En un
puñado de nieve
la rosa
helada de un pueblo.
~
Me
conmueven los hombres en los campos estériles
en los
cruces neblinosos,
esos que
cuidan las ovejas, las vacas,
esos que
cultivan el trigo en las alturas
hasta el
borde de los derrumbes.
Después
de un milenario cuerpo a cuerpo
con las
piedras y la arcilla,
ahora el
mundo
es como
un tizón apagado,
vivo en
su fin.
No ves
más al pobre recolector
tendido
en las plazas,
las
mulas que vuelven del campo,
las
filas por el agua delante de las fuentes.
Ahora el
pueblo está posado en un silencio afilado:
si te
quedas, si lo dejas
te
hiere.
~
El
sombrío desaliento de los días cortos
esculpía
el dolor de las antiguas mujeres
en la
arcilla de la tarde saqueada
por la
luz, en las vías anchas sin muros
donde el
viento raya tus huesos.
~
Gélida
como una emboscada
que
salía de las casas desgarradas
solo la
nieve venía encima
a quien
había perdido todo.
Copos
estrechos como espinas
o anchos
como migas
blancos
e inocentes como los huesos
desde
hace tiempo enterrados.
~
Subí
desde una llama, una luz de abajo
desde un
cielo sepultado, bajo tierra.
~
Mírame
con las manos,
ven
pronto, no me interesan tus ojos
quiero
que me vengas a buscar con tus manos.
Pero no
hay ninguna mano para mí
en esta
esquina de mi casa.
Ninguno
excava donde más se necesita.
~
La
mantención de nuestros miedos
*
Hay terremotos que vienen solo para
nosotros. Estamos debajo de los escombros y ninguno lo sabe. Tenemos que
excavarles, excavar. Escribir es una acción de ese tipo.
Para los
terremotos no hay cuidados, no dependen del calentamiento global, no son
nuestros comportamientos los que llevan a la tierra a terremotear. Y lo mismo
sucede en lo profundo de nosotros mismos, no podemos entrar y salir cuando
quedamos de nuestra inquietud, podemos solo intentar cualquier ejercicio de
consolación. El punto es aprender a temblar, saber que venir al mundo significa
estar en la boca del cráter. Cada día puede entrar en nuestra piel una espina y
nosotros, en tanto, podemos entrar en la espina, podemos hacernos pequeñísimos,
volar como una hoja.
Yo me llevaré el dolor por no saber
temblar juntos hasta las últimas, me llevaré esta perenne impaciencia por las
cosas que no suceden nunca con la urgencia que a mí me interesa. No había
necesidad de la pandemia para entender que los asuntos humanos se desarrollan
dentro de la dimensión del peligro y que no hay modo de inmunizarse. Se
necesita arar el temor, semblarle dentro de nuestra voluntad de estar aquí y de
ver con ojos abiertos cuán grande es cada día, aquí en la rajadura del mundo.
~
El brote
de las preocupaciones
*
Cada uno
pasa los años con la propia savia que da forma a sus hojas. Cada uno toma el
agua negra y la luz del mundo, el agua clara y la oscuridad del mundo. Están
los cuerpos, está la historia, la geografía y el miedo. Ahora estamos en el
reino del miedo. El que es más anciano ha entendido muy bien que su fragilidad
se ha hecho de golpes más grandes. Y se puede pasar de esta triste soledad de
la casa propia a esa terrible del hospital. El mundo de las leyes y de las
normas debe curar su economía, pero haría bien a pensar también a su salud
moral. Una sociedad que se da cuenta de aquellos que sufren y hace algo por
ellos es una buena sociedad, es un punto de coagulación para evitar que todo
caiga en el egoísmo indiferenciado. Hoy no es difícil darse cuenta de que
nuestros ancianos están terremoteados. Su cuerpo es más que nunca en peligro. Y
ha caído la casa de la comunidad: los ancianos, antes de estar bajo techo, han
vivido un camino, una historia a la que pertenecen como una costilla al tórax.
Lo mejor que se puede hacer no es invocar los cuidados de los demás, sino que
ofrecer los propios. Los podemos dirigir a los ancianos que tenemos en la
familia y a aquellos de nuestro pueblo o de nuestro barrio e incluso a los
ancianos desconocidos. Su viaje hacia el fin puede ser ralentizado por las
curas médicas, pero más aún del brote de las preocupaciones a las que habíamos
llevado nuestra leña. No se puede quemar la muerte, sino que calentar la vida.
~
Tener un
pueblo
*
La
respuesta al dolor no es un silencio rencoroso, sino inclinarse a mirar mejor.
Tu dolor es también más grande de lo que te parece. Alguno, algo impide que
chorree todo, en parte se queda oculto. Casi todas las personas mueren sin
haber saboreado todo el dolor de una vida que llevan dentro. Ni toda la locura.
Casi siempre funcionan bien las federe, las huinchas aisladoras y funciona la
distracción que viene de los otros y del mundo. Esta mañana mi ha bastado salir
a hacer algunas fotos y el dolor se ha atenuado. El cuerpo dl mundo es más sano
que nosotros. Y el pueblo en el que vivo es una fortuna. Son una fortuna todos
los lugares sin disputa, los lugares donde las casas cuestan poco y no se
siente la presión de la economía. Los lugares considerados pobres se
transforman en farmacias. Son farmacias inmensas. Queriendo encuentras todo lo
que te sirve. Basta un gesto de confianza, basta que salgas a la calle y te
abandones a las cosas que hay. No debes hacer una investigación, no sales para
juzgar, sales sin querer nada y el lugar te cuida y no te pide nada a cambio.
