lunes, 25 de junio de 2018

enrique lihn / cinco poemas







La pieza oscura

*

La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera amenazado
una vaga llovizna sangrienta.
De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolo de inocencia y de precocidad
juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabiamos no ignorábamos qué causa;
juegos de manos y de pies, dos veces villanos, pero igualmente dulces
que una primera pérdida de sangre vengada a dientes y uñas o, para una muchacha
dulces como una primera efusión de su sangre.

Y así empezó a girar la vieja rueda —símbolo de la vida— la rueda que se atasca como si no volara,
entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un cerrar de ojos opacos
con un imperceptible sonido musgoso.
Centrándose en su eje, a imitación de los niños que rodábamos de dos en dos, con las orejas rojas
—símbolos del pudor que saborea su ofensa— rabiosamente tiernos, la rueda dio unas vueltas en falso como en una edad anterior a la invención de la rueda
en el sentido de las manecillas del reloj y en su contrasentido.
Por un momento reinó la confusión en el tiempo. Y yo mordí largamente en el cuello a mi prima Isabel,
en un abrir y cerrar del ojo del que todo lo ve, como en una edad anterior al pecado
pues simulábamos luchar en la creencia de que esto hacíamos; creencia rayana en la fe como el juego en la verdad
y los hechos se aventuraban apenas a desmentirnos
con las orejas rojas.

Dejamos de girar por el suelo, mi primo Angel vencedor de Paulina, mi hermana; yo de Isabel, envueltas ambas
ninfas en un capullo de frazadas que las hacía estornudar —olor a naftalina en la pelusa del fruto—.
Esas eran nuestras armas victoriosas y las suyas vencidas confundiendose unas con otras a modo de nidos como celdas, de celdas como abrazos, de abrazos como grillos en los pies y en las manos.
Dejamos de girar con una rara sensación de vergüenza, sin conseguir formularnos otro reproche
que el de haber postulado a un éxito tan fácil.
La rueda daba ya unas vueltas perfectas, como en la época de su aparición en el mito, como en su edad de madera recién carpintereada
con un ruido de canto de gorriones medievales;
el tiempo volaba en la buena dirección. Se lo podía oír avanzar hacia nosotros
mucho más rápido que el reloj del comedor cuyo tic-tac se enardecía por romper tanto silencio.
El tiempo volaba como para arrollarnos con un ruido de aguas espumosas más rápidas en la proximidad de la rueda del molino, con alas de gorriones —símbolos del salvaje orden libre— con todo él por único objeto desbordante
y la vida —símbolo de la rueda— se adelantaba a pasar tempestuosamente haciendo girar la rueda a velocidad acelerada, como en una molienda de tiempo, tempestuosa.
Yo solté a mi cautiva y caí de rodillas, como si hubiera envejecido de golpe, presa de dulce, de empalagoso pánico
como si hubiera conocido, más allá del amor en la flor de su edad, la crueldad del corazón en el fruto del amor, la corrupción del fruto y luego... el carozo sangriento, afiebrado y seco.

¿Qué será de los niños que fuimos? Alguien se precipitó a encender la luz, más rápido que el pensamiento de las personas mayores.
Se nos buscaba ya en el interior de la casa, en las inmediaciones del molino: la pieza oscura como el claro de un bosque.
Pero siempre hubo tiempo para ganárselo a los sempiternos cazadores de niños. Cuando ellos entraron al comedor, allí estábamos los ángeles sentados a la mesa
ojeando nuestras revistas ilustradas —los hombres a un extremo, las mujeres al otro—
en un orden perfecto, anterior a la sangre.

