martes, 20 de diciembre de 2022

manuel maples arce / de "andamios interiores"









Prisma

*

Yo soy un punto muerto en medio de la hora,
equidistante al grito náufrago de una estrella.
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,
y la luna sin cuerda
me oprime en las vidrieras.
                                                    Margaritas de oro
                                                    deshojadas al viento.

La ciudad insurrecta de anuncios luminosos
flota en los almanaques,
y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.

El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientrass que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.

El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
¡Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!

Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
las palabras mojadas se me echaron al cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómentros la arrancó de mis brazos.

Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca.
¡Y la locura de Edison a manos de la lluvia!

El cielo es un obstáculo para el hotel inverso
refractado en las lunas sombrías de los espejos;
los violines se suben como la champaña,
y mientras las ojeras sondean la madrugada,
el invierno huesoso tirita en los percheros.

Mis nervios se derraman.
La estrella del recuerdo
naufragada en el agua
del silencio.

                                Tú y yo

                                            coincidimos
                                            en la noche terrible,
meditación temática
deshojada en jardines.

Locomotoras, gritos,
arsenales, teléfrafos.

El amor y la vida
son hoy sindicalistas,

y todo se dilata en círculos concéntricos.

~

Flores aritméticas

*

Esas rosas eléctricas de los cafés con música
que estilizan sus noches con "poses" operísticas,
languidecen de muerte, como las semifusas,
en tanto que en la orquesta se encienden anilinas
y bosteza la sífilis entre "tubos de estufa".
 
Equivocando un salto de trampolín, las joyas
se confunden estrellas de catálogos Osram.
 
Y olvidado en el hombro de alguna Margarita,
deshojada por todos los poetas franceses,
me galvaniza una de estas pálidas "ísticas"
que desvelan de balde sus ojeras dramáticas,
y un recuerdo de otoño de hospital se me entibia.
 
Y entre sorbos de exóticos nombres fermentados,
el amor, que es un fácil juego de cubilete,
prende en una absurda figura literaria
el dibujo melódico de un vals incandescente.
 
El violín se accidenta en sollozos teatrales,
y se atragante un pájaro los últimos compases.
 
Este techo se llueve.
La noche en el jardín
se da toques con pilas eléctricas de éter,
y la luna está al último grito de París.
 
Y en la sala ruidosa,
el mesero académico descorchaba las horas.

~

Todo en un plano oblicuo…

*

En tanto que la tisis —todo en un plano oblicuo—
paseante de automóvil y tedio triangular,
me electrizo en el vértice agudo de mí mismo.
Van callendo las horas de un modo vertical.
 
Y simultaneizada bajo la sombra eclíptica
de aquel sombrero unánime,
se ladea una sonrisa,
mientras que la blancura en éxtasis de frasco
se envuelve en una llama d'Orsay de gasolina.
 
                                    Me debrayo en un claro
                                    de anuncio cinemático.
 
Y detrás de la lluvia que peinó los jardines
hay un hervor galante de encajes auditivos;
a aquel violín morado le operan la laringe
y una estrella reciente se desangra en suspiros.
 
Un incendio de aplausos consume las lunetas
de la clínica, y luego —oh anónima de siempre—
desvistiendo sus laxas indolencias modernas,
reincide —flor de lucro— tras los impertinentes.
 
                                    Pero todo esto es sólo
                                    un efecto cinemático,
 
porque ahora, siguiendo el entierro de coches,
allá de tarde en tarde estornuda un voltaico
sobre las caras lívidas de los "players" románticos,
y florecen algunos aeroplanos de hidrógeno.
 
En la esquina, un "umpire" de tráfico, a su modo,
va midiendo los "outs", y en este amarillismo,
se promulga un sistema luminista de rótulos.
 
Por la calle verdosa hay brumas de suicidio.
 
~
 
A veces, con la tarde…
 
*

A veces, con la tarde luida de los bordes,
un fracaso de alas se barre en el jardín.
Y mientras que la vida esquina a los relojes,
se pierden por la acera los pasos de la noche.
 
                                    Amarillismo
                                    gris.
 
Mis ojos deletrean la ciudad algebráica
entre las subversiones de los escaparates;
detrás de los tranvías se explican las fachadas
y las alas del viento se rompen en los cables.
 
Siento íntegra toda la instalación estética
lateral a las calles alambradas de ruido,
que quiebran sobre el piano sus manos antisépticas,
y luego se recogen en un libro mullido.
 
A través del insomnio centrado en las ventanas
trepidan los andamios de una virginidad,
y al final de un acceso paroxista de lágrimas,
llamas de podredumbre suben del bulevard.
 
Y equivocadamente, mi corazón payaso,
se engolfa entre nocturnos encantos de a 2 pesos:
amor, mi vida, etc., y algún coche reumático
sueña con un voltáico que le asesina el sueño.
 
Sombra laboratorio. Las cosas bajo sobre.
Ventilador eléctrico, champagne -|- F.T.
Marinetti = a
 
                                    Nocturno futurista
                                    1912.
 
Y 200 estrellas de vicio a flor de noche
escupen pendejadas y besos de papel.

~

Tras los adioses últimos

*
               
Tardes alcanforadas en vidrieras de enfermo,
tras los adioses últimos de las locomotoras,
y en las palpitaciones cardíacas del pañuelo
hay un desgarramiento de frases espasmódicas.

El ascensor eléctrico y un piano intermitente
complican el sistema de la casa de "apartmentes",
y en el grito morado de los últimos trenes
intuyo la distancia.

A espaldas de la ausencia se demuda el telégrafo.
Despachos emotivos desangran mi interior.

Sugerencia, L-10 y recortes de periódicos;
¡oh dolorosa mía
tú estás tan lejos de todo,
y estas horas que caen amarillean la vida!

En el fru-fru inalámbrico del vestido automático
que enreda por la casa su pauta seccional,
incido sobre un éxtasis de sol a las vidrieras,
y la ciudad es una ferretería espectral.

                              Las canciones domésticas
                        de cocos a la calle.

(¡Ella era un desmayo de pretigios supremos
y dolencias católicas de perfumes envueltos
a través de mis dedos!)

Accidente de lágrimas. Locomotoras últimas
renegridas a fuerza de gritarnos adiós
y ella en 3 latitudes, ácida de blancura,
derramada en silencio sobre mi corazón.

***
Manuel Maples Arce (Papantla, 1900-Ciudad de México, 1981) Andamios Interiores. Poemas Radiográficos. México: Editorial Cultura, 1922.

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