Se puede hacer donde sea, pero es más fácil en los lugares que consideramos
menores, aquellos desocupados. Es más fácil mirar una puerta cerrada que una
puerta abierta. Ahora pienso en un árbol que ha crecido en una casa de mi
pueblo y que ha subido más allá de los techos, saliendo de la ventana. Se
necesita encontrar un pensamiento para los lugares que acogen escenas como
esta. Son los florecimientos del abandono, conviven junto a las reliquias del
mundo granjero, a los arreglos de una modernidad que aquí trae sus productos
menos sofisticados. Y, es más, a estos lugares no es que se trae el ceño
fruncido. Queda sorprenderse del cruce que se produce. Los pueblos italianos
nunca habían sido tan interesantes. Y los pueblos que han sufrido los
terremotos lo son todavía más. En los pueblos reconstruidos el paisaje no ha
podido asimilar las cosas nuevas, no ha podido darles las tintas más íntimas
del lugar. Por supuesto, estoy hablando de plantas, de piedras, de telas de
arañas, de manillas, falta el flamear de la carne, falta el deseo. Cuando sales
en estos pueblos ninguno se lanza sobre ti para besarte, ninguno te arroja
dentro de su boca, ninguno te cierra con los brazos. Y entonces nace la
necesidad de las residencias provisorias. Estos son lugares perfectos para
pensar, hacer fotos, recriminarte los propios fracasos. No se puede estar a
ultranza, ni siquiera se puede faltar a ultranza como lo está haciendo el mundo
ahora. Esta deserción de los pueblos es una ilustración eficaz de la idiotez
contemporánea. Solo un mundo poco imaginativo y, en el fondo, resignado puede
permitirse el lujo de no ver el tesoro que estamos dilapidando, ¡cuántos
recursos increíbles contiene un pueblo! Y dentro añado los silencios y los
cantos, el cansado doblez de los ojos y la bulliciosa vida que se recoge en un
dedo de tierra, en la punta de un ramo. El pueblo es naturaleza y empresa, es
una fábrica donde se producen sentimientos, miedos y desilusiones, esperas
traicionadas, indiferencias inusuales, presencias mudas, apoyos de los que no
te das cuenta. Tener un pueblo significa tener más mundo, significa tener el
mundo más el pueblo.
~
Carta a
quien no estaba
*
Para vivir con honor se necesita suspirar,
turbarse, pelearse, equivocarse, recomenzar de cero y botar todo y, de nuevo,
volver a luchar y perder eternamente. La calma es una cobardía del alma.
León Tolstoi
A
cuarenta años del terremoto, yo todavía estoy aquí para escribir de mi tierra.
Incluso cuando parece que la regaño, la molla que me mueve es el amor. La
reconstrucción no ha sido como esperaba. Y el desarrollo del que hablaban ha
llegado hace poco y para pocos. Las muchachas y los muchachos que no estaban
hace cuarenta años, ahora ni siquiera están, muchos han partido a buscar una
vida en la que poder al menos encontrar un modo para seguir adelante. Antes de
la pandemia, el terremoto era la historia más grande que había vivido. La
historia grande es aquella en la que tu vida se mueve dentro de una corriente.
Te puedes oponer, pero la corriente avanza. Tú, que durante el terremoto no
estabas, debes saber que a nosotros nos ha ido mal: no hemos logrado imprimiré
a la historia de nuestros lugares la dirección que queríamos. Ahora, sin
embargo, el asunto es más grande. En aquel tiempo se podía hacer cualquier cosa
de más, hoy la puesta en juego es una entre una calle que nos lleva al fin del
mundo sin detenerse y otra que nos previene de las investigaciones, que puede
llevar tiempo hacer otra cosa diferente. Quien hoy en día tiene veinte o
treinta años no debe sentirse privado de impulsos o fervores revolucionarios.
Simplemente han creado un plástico que nos separa de nuestra naturaleza más
verdadera, de nuestro deseo de pelearse para proteger nuestras verdades. Cuando
entramos a alguien, más allá de preguntarle cómo está, deberíamos preguntarle
cómo está su mundo, cómo está todo el mundo. Solo si pensamos al mundo como a
nuestro pueblo, como a nuestra casa, nuestro padre, solo así podremos
dedicarnos, con el mismo impulso, a nuestra vida y a la de los demás. El asunto
de la reconstrucción ha ido mal, como han ido mal casi todos los asuntos que
han sido seguidos a cada desgracia, por el simple hecho que después del fervor
democrático de reparar el daño, el poder retoma sus espacios y oculta los
golpes, y la desgracia se vuelve otro momento de ganancia. Poco a poco la
mayoría se resigna, algunos buscan sacar algún beneficio personal. Ojalá
continuar combatiendo, pero el horizonte es solo el de la propia vida. A menudo
las tragedias son la única posibilidad que tenemos para cambiar nuestro
destino, para no resignarnos a vivir la realidad como una forma de entretenimiento,
incluidas las veces en que nos indignamos, en que protestamos. La realidad es
un lugar sagrado en cada punto.
Tú, que al tiempo del terremoto no
estabas, deja temblar tu vida, hazla escapar del recinto en que la tienes
encerrada, porque ahora es normal que sea así. Se quieres alcanzar el corazón
de tu vida, búscalo en el corazón del mundo. No en un lugar preciso, no en un
palacio del poder: está en las calles por las que caminas. Deben subir los
cantos, los poemas, las pasiones íntimas y las pasiones civiles. Sirve una
misión que sea de todos, sirve la gran lucha para abolir las injusticias, sirve
la gran sensualidad de la revolución para botar por los aires los nidos del
miedo y de la flojera, sirve cualquier cosa que nos haga salir de la enfermería.
Se trata, mientras tanto, de mirar mejor aquello que estamos mirando. Se trata
de convencernos que, si alzamos nuestras flamas, la oscuridad del mundo se
esconderá.
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