En el contrasentido de las manecillas del reloj se desatascó la rueda antes de girar y ni siquiera nosotros pudimos encontrarnos a la vuelta del vértigo, cuando entramos en el tiempo
como en aguas mansas, serenamente veloces;
en ellas nos dispersamos para siempre, al igual que los restos de un mismo naufragio.
Pero una parte de mí no ha girado a compás de la rueda, a favor de la corriente.
Nada es bastante real para un fantasma. Soy en parte ese niño que cae de rodillas
dulcemente abrumado de imposibles presagios
y no he cumplido aún toda mi edad
ni llegaré a cumplirla como él
de una sola vez y para siempre.

~~~

Raquel (fragmento)

*

Tú que no has abandonado la arraigada costumbre
de tu belleza ni el hábito de hablarnos al oído
como si todo fuera materia de secreto — recordaba tu voz,
"hermana del silencio" — o como si algo o alguien más o menos
temible
pudiera despertar entre nosotros.
Que cuidas, como entonces, de tus manos que tactan
la oscuridad latente, sin forma, de las cosas,
asombradas y sabias, volviendo a su indolencia
por un poco de vaga certidumbre.
Que seguirás soñando, despierta, que despiertas
como si nada hubiera sucedido
demasiado real: Aquí estoy otra vez
en lo mismo de siempre.
En la ciudad de tus sueños bilingües — Londres 1941 — que ellos
reconstruyeron para ti, a imagen de tu alma frágil y olvidadiza.
El bombardeo empezó con un baile : neurosis colectiva en la Intimidad de los
espacios vacíos, en una boite de lujo atestada de sonámbulos
entre esos viejos amigos ocasionales — el amor sangrando por la nariz,
con los dientes trizados y verdaderamente ciego-
la confusión de los rostros bajo un mismo resplandor, el burbujeo de
los rostros como pompas de fuego,
una olla de grillos en una olla de grillos y una advertencia de ceniza en el 
aire, 
los primeros auxilios auxilios a los primeros muertos, los últimos auxilios sin orden ni concierto, 
el eclipse de los espejos de luna, Victorianos, la oscilación de las lámparas 
de lágrimas — histeria colectiva en el corazón de la nobleza — a 
punto de estallar en sí mismas 

Algo bastante peor que la 
Guerra de las Rosas, — ¿Y 
si el Buckingham House 
fuera el Arca de Noé? — 
Los cisnes aprendieron a 
volar. Olvidémoslos. 
— Niadie sabe de nada ni de 
nadie. — Hyde Park, ¿ serías 
la Torre de Babel? — Este 
es el fin del mundo de 
habla inglesa, 
—Esto es el fin del mundo. 
¿Hay una isla en el cielo? 
¿Defraudaremos allí a 
nuestras colonias? 

En la ciudad que tú habrás mantenido en el orden del corazón como 
en un cofrecillo bajo llave. Una llave extraviada, a conciencia, 
en un momento de crisis; 
cartas que se releen de memoria, pero sólo de memoria, siempre un 
poco distintas a sí mismas, cada vez más urgentes, oscuras y 
precisas. 
Fotografías a prueba del paso de los años, alcanzándolos y 
reteniéndolos, como si respiraran, 
postales que habrías recibido o no y el telegrama, con seguridad: 

— Aquí estoy, otra vez, en lo 
mismo de siempre. 

Junto a tu pobre amiga. Una belleza clásica: 

— No volverás a intentarlo, ¿verdad? 
Nadie te dice  que pienses en tu 
familia. Piensa. 
— Haz como yo, que no pienso 
en nada; es la mejor 
manera de pensar. 
Concéntrate en eso. 
— Hablemos una y otra vez de otra
cosa. Tú que conocías a George, 
figúrate, 
— Lo ascendieron en su base 
antiaérea. El mayor 
Catherwood, miembro de 
la nobleza, 
— Pero aún da señales de vida, 
después de todo lo que a mí me 
pasó entre nosotros. 
— Tan absurdo como la guerra 
mundial. Nunca podré 
entender a los ingleses, 
con esa incapacidad de renunciar
como si nada afectara a su
orgullo ni las peores cosas.
Aunque hice una locura. 

—Y te arrepentirás de no 
haberlo aceptado. Porque 
lo amabas
digas lo que digas
— Y esto es lo peor de todo. 
Únicamente esto.

Tú que tendrás que arrepentirte me niego rotundamente a decir de tus actos 
pero sí de haberte deslizado, con el corazón en la boca por todo aliento 
buscando otra salida en otra dirección en el momento mismo en que se abría esa puerta 
como vuelve a bu sitio la cubierta de un foso — qué temblor en las 
manos inválidas — , 
a la realeza de una abatida tarde otoñal y, como en un cuadro de Bacon, 
el mayor en el uso de una doble licencia: 
militar y poética era la tarde misma, tu ultimo día en Inglaterra, la 
emanación del fondo de su figura atrapada 
en todo eso que mirabas rehusándote a verlo, por última vez: 
oleaje inmóvil del cielo allanándose a la invasión de la noche nazi, 
casas petrificadas oteando al horizonte por las ventanas vacías. 

— Dígale al señor que no estoy 
en casa. Espere, dígale 
que no estoy aquí de 
ninguna manera ni en los 
alrededores de Londres. 
—Me refiero a mi viaje por 
favor, usted sabe. Invente 
este pretexto, él está en 
antecedentes. 

