I
Lancé en vuelo las palomas en júbilo.
En los promontorios derruidos
el viejo barrio con su guitarra antigua
se teñirá en las pasarelas del muro informe.
Los edificios sobre los contornos
de antiguas riberas aisladas
atraparon la sensación diluida
de la tarde.
Evoluciona el violento sol
bajo el ocaso:
hermano de los crepúsculos ensangrentados y quietos,
adiós,
mañana ya no serás el mismo.
La noche se inunda de banderas y un resquicio de luz
apaga lentamente
las plazoletas del recuerdo.
II
Ciudad: escondes un ángel
en tu quemante muralla de misterios.
Vivaldi estremece en la penumbra
y vibra en los últimos relojes del crepúsculo.
Muchas muertes te acechan
y tu palpitar se agita en las luces
crepusculares
que se yerguen por sobre torres misteriosas.
En sombras aisladas tejíamos la aurora
con una silenciosa rueda mitológica.
Y yo entretanto construía, entre espejismos y palabras,
el nuevo engranaje de los sueños.
III
Me incorporé a una roja obertura
sin saber que eran ritos funerarios.
Camino en la sombra, a tientas en la ceguera,
y penetro en disecadas realidades.
Persigo penumbras fantasmas
y al delirio impaciente de aquellas preguntas
atisbadas en el dintel del misterio incandescente.
Estoy dentro del frío más allá de los tiempos
y encuentro petrificados mi sombra y mi cadáver.
Me fundo con la nada
y marcho por terribles desfiladeros.
Después corro por las manchadas hecatombes
de una tumba vacía persiguiendo siluetas.
IV
El rumor de todos es igual,
la misma sombra es el sepulcro
pero son otros los cipreses.
Nadie morirá por otro
aunque brillen las cordilleras del otoño.
Yo moriré en mi instante
y será como estar a la hora en punto de cualquier parte.
VI
Esta gruta es un sueño.
Yo he tratado de arrancarme sus cadenas
pero me voy hundiendo
en cavernas ulceradas y dimensiones extrañas.
Crecen a mi ser anclas terribles y solitarias
como velas fantasmales y sombrías.
Busco un asidero por todos lados
y sólo encuentro dogmas
vestidos de ceniza.
A dónde ir, si esta gruta
es sólo un círculo de sueños sin rendijas.
IX
Me postré y oré ante las puertas de la ciudad
y sus torres mudas y silenciosas.
Recorrí aquel mare mágnum olvidado
y atravesé sus calles y sus plazas frías y desoladas.
Procedía del campo y de ciudades sollozantes
y nunca me había extraviado:
pero ahora no había ninguna salida,
la esperanza había muerto para siempre
con funerales ciegos y temerarios.
Y mi oración sólo era
el último salmo de los humillados
X
Desalojé un mito de mi mente
y después dejé abiertas sus ventanas.
(Aún no había construido mi fortaleza
amurallada).
El mito
armó de puntiagudas lanzas a una horda
y en la plaza pública
con hondas y piedras
guillotinaron mi nombre.
Desde esa vez los mitos me temen
mientras yo los ignoro.
XI
Yo puedo soñar que mi verbo tumultuoso
deslumbre algún día a los caminos
con un faro de nueva luz.
No sé de eso
pero lo presiento.
Acaso mi voz sólo esté en las tinieblas
y la verdad sea de los otros.
Y esas son incógnitas
que yo no puedo despejar.
XIX
ni flor para el crepúsculo.
La farola de la calle me aguardaba
y el amor se interpuso.
Cuando se detuvo la voz de las guitarras
lloré, mi ser vibraba.
Tuve que partir
pero yo anhelaba quedarme entre tu abrazo
y en tu corazón lleno de lirios y centellas.
Allí encendería una chimenea
y habría luz, tendría hogar.
Una casa nacida de mis manos.
He llorado ante el camino de la palabra
y entoné la melodía del viento
para seguir transmigrando
en rutas de dolor y arena.
Pero yo puedo seguir cantando
y seguir y seguir correteando por los caminos
con una melodía triunfal entre los dientes.
XX
Asistí al oficio de la muerte
y vi a la nada comérselo.
Estaba tendido a cuatro velas
y su mar soplaba vientos funerarios.
Le tuve miedo a su cadáver
aunque él ya no era.
Se había fugado a no sé dónde
y aún estaba allí.
Yo no quería ser él
pero su quietud prosigue estremeciéndome.
***
Isabel de los Ángeles Ruano (Chiquimula, 1945) Poemas. Ciudad de México: Asociación Mexicana de Escritores, AC, 2012.
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