sábado, 3 de diciembre de 2022

vanessa martínez rivero / dos poemas












Un muerto

*

                ¡Qué cielos! Más blancos que los muertos 
                    que siempre me despiertan suaves;
                    llevan los pies descalzos; no van lejos.

                                                        Salvatore Quasimodo

Un muerto
es un muerto,
muchas cosas lo son.
Muchas cosas aún debe.
Contempla desvanecer su escarcha en cuerpos felices.
Se desfigura en la memoria de quienes quiere,
pierde el vocablo inútil cuando se habita.
Pajarraco en su pico,
pierna de cuerno
bañado en petróleo,
mar de aniquilamiento,
de rudimentaria automoción
y corazón ortopédico.
 
Cojea en el pensamiento del vértigo, tantas veces amado.
 
Los muertos se reinventan
en cada palabra negada.
Reciclan un ala como brazo,
para  agitar su escarcha ilusoria.
Nos cantan la estación
de nuestro propio abrazo.
 

Un tercer ojo para el tiempo de la tristeza

*

¿Por qué las coronas?
¿Por qué obstaculizar con hiel el peldaño del valor?
Hemos perdido el balbuceo
El resoplar en la meta es un ahínco sobre los ojos vividos
Transporta rezos de fuego
                        para humedecer las mejillas
                                                  y desacelerarnos sobre el trecho del recuento
¡Oh lánguida sombra!
¡Oh lánguida y travestida patria!
Ocultando el corazón
Marcapaso de mi ávido devenir
¿Podré perderme entre las razas sin dejar derramar mi luz?
¿Podré cantar, yo, olvidada voz, la desmemoriada letanía que nos incendia?
¡Esta sirena que chilla
             paralizará las marchas de los escudos!
 
Roma
Roma que es igual al amor invertido
Se nos incendia
 
Y los ojos vividos como coros orgullosos
nos escrutan con disimulo felino
Como si no supiéramos también sobre la tristeza de los gatos
                         que lloran nocturnos desde su sexo
                                     bajo el brillo de la única perla.
 
Circulamos sobre criptas donde Mona Lisa
                                     Esculpida
Se vuelve infinita
                             y roza las incertidumbres de las aflicciones
 
Es cierto: ¡todos han muerto!
Van eunucos de nuestra pasión
Procesión de la insalubre vergüenza pasiva,
Para llegar y preguntarnos, cristianos,
                                                 en el calvario de sus ojos:
“¿Por qué me has abandonado?”
 
Los tristes somos de izquierda noble
antagónicos de la real condición
Vestimos una frontera de juncos amarillos
donde insectos
                 en sus puntas
defecan y destilan sus venenos
Lo chupamos todo
                     Ebrios
                     e inexcusables
Vibramos ante la sobredosis publicitaria de las urnas
          Con las venas inundadas
                      por el torrente de lo que significa ser una cruz.
 
El índice es una noche sin perlas
ni diamantes
Que oculta la ciudad con su chorreada dactilar
Color del hematoma profundo que nos traga
Tal vez la devoción etílica
solo sea el torbellino
que los amigos ansían siempre
para destruir las grandes fiestas
Ni todo el color del hematoma
que nos empobrece
impide el incendio de:
 
Roma
Roma que es igual al amor invertido
Se nos incendia.

***
Vanessa Martínez Rivero (Lima, 1979)

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