A Rosa Maria Grillo
(Tumba de Il tuffatore, Paestum)
Una tumba, una lápida fúnebre
y en ella, como perro guardián cerca del amo,
el dibujo de un joven lanzándose
al vacío -finas
hebras del aire.
Espirales.
Columnas.
Un mar lo acoge.
¿Un mar o un cielo adormecido?
El joven cae con lentitud ingrave
igual que una promesa que no termina nunca
de cumplirse: nadador que levita
en una zambullida hacia la luz.
Ay, tuffatore, estás y siempre vuelves,
rebrotas con el Árbol Cenital de inmarchitables ramas
que regalan sus frutos prodigiosos
para salvar los dones de la tierra,
el nudo de las noches y los días,
la espiral del azar,
el amor y la música -dos formas
diferentes de llamar a lo mismo,
el latido del sol
entre el cielo y el mar, la caída y el éxtasis.
Con tu salto la muerte has traspasado.
Todo el espacio abre
ante tu vuelo inmóvil.
Profunda tumba azul.
Alejandro Duque Amusco (Sevilla, 1949)
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