~~~

La musiquilla de las pobres esferas

*

Puede que sea cosa de ir tocando
la musiquilla de las pobres esferas.
Me cae mal esa Alquimia del Verbo,
poesía, volvamos a la tierra.
Aquí en París se vive de silencio
lo que tú dices claro es cosa muerta.
Bien si hablas por hablar, “a lo divino”,
mal si no pasas todas las fronteras.

Digan, al fin y al cabo, lo que quieran:
en la profundidad de la ignorancia
suena una musiquilla verdadera;
sus auditores fueron en Babel
los que escaparon a la confusión de las lenguas,
gente anodina de los pisos bajos
con un poco de todo en la cabeza;
y el poeta más loco que sagrado
pero con una locura con su cuerda
capaz de darle cuerda a la alegría,
capaz de darle cuerda a la tristeza.

No se dirige a nadie el corazón
pero la que habla sola es la cabeza;
no se habla de la vida desde un púlpito
ni se hace poesía en bibliotecas.

Después de todo, ¿para qué leernos?
La musiquilla de las pobres esferas
suena por donde sopla el viento amargo
que nos devuelve, poco a poco, a la tierra,
el mismo que nos puso un día en pie
pero bien al alcance de la huesa.
Y en ningún caso en lo alto del coro,
Bizancio fue: no hay vuelta.

Puede que sea cosa de ir pensando
en escuchar la musiquilla eterna.

~~~

La infancia

*

La infancia: el tema de unos juegos florales
relativamente feroces, pero en fin, música
alrededor de una glorieta vacía.

~~~

Brisa marina

*

Somos los agredidos de una vieja agresión
permanezcamos tranquilos o de lo contrario la ira
acumulada largamente se desquitará de nosotros.
El odio sin objeto puede tener esta cara
la de un jubilado absorbido en los trabajos de la jardinería
a la sombra de su esposa en una casa vacía.
Ese individuo puede desdoblarse
y reaparecer en otro sitio, de noche, en una compañía más que duddosa
cerca del lugar de cualquier crimen, asistir circunspecto
a una boda clandestina entre traficantes de drogas.
No le pisemos la cola al viejo perro dormido,
que bajo la piel rala y polvorienta se eriza en sueños de masacre
allá bajo la nieve impura de Transilvania.
Guardemos para el invierno
los mejores recursos de la buena educación
digamos en primavera que las mariposas que los árboles
y llegado el verano ojalá sea más fácil
obtener los dividendos de una conducta mediocre,
pues entonces cederemos fácilmente a la hipnosis
y el mar al sol, bajo un cielo que es es de por sí la redención
ampollará meciéndolos nuestros mejores deseos.
Ser la nada del no ser o ser la nada que somos; polvo e incluso polvo
que nunca en nada llegará a convertirse
y vivir en cierto modo de esa ausencia que se adelanta
constantemente al futuro porque somos esa ausencia.
Nada de todo eso puede resistirse
a la brisa marina y a la imposible enumeración
de las avecillas del mar que ruedan en el límite de la borla de las olas
cuando ese mar pliega y repliega su manto sobre la arena
y ese sol que cada vez único vive del aura de sus días para nosotros eterno
dice su hic y su nunc, blanqueándose en el reventón de las olas
y no al alcance de los niños (prudentemente invisibles),
en los meandros junto al mar de una casa campestre
la noche nos traerá, como su nombre lo indica, descanso
sueños inquietos quizá pero igualmente olvidadizos
incapaces de reconstruirse a la luz del día, entre las dunas.
Nos es dada, sí, esta módica aunque segura felicidad
la única que por su misma lentitud los deja atrás;
sin saberlo las furias nos persiguen en otro sitio
montan quizá su espectáculo en algún cercano balneario
donde el puerto las recibe entre unos brazos borrachos
sudor de unas máscaras que se impregnan de una sal polvorienta.
Algún ratón extraviado chilla a lo sumo, por un instante en el techo
bajo la garra de un gato solar.
Nuestra tranquilidad depende de tan poco,
pero por ese instante lo tan poco es más que suficiente
es lo excesivo, un imperioso aunque invisible ademán
y el viejo quien sólo se parece a una divinidad
un Belzébuth de table d'hôte, se resigna a esperar
el tránsito hacia una estación menos benigna que facilite sus manipulaciones.

