viernes, 6 de octubre de 2023

franco arminio / de "carta a quien no estaba"









Irpinia y sus alturas.

En un puñado de nieve

la rosa helada de un pueblo.

 

~

 

Me conmueven los hombres en los campos estériles

en los cruces neblinosos,

esos que cuidan las ovejas, las vacas,

esos que cultivan el trigo en las alturas

hasta el borde de los derrumbes.

Después de un milenario cuerpo a cuerpo

con las piedras y la arcilla,

ahora el mundo

es como un tizón apagado,

vivo en su fin.

No ves más al pobre recolector

tendido en las plazas,

las mulas que vuelven del campo,

las filas por el agua delante de las fuentes.

Ahora el pueblo está posado en un silencio afilado:

si te quedas, si lo dejas

te hiere.

 

~

 

El sombrío desaliento de los días cortos

esculpía el dolor de las antiguas mujeres

en la arcilla de la tarde saqueada

por la luz, en las vías anchas sin muros

donde el viento raya tus huesos.

 

~

 

Gélida como una emboscada

que salía de las casas desgarradas

solo la nieve venía encima

a quien había perdido todo.

Copos estrechos como espinas

o anchos como migas

blancos e inocentes como los huesos

desde hace tiempo enterrados.


~
 

Subí desde una llama, una luz de abajo

desde un cielo sepultado, bajo tierra.

 

~

 

Mírame con las manos,

ven pronto, no me interesan tus ojos

quiero que me vengas a buscar con tus manos.

Pero no hay ninguna mano para mí

en esta esquina de mi casa.

Ninguno excava donde más se necesita.

 

~ 

La mantención de nuestros miedos

 *

Hay terremotos que vienen solo para nosotros. Estamos debajo de los escombros y ninguno lo sabe. Tenemos que excavarles, excavar. Escribir es una acción de ese tipo.

 

Para los terremotos no hay cuidados, no dependen del calentamiento global, no son nuestros comportamientos los que llevan a la tierra a terremotear. Y lo mismo sucede en lo profundo de nosotros mismos, no podemos entrar y salir cuando quedamos de nuestra inquietud, podemos solo intentar cualquier ejercicio de consolación. El punto es aprender a temblar, saber que venir al mundo significa estar en la boca del cráter. Cada día puede entrar en nuestra piel una espina y nosotros, en tanto, podemos entrar en la espina, podemos hacernos pequeñísimos, volar como una hoja.

            Yo me llevaré el dolor por no saber temblar juntos hasta las últimas, me llevaré esta perenne impaciencia por las cosas que no suceden nunca con la urgencia que a mí me interesa. No había necesidad de la pandemia para entender que los asuntos humanos se desarrollan dentro de la dimensión del peligro y que no hay modo de inmunizarse. Se necesita arar el temor, semblarle dentro de nuestra voluntad de estar aquí y de ver con ojos abiertos cuán grande es cada día, aquí en la rajadura del mundo.

~ 

El brote de las preocupaciones

*

Cada uno pasa los años con la propia savia que da forma a sus hojas. Cada uno toma el agua negra y la luz del mundo, el agua clara y la oscuridad del mundo. Están los cuerpos, está la historia, la geografía y el miedo. Ahora estamos en el reino del miedo. El que es más anciano ha entendido muy bien que su fragilidad se ha hecho de golpes más grandes. Y se puede pasar de esta triste soledad de la casa propia a esa terrible del hospital. El mundo de las leyes y de las normas debe curar su economía, pero haría bien a pensar también a su salud moral. Una sociedad que se da cuenta de aquellos que sufren y hace algo por ellos es una buena sociedad, es un punto de coagulación para evitar que todo caiga en el egoísmo indiferenciado. Hoy no es difícil darse cuenta de que nuestros ancianos están terremoteados. Su cuerpo es más que nunca en peligro. Y ha caído la casa de la comunidad: los ancianos, antes de estar bajo techo, han vivido un camino, una historia a la que pertenecen como una costilla al tórax. Lo mejor que se puede hacer no es invocar los cuidados de los demás, sino que ofrecer los propios. Los podemos dirigir a los ancianos que tenemos en la familia y a aquellos de nuestro pueblo o de nuestro barrio e incluso a los ancianos desconocidos. Su viaje hacia el fin puede ser ralentizado por las curas médicas, pero más aún del brote de las preocupaciones a las que habíamos llevado nuestra leña. No se puede quemar la muerte, sino que calentar la vida.

