Sumario Lírico
*
En esta ventana de ver pasar los barcos en vidrieras,
comienzo despacio a reescribir el mundo quedo
que es el único que conozco y vivo, sé y de memoria veo.
Nadie me dio otras formas que no las mías
pero me dieron todos juntos el cerne de las palabras.
Me reescribo a mí misma sin otra alternativa.
Y recuerdo a los otros de fuera de la vidriera, mudos
pero autores cada uno en su frasear, generosos
cuando me reconocían en muchos años de vida.
Deudora soy, incluso de los idos, de exangües voces
calladas para siempre en los libros en que las leyera.
En tantas vidrieras que espejaron caras, ojos
de cada mirada de imágenes propias de cada uno.
Estaba en el lejano fondo el mar redito, el sol,
los barcos en el muelle, que también em vidrios estaban.
Pasa tú, delfín, piloto ciego, después cadáver,
que tal vez me condujese entre los barcos del muelle,
cuando el dorso de plata y el filo pasaban
en las horas visuales de las mañanas de junio y julio mías,
de par en par la mirada abierta al aire del sol de la sal.
Imágenes que siempre os quedáis en estas vidrieras,
prestad vuestro vidrio y reverbero a la luz
del faro extinto, en otras vidas que antes
narraban que yo había ya nacido,
cuando os vi, faro, y os guardé, imágenes.
El color de plata de los bultos es hoy negro, manchas
con la noche embebida, tantas veces con-sustancial.
Es así como la vidriera anochece delante de los ojos,
diariamente sumando años, minutos indivisos.
Pero, cisco en el vidrio, por la ley de la perspectiva, punto.
~
En la Calle de las Mónicas
*
A mis veinte años, almorzar en casa de Sofía era oír hervir a borbotones, freír en la cocina, jadear la cafetera de la poesía. Era ver al ama de Sofía, y de todos los hijos, de muchos versos, cuidar de muchas generaciones de memorias, en el hogar de esos versos tan caseros. Y era beber, allí, en la mesa, un agua que, más que la del grifo, concitó el mar a cada vaso. Era mirar un rostro de coral (lo que exorciza las Furias, en la cocina) un rostro de mar nuevo, de geografía. Era escuchar las palabras dar un poco de vocablo griego para sabiduría, lo que me confirma el poder de los nombres, al ser Verbo, sobre los seres y las cosas. Era sentarme, lado a lado, en el espacio irradiante de la voluble chimenea, en otoño apagada, en primavera encendida, y con la llama alimentada por papéis corrompibles de otra política (que no la de su humanidad), que la prudencia mandaba destruir en el fuego. Era entrar y salir por la puerta de las Mónicas, la de las mujeres congregadas bajo invocación de la madre de Agustín, lo que para mí celebraba también el amor de madre, de la vieja ama, de la Poesía.
~
Nada tan silencioso como el tiempo
*
Nada tan silencioso como el tiempo
en el interior del cuerpo. Porque pasa
con un rumor en las piedras que nos cubren,
y por el sonoro desaliño de algunos árboles
que son nuestros cabellos imaginarios.
Hasta en los iris de los ojos el tiempo
hace estallar chispas de luz breve.
Sólo en el interior sin nombre de nuestro cuerpo
o esfera húmeda de algún astro
ignoto, en una órbita apartada,
el tiempo calladamente persigue
la sangre que se desvía sin sonido.
Entre el principio y el fin viene a corroer
las vísceras, que ocultamos como la Tierra.
Trinan los labios nuestros, a semejanza
de las musicales mañanas de los pájaros.
Incluso los oídos cantan hasta la noche
oyendo el amor de cada día.
La piel escurre por el cuerpo, con su correr
de agua, y las lágrimas de la angustia
son estridentes cuando buscan el eco.
Pero no sentimos dentro del corazón que somos
hijos dilectos del tiempo y que, si hoy amamos,
fue después de haber amado ayer.
El tiempo es silencioso y enigmático
inmerso en el denso calor del vientre.
Guardado en el silencio más espeso,
el tiempo hace y deshace la vida.
~
Considero a la vista el poema
una gota de lodo, pues es posible
pintarlo con el pico superior alto
y la panza rotunda llena
de esquirlas y de depósitos.
Oscuro y pavoroso fue como
los renacientes me indicaron
el abismo del mar. Los hipostáticos,
los frenéticos románticos
al sentir brotar el terror existencial,
vieron que el elemento agua
empapaba el alma y los ojos
sin diferencia, y que el estrépito
de las situaciones extremas en el mar
traducía el pánico de morir.
* * *
Considero el poema el mar,
con una pasta violácea
en el lugar más adecuado al agua.
También tiene un fondo
de desperdicios, una dimensión
espaciosa lleno de osamenta
suelta, que me obliga
a rechinar como un arte
mis huesos de poeta,
sin ninguna creencia herética,
sino la de que la muerte tuvo nociones
diversas y que la noción más cruel
fue la que la asemejó tanto
a la vida, que mis contemporáneos
la sienten como siendo asistida
inmediatamente por su consciencia.
* * *
Para quien como yo vio
el propio cuerpo del poema
tomar una configuración blanda,
semejante a un licor
en gotitas o a la de coágulos,
estando lejos de mí en este caso
una asociación de ideas
con la muerte o la agonía,
esta hora es ya
la imagen de púrpura
de un ocaso impersonal.
Mirando como una bóveda
de piel plástica extendida
y estirada por los querubines,
que no quiero olvidar
como ángeles necesarios,
que los bizantinos confundieron
en demasiados detalles
con aves nítidas, tantas veces
azules mientras el cielo se doraba.
