jueves, 10 de mayo de 2018

anne sexton / querer morir









Ya que preguntas, la mayoría de los días no puedo recordar.
Camino en mis vestidos, sin marcas del viaje.
Luego el casi innombrable deseo regresa.

Aún así no tengo nada contra la vida.
Conozco bien las briznas de hierba que mencionas,
los muebles que has puesto bajo el sol.

Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.
Como los carpinteros quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.

Dos veces me he declarado con simpleza,
he poseído al enemigo, me he comido al enemigo,
me he apropiado de su arte, de su magia.

De esta forma, pesada y pensativa,
más tibia que el aceite o el agua,
he descansado, babeando por el orificio de la boca.

No pensé en mi cuerpo frente al filo de la aguja.
Hasta la córnea y las sobras de orina habían desaparecido.
Los suicidas han ya traicionado el cuerpo.

Nacidos muertos, no siempre mueren,
pero encandilados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños sonreirían al mirarla.

¡Empujar toda esa vida bajo tu lengua!—
eso, por sí mismo, deviene en pasión.
La muerte es un hueso triste; magullado, dirías,

y, sin embargo, me espera año tras año,
para tan delicadamente deshacer una vieja herida,
para vaciar mi aliento de su prisión terrible.

Balanceándose allí, los suicidas a veces se encuentran,
furiosos con el fruto, una luna hinchada,
dejando el pan que confundieron con un beso,

dejando la página del libro descuidadamente abierta,
algo sin decir, el teléfono descolgado
y el amor, lo que sea que haya sido, una infección.

***
Anne Sexton (Newton, 1928-Weston, 1974)
Versión de Michela Lagalla

/

Wanting to Die

*

Since you ask, most days I cannot remember.
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.
Then the almost unnameable lust returns.

Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention,
the furniture you have placed under the sun.

But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.

Twice I have so simply declared myself,
have possessed the enemy, eaten the enemy,
have taken on his craft, his magic.

In this way, heavy and thoughtful,
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.

I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.
Suicides have already betrayed the body.

Still-born, they don’t always die,
but dazzled, they can’t forget a drug so sweet
that even children would look on and smile.

To thrust all that life under your tongue!—
that, all by itself, becomes a passion.
Death’s a sad bone; bruised, you’d say,

and yet she waits for me, year after year,
to so delicately undo an old wound,
to empty my breath from its bad prison.

Balanced there, suicides sometimes meet,
raging at the fruit a pumped-up moon,
leaving the bread they mistook for a kiss,

leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook

and the love whatever it was, an infection.

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