El analista se apronta junto a su diván de trabajo.
El cura, si lo hubiera, practica la absolución
ante un espejo roto que multiplica su cara
los guardianes del Orden establecido, esperan
que alguna vez ese caos nos sea desfavorable.
Desde lo alto de cualquier jerarquía no ha dejado de hablar
el sujeto precario de la historia, una estatua de bulto
animada por la voracidad que impone su incoherencia,
ese aliento espeso es todo lo que del Verbo
ha sobrevivido, desgarrándolo entre sus dientes carniceros
cien o doscientos años pasados en vano
engolfados en la introspección o en las palabras difíciles
para que la así llamada rueda de la fortuna girara
con la docilidad de un cordero en la piedra sacrificial.
En el interior del reino se sabe que éste no es de este mundo
por razones incluso ajenas a su voluntad.
Siempre ha ocurrido así por lo demás
no se trata de escepticismo sino de hechos
las palabras como siempre están de más ante ellos.
Nos hemos desdoblado en nosotros, para el caso es lo mismo.
Debiéramos haberlo previsto en realidad
pues de alguna manera también extraña se nos parecen
nos son internamente, externamente familiares.

Éste no es más que el balance de algunos años de vida,
sobrellevada desde siempre en un exilio culpable
ni el cura ni el analista saben nada del verbo
es una cosa sorda muda y ciega que asume
sin ninguna responsabilidad todas nuestras deficiencias
propias o ajenas para el caso da lo mismo.

Al balcón del Vaticano el hombrecillo se asoma
para complacer el humor anglosajón
y dicta un curso absurdo de educación sexual.
Doctor, el Ello está en la base de todo
y como bien lo dijo usted, el turbio cómplice del mismo
se resuelve en los meandros de una palabra vacía
el azar de una inspiración fundada en su propia cháchara.
El verbo en camino padece de una afasia permanente
es el mismo animal de hace cincuenta mil años
habiendo perdido el camino cada una de sus formas.
Una nube empotrada deshaciéndose en el subsuelo
lo haría mucho mejor un sapo o una piedra
puesto que eso sí su actividad es frenética
sorda muda y ciega ni orientada ni desorientada
y la idea de lo absurdo todavía una idea
no dice nada de eso que podemos y no podemos imaginar
en conformidad a nuestros hábitos meramente humanos.

Esta agresividad inexplícita, que nos asalta de pronto
a la vuelta de cualquier día, al margen de las estaciones
e incluso de frente a la brisa marina
un llamado transparente a los placeres más simples
e incluso bajo la especie no sofrenada del placer
esta necesidad tan urgente como inexplicable de romper
el equilibrio del jardín, con una palabra soez
es un hecho ante todo ni una causa ni un efecto
un tumulto que puede estagnarse en situaciones favorables
pero contra el cual los preparativos o las situaciones no bastan
la almacenemos o no, de por sí, es redundante
atributo este consustancial al escándalo
el odio sin objeto o el amor sin objeto
absorbido o no en su falta de presencia
tampoco añorante, simplemente un hecho
reacio a las comparaciones con que se lo quiere apaciguar
viejo perro dormid o jardinero de ocasión
es y no es por ahora nuestra única verdad

                                                                                       jueves, 12 de febrero de 1976

***
Enrique Lihn (Santiago de Chile, 1929-1988)

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