hay que imaginar que no existen allí?
Jamás estuvieron confinados a una localidad.
***
Marianne Moore (Kirkwood, 1887-Nueva York, 1972)
Versiones de Olivia de Miguel Crespo
/
The Hero
*
Where there is personal liking we go.
Where the ground is sour; where there are
weeds of beanstalk height,
snakes' hypodermic teeth, or
the wind brings the “scarebabe voice”
from the neglected yew set with
the semi-precious cat's eyes of the owl—
awake, asleep, “raised ears extended to fine points,” and so
on—love won't grow.
We do not like some things, and the hero
doesn't; deviating head-stones
and uncertainty;
going where one does not wish
to go; suffering and not
saying so; standing and listening where something
is hiding. The hero shrinks
as what it is flies out on muffled wings, with twin yellow
eyes—to and fro—
with quavering water-whistle note, low,
high, in basso-falsetto chirps
until the skin creeps.
Jacob when a-dying, asked
Joseph: Who are these? and blessed
both sons, the younger most, vexing Joseph. And
Joseph was vexing to some.
Cincinnatus was; Regulus; and some of our fellow
men have been, although devout,
like Pilgrim having to go slow
to find his roll; tired but hopeful—
hope not being hope
until all ground for hope has
vanished; and lenient, looking
upon a fellow creature's error with the
feelings of a mother—a
woman or a cat. The decorous frock-coated Negro
by the grotto
answers the fearless sightseeing hobo
who asks the man she's with, what's this,
what's that, where's Martha
buried, “Gen-ral Washington
there; his lady, here”; speaking
as if in a play—not seeing her; with a
sense of human dignity
and reverence for mystery, standing like the shadow
of the willow.
Moses would not be grandson to Pharaoh.
It is not what I eat that is
my natural meat,
the hero says. He's not out
seeing a sight but the rock
crystal thing to see—the startling El Greco
brimming with inner light—that
Covets nothing that it has let go. This then you may know/
~~~
England
*
WITH its baby rivers and little towns, each with its abbey or its cathedral;
with voices—one voice perhaps, echoing through the transept—the
criterion of suitability and convenience; and Italy with its equal
shores—contriving an epicureanism from which the grossness has been
extracted: and Greece with its goats and its gourds, the nest of modified illusions:
and France, the “chrysalis of the nocturnal butterfly” in
whose products, mystery of construction diverts one from that which was the object of
one’s
search—substance at the core: and the far East with its snails, its emotional
shorthand and jade cockroaches, its rock crystal and its imperturbability,
all of museum quality: and America where there
is the little old ramshackle victoria in the south, where cigars are smoked on the
street in the north; where there are no proof readers, no silkworms, no digressions;
the wild man’s land; grass-less, links-less, language-less country—in which letters are
written
not in Spanish, not in Greek, not in Latin, not in shorthand
but in plain American which cats and dogs can read! The letter “a” in psalm and calm,
when
pronounced with the sound of “a” in candle, is very noticeable but
why should continents of misapprehension have to be accounted for by the
fact? Does it follow that because there are poisonous toadstools
which resemble mushrooms, both are dangerous? In the case of mettlesomeness which
may be
mistaken for appetite, of heat which may appear to be haste, no con-
conclusions may be drawn. To have misapprehended the matter, is to have confessed
that one has not looked far enough. The sublimated wisdom
of China, Egyptian discernment, the cataclysmic torrent of emotion compressed
in the verbs of the Hebrew language, the books of the man who is able
to say, “I envy nobody but him and him only, who catches more fish than
I do,”—the flower and fruit of all that noted superiority—should
one not have stumbled upon it in America, must one imagine
that it is not there? It has never been confined to one locality
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