***
Fiama Hasse Pais Brandão (Lisboa, 1938-2007)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez
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Sumário Lírico
*
Nesta janela de ver passar os barcos em vidraças,
começo devagar a reescrever o mundo quedo
que é o único que conheço e vivo, sei e de cor vejo.
Ninguém me deu outras formas que não minhas
mas deram-me todos juntos o cerne das palavras.
Reescrevo-me a mim própria sem outra alternativa.
E recordo-me dos outros de fora da vidraça, mudos
mas autores cada um no seu frasear, generosos
quando me reconheciam em muitos anos de vida.
Devedora sou, mesmo dos idos, de exangues vozes
caladas para sempre nos livros em que as lera.
Em tantas vidraças que espelharam caras, olhos
de cada olhar de imagens próprias de cada um.
Estava no longínquo fundo o mar redito, o sol,
os barcos na Barra, que também em vidros estavam.
Passa tu, golfinho, piloto cego, depois cadáver,
que talvez me conduzisse entre os barcos da Barra,
quando o dorso de prata e o gume passavam
nas horas visuais das manhãs de Junho e Julho minhas,
de par em par o olhar aberto ao ar do sol do sal.
Imagens que sempre ficais nestas vidraças,
emprestai vosso vidro e revérbero à luz
do farol extinto, em outras vidas que antes
narravam que eu era já nascida,
quando vos vi, farol, e vos guardei, imagens.
A cor de prata dos vultos é hoje negra, manchas
com a noite embebida, tantas vezes co-substancial.
É assim que a vidraça anoitece diante dos olhos,
diariamente somando anos, minutos indivisos.
Mas, cisco no vidro, pela lei da perspectiva, ponto.
~
Na Rua Das Mónicas
*
Nos meus vinte anos,almoçar em casa de Sofia era ouvir ferver em cachão, frigir na cozinha, arfar a cafeteira da poesia. Era ver a ama de Sofia, e de todos os filhos, de muitos versos, cuidar de muitas gerações de memórias, no lar desses versos tão caseiros. E era beber, ali, na mesa, uma água que ,mais do que a da torneira, concitou o mar para cada copo. Era olhar um rosto de coral(o que exorciza as Fúrias, na cozinha) um rosto de mar novo,de geografia. Era escutar as palavras da bocado vocábulo grego para sabedoria, o que me confirma o poder dos nomes, ao serem Verbo, sobre os seres e as coisas. Era sentar-me, lado a lado, no espaço irradiante da volúvel lareira, no Outono apagada, na Primavera acesa, e com o fogaréu alimentado por papéis venais de outra política (que não a da sua humanidade), que a prudência mandava destruir no fogo. Era entrar e sair pela porta das Mónicas, a das mulheres congregadas sob invocação da mãe de Agostinho, o que para mim celebrava também o amor de mãe, da velha ama, da Poesia.
~
Nada tão silencioso como o tempo
*
Nada tão silencioso como o tempo
no interior do corpo. Porque ele passa
com um rumor nas pedras que nos cobrem,
e pelo sonoro desalinho de algumas árvores
que são os nossos cabelos imaginários.
Até nas íris dos olhos o tempo
faz estalar faíscas de luz breve.
Só no interior sem nome do nosso corpo
ou esfera húmida de algum astro
ignoto, numa órbita apartada,
o tempo caladamente persegue
o sangue que se esvai sem som.
Entre o princípio e o fim vem corroer
as vísceras, que ocultamos como a Terra.
Trilam os lábios nossos, à semelhança
das musicais manhãs dos pássaros.
Mesmo os ouvidos cantam até à noite
ouvindo o amor de cada dia.
A pele escorre pelo corpo, com o seu correr
de água, e as lágrimas da angústia
são estridentes quando buscam o eco.
Mas não sentimos dentro do coração que somos
filhos dilectos do tempo e que, se hoje amamos,
foi depois de termos amado ontem.
O tempo é silencioso e enigmático
imerso no denso calor do ventre.
Guardado no silêncio mais espesso,
o tempo faz e desfaz a vida.
~
Considero à vista o poema
uma gota de lodo, pois é possível
pintá-lo com o bico superior alto
e o bojo rotundo cheio
de esquírolas e de depósitos.
Escuro e medonho foi como
os renascentes me indicaram
o abismo do mar. Os hipostáticos,
os frenéticos românticos
ao sentir brotar o terror existencial,
viram que o elemento água
ensopava a alma e os olhos
sem diferença, e que o estrépito
das situações extremas no mar
traduzia o pânico de morrer.
* * *
Considero o poema o mar,
com uma pasta arroxeada
no lugar mais adequado à água.
Também tem um fundo
de desperdícios, uma dimensão
espaçosa cheio de cavername
solto, que me obriga
a ranger como uma arte
os meus ossos de poeta,
sem nenhuma crença herética,
senão a de que a morte teve noções
diversas e que a noção mais cruel
foi a que a assemelhou tanto
à vida, que os meus contemporâneos
a sentem como a ser assistida
imediatamente pela sua consciência.
* * *
Para quem como eu viu
o próprio corpo do poema
tomar uma configuração mole,
semelhante a um licor
em gotículas ou à de coágulos,
estando longe de mim neste caso
uma associação de ideias
com a morte ou a agonia,
esta hora é já
a imagem de púrpura
de um ocaso impessoal.
Olhado como uma abóbada
de pele plástica estendida
e repuxada pelos querubins,
que não quero esquecer
como anjos necessários,
que os bizantinos confundiram
em demasiados pormenores
com aves nítidas, tantas vezes
azuis enquanto o céu se dourava.
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