~ 

Tener un pueblo

*

La respuesta al dolor no es un silencio rencoroso, sino inclinarse a mirar mejor. Tu dolor es también más grande de lo que te parece. Alguno, algo impide que chorree todo, en parte se queda oculto. Casi todas las personas mueren sin haber saboreado todo el dolor de una vida que llevan dentro. Ni toda la locura. Casi siempre funcionan bien las federe, las huinchas aisladoras y funciona la distracción que viene de los otros y del mundo. Esta mañana mi ha bastado salir a hacer algunas fotos y el dolor se ha atenuado. El cuerpo dl mundo es más sano que nosotros. Y el pueblo en el que vivo es una fortuna. Son una fortuna todos los lugares sin disputa, los lugares donde las casas cuestan poco y no se siente la presión de la economía. Los lugares considerados pobres se transforman en farmacias. Son farmacias inmensas. Queriendo encuentras todo lo que te sirve. Basta un gesto de confianza, basta que salgas a la calle y te abandones a las cosas que hay. No debes hacer una investigación, no sales para juzgar, sales sin querer nada y el lugar te cuida y no te pide nada a cambio. Se puede hacer donde sea, pero es más fácil en los lugares que consideramos menores, aquellos desocupados. Es más fácil mirar una puerta cerrada que una puerta abierta. Ahora pienso en un árbol que ha crecido en una casa de mi pueblo y que ha subido más allá de los techos, saliendo de la ventana. Se necesita encontrar un pensamiento para los lugares que acogen escenas como esta. Son los florecimientos del abandono, conviven junto a las reliquias del mundo granjero, a los arreglos de una modernidad que aquí trae sus productos menos sofisticados. Y, es más, a estos lugares no es que se trae el ceño fruncido. Queda sorprenderse del cruce que se produce. Los pueblos italianos nunca habían sido tan interesantes. Y los pueblos que han sufrido los terremotos lo son todavía más. En los pueblos reconstruidos el paisaje no ha podido asimilar las cosas nuevas, no ha podido darles las tintas más íntimas del lugar. Por supuesto, estoy hablando de plantas, de piedras, de telas de arañas, de manillas, falta el flamear de la carne, falta el deseo. Cuando sales en estos pueblos ninguno se lanza sobre ti para besarte, ninguno te arroja dentro de su boca, ninguno te cierra con los brazos. Y entonces nace la necesidad de las residencias provisorias. Estos son lugares perfectos para pensar, hacer fotos, recriminarte los propios fracasos. No se puede estar a ultranza, ni siquiera se puede faltar a ultranza como lo está haciendo el mundo ahora. Esta deserción de los pueblos es una ilustración eficaz de la idiotez contemporánea. Solo un mundo poco imaginativo y, en el fondo, resignado puede permitirse el lujo de no ver el tesoro que estamos dilapidando, ¡cuántos recursos increíbles contiene un pueblo! Y dentro añado los silencios y los cantos, el cansado doblez de los ojos y la bulliciosa vida que se recoge en un dedo de tierra, en la punta de un ramo. El pueblo es naturaleza y empresa, es una fábrica donde se producen sentimientos, miedos y desilusiones, esperas traicionadas, indiferencias inusuales, presencias mudas, apoyos de los que no te das cuenta. Tener un pueblo significa tener más mundo, significa tener el mundo más el pueblo.

~

Carta a quien no estaba

*

Para vivir con honor se necesita suspirar, turbarse, pelearse, equivocarse, recomenzar de cero y botar todo y, de nuevo, volver a luchar y perder eternamente. La calma es una cobardía del alma.

 

León Tolstoi

 

A cuarenta años del terremoto, yo todavía estoy aquí para escribir de mi tierra. Incluso cuando parece que la regaño, la molla que me mueve es el amor. La reconstrucción no ha sido como esperaba. Y el desarrollo del que hablaban ha llegado hace poco y para pocos. Las muchachas y los muchachos que no estaban hace cuarenta años, ahora ni siquiera están, muchos han partido a buscar una vida en la que poder al menos encontrar un modo para seguir adelante. Antes de la pandemia, el terremoto era la historia más grande que había vivido. La historia grande es aquella en la que tu vida se mueve dentro de una corriente. Te puedes oponer, pero la corriente avanza. Tú, que durante el terremoto no estabas, debes saber que a nosotros nos ha ido mal: no hemos logrado imprimiré a la historia de nuestros lugares la dirección que queríamos. Ahora, sin embargo, el asunto es más grande. En aquel tiempo se podía hacer cualquier cosa de más, hoy la puesta en juego es una entre una calle que nos lleva al fin del mundo sin detenerse y otra que nos previene de las investigaciones, que puede llevar tiempo hacer otra cosa diferente. Quien hoy en día tiene veinte o treinta años no debe sentirse privado de impulsos o fervores revolucionarios. Simplemente han creado un plástico que nos separa de nuestra naturaleza más verdadera, de nuestro deseo de pelearse para proteger nuestras verdades. Cuando entramos a alguien, más allá de preguntarle cómo está, deberíamos preguntarle cómo está su mundo, cómo está todo el mundo. Solo si pensamos al mundo como a nuestro pueblo, como a nuestra casa, nuestro padre, solo así podremos dedicarnos, con el mismo impulso, a nuestra vida y a la de los demás. El asunto de la reconstrucción ha ido mal, como han ido mal casi todos los asuntos que han sido seguidos a cada desgracia, por el simple hecho que después del fervor democrático de reparar el daño, el poder retoma sus espacios y oculta los golpes, y la desgracia se vuelve otro momento de ganancia. Poco a poco la mayoría se resigna, algunos buscan sacar algún beneficio personal. Ojalá continuar combatiendo, pero el horizonte es solo el de la propia vida. A menudo las tragedias son la única posibilidad que tenemos para cambiar nuestro destino, para no resignarnos a vivir la realidad como una forma de entretenimiento, incluidas las veces en que nos indignamos, en que protestamos. La realidad es un lugar sagrado en cada punto.

            Tú, que al tiempo del terremoto no estabas, deja temblar tu vida, hazla escapar del recinto en que la tienes encerrada, porque ahora es normal que sea así. Se quieres alcanzar el corazón de tu vida, búscalo en el corazón del mundo. No en un lugar preciso, no en un palacio del poder: está en las calles por las que caminas. Deben subir los cantos, los poemas, las pasiones íntimas y las pasiones civiles. Sirve una misión que sea de todos, sirve la gran lucha para abolir las injusticias, sirve la gran sensualidad de la revolución para botar por los aires los nidos del miedo y de la flojera, sirve cualquier cosa que nos haga salir de la enfermería. Se trata, mientras tanto, de mirar mejor aquello que estamos mirando. Se trata de convencernos que, si alzamos nuestras flamas, la oscuridad del mundo se esconderá. 


***
Franco Arminio (Bisaccia, 1960) Lettera a chi non c'era. Parola dalle terre mosse. Florencia: Bompiani, 2021.
Versiones de Nicolás López-Pérez

No hay comentarios.:

Publicar un comentario