domingo, 20 de mayo de 2018

astrid fugellie / cinco poemas











Raulina Yagán Yagán

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Raulina Yagán Yagán, la última yámana de Tekenica y de Ukika, poblados de nutrias y sembraderos vecinos a la crueldad de las redes y el mar, murió un diez y siete de abril de mil novecientos ochenta y siete.
Raulina Yagán Yagán no dejó más descendencia que uno que otro tejido a telar, que la infeliz, hubo de aprender para sobrevivir, porque el mínimo empleo repelió su oficio de entrelazadora de canastos y canoas en miniatura.
Y así, Raulina Yagán Yagán, la última yámana de Tekenica y de Ukika subió a los cielos donde Pedro, en nombre del Dios Padre Todo Poderoso la recibió:
• ¿Tu nombre?
• Raulina Yagán Yagán, repuso la indígena con la cabeza gacha, y luego agregó, Annu lalayala…
• ¿Qué dices?, interrogó el Blanco Santo.
• ¡Los he dejado!, ¡Ya los he dejado!, ¿Dónde puedo encontrar a mi padre dios yámana?
• ¿Tu padre dios yámana?, ¿Te refieres al dios padre de los yaganes?, insistió algo desconcertado el bueno de Pedro.
• ¡Sí!, sisí, se esperanzó Raulina Yagán Yagán.
• Murió, Raulina, tu padre dios murió el diez y siete de abril de mil novecientos ochenta y siete, en la tarde.

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Misa

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La vela está opaca, la vela solo oscurece.
En este juego de santos judas,
los enanos se arrodillan presuntos y cojos
y las prostitutas rezaban el vía crucis, melancólicas.
Tendría que haber alguna misa en que enanos
y prostitutas se congreguen para orar
por sus muertos, por sus sueños.
Los enanos bailarían sobre las teclas del órgano, y harían piruetas en columnas y confesionarios.
Las manos delirantes de las prostitutas
lanzarían sus entrañas al campanario
donde siempre hubo esperma de cirios.
Tendrían que existir algunas capillas
para los destrozados del alma:
Las capillas de los dioses marginales,
las capillas de los fantasmas de greda,
las capillas de los ojos de loza, sin nombre.
Esa Iglesia de los cielos lastimados.

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Las brujas del apocalipsis

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Cuando mi bisabuela muerta parió seca, las parteras no pudieron hacer a la luz a mi abuela. Ella nació ahorcada por el cordón umbilical de la santa vieja.
Cuando mi abuela muerta dio a luz a mi madre, la frágil calavera de mi antecesora ya estaba colgada en el perchero entre la mampara ovalada y el diván de felpa roja.
Cuando mi madre muerta me trajo, entre dolor y llantos, por ser yo demasiado gruesa, mi mortaja estuvo sentada frente al espejo de la cómoda de ébano.
Cuando muerta alcancé la edad madura de la menstruación, vino mi hija yerta y blanca y se quedó para siempre en la habitación de balcones por donde la noche entraba muda.
Así nuestra dinastía jamás compartió ni un desayuno con la lectura de Baudelaire, o el final de cena con la música de Bach.
De tal suerte aconteció, porque cuando nació mi bisabuela muerta guardó en su armario estilo rococó, una mariposa nocturna dentro de una caja redonda y amarilla parecida a la luna. Se dijo que la mariposa era un dios hecho polvo.
Fue así como ninguna de las cinco muertas, nos atrevimos a abrir esa caja redonda y amarilla parecida a la luna. De algún modo, tuvimos miedo a ser obligadas a nacer vivas en medio de esa casa de adobe y tierra.

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Gabriela Mistral

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Adosado al muro de la cocina aquel reloj era único y admirable.
Su camino fue siempre pasar de familia en familia:
Mi abuela, mojada de aguas, se lo obsequió a mi madre,
mi madre, fría de lluvias, me lo entregó.
Lo dicho sucedió en un abrir y cerrar de ojos
porque la vida es fugaz.
Lo colgué en la pared de la cocina.
Por sus movimientos uniformes cantaban los grillos.
Me deleitaba mirarlo cómo medía los tiempos, cuando
en esos domingos de guardar, yo preparaba el almuerzo
para los hijos y los nietos.
Lo recuerdo perfectamente.
Era redondo, con leves destellos dorados.
Le había jurado a mi madre que, recogida en humedad,
se lo daría a mi hija;
pero sucedió de repente;
yo huí de la casa asolada una noche imprevista
y el reloj se quedó largamente impávido esperando
colgado a la muralla de esa cocina.

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La muerte de Varinia

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Del corredor, Varinia,
queda la tierra.
Angosturas de alambre
deshojan el pasto
donde mudé tu cuerpo.

El camino que las manos recorrieron,
es la flor que nace de los ojos.
De la pieza, Varinia,
queda lo blanco,
la torre,
los cubos.
Planto la cruz en tu espacio.
De la casa, Varinia,
la piedra fértil,
tu sueño.

***
Astrid Fugellie (Punta Arenas, 1949)

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