Testamento
*
¡A vosotros, a todos vosotros los que puro
cariño me brindasteis!... Con intelecto claro
y con hondo sentir y con valor seguro,
capitán de mi propia fortuna, me deparo
el singular vehículo que me lleva a la suerte;
y si, privilegiado, devolver puedo al suelo
la vida que me diera, la gloria de mi muerte
os lego y mi leyenda: ¡que acorde con el cielo
quise morir; que un día
se estremeció mi barro de antigua bizarría
hispana, inglesa e india, mis tres sangres, y tuve
un coraje de siglos y de razas y de
saber ser mar, volcán y roca y río y nube
por orgullo y nobleza y por gracia y por fe!
~
Primera carta
*
Salimos de nuestro campamento en Suffolk
casi al anochecer.
La banda no dejó de tocar un momento
hasta partir el tren.
En la estación nos besaron las muchachas.
Yo creo que lloré.
Nos embarcamos quién sabe en qué puerto
muy entrada la noche.
La travesía fue desesperante:
¡Navegar en oscuro y sin saber a dónde!
Corrió la voz de que íbamos a Rusia:
¡Horror de horrores!
Pero desembarcamos sin cuidado
en Bélgica o en Francia.
El cañoneo se oye como debajo de la tierra.
Lo que sentimos es religiosidad bárbara,
lo que he visto sentir a las bestias
cuando retumba el suelo en Nicaragua:
Necesidad de mugir mirando al cielo
y de volver y revolver los ojos
y de sobresaltarse
como se sobresaltan los toros.
Estamos impacientes por entrar en batalla
y relinchamos como jóvenes potros.
~
Heridos
*
He visto a los heridos:
¡Qué horribles son los trapos manchados de sangre!
¡Y los hombres que se quejan mucho;
y los que se quejan poco;
y los que ya han dejado de quejarse!
Y las bocas retorcidas de dolor;
y los dientes aferrados;
y aquel muchacho loco que se ha mordido la lengua
y la lleva de fuera, morada, ¡como si lo hubieran ahorcado!
~
Curiosidad
*
Aquí estamos nosotros,
allá está el enemigo.
No nos dejamos ver,
ni él se deja tampoco.
De tiempo en tiempo
nos cambiamos un tiro.
Nosotros disparamos entre risas:
¡A ver si hace una baja!
Él también se reirá.
Nuestras carcajadas son pueriles.
Sus balas silban sobre nuestras cabezas,
o levantan pajaritos de lodo
frente a nuestra trinchera.
Al disparar él debe de haber reido.
Tengo ganas de verlo.
Me siento como se sentiría
un príncipe de cuento
que ha cambiado palabra y corazón y anillo
con una princesa de otra raza
a quien jamás ha visto.
Lejos de tenerle odio,
como que voy queriendo a mi enemigo.
~
Elegía
*
1.
Mi compañero ha muerto.
La confusión en el asalto
nos separó un momento.
¡Un momento, y ahora es para siempre!
Quiero estar solo,
escondido de todas las miradas
para decir mi queja.
2.
¿Cómo puede seguir en la pelea
si me había vestido de valor
sólo porque jamás en su presencia
me atreví a desnudar
la natural flaqueza de mi espíritu?
3.
¡Hermano y más que hermano!
Ahora que me faltas
doblemente me pesan los arreos.
El viento sopla dos veces más helado.
¡Si serás tú el que vive, yo el que ha muerto!
Todo está tan cambiado.
4.
Así como en las copas de los buenos festines
rebosa el vino obscuro
y deja roja mancha en los manteles,
tus ojos rebosaban cariño
y tu rostro
se inundaba de rubores.
5.
Tu mirada
era más dulce que el sueño y más consoladora,
y era mejor que el baile con mujeres
luchar contigo cuando helaba,
sentir tu aliento puro en las mejillas
y tu púgil vibrar en todo el cuerpo.
6.
¿Dónde estará la doncella
—predestinada a una viudez de virgen—
a quien tu beso, tu beso y no el de otro,
debiera haber fecundizado?
Yo le diría: "¡Hermana,
toma mi cuerpo que supo ser tan suyo
que aunque no sangra, siente
la herida que a su cuerpo dio descanso!"
~
Fuerza
*
Después de cada ataque,
al rehacerse los batallones,
nos encontramos con camaradas nuevos.
Hay que aprender sus nombres
y oír las descripciones de sus novias
y los planes que tienen.
El que menos, se cree con derecho
a ser feliz mañana.
Cercanos a la muerte,
íntimos suyos,
sus cortesanos familiares,
oyendo todas las voces que da,
los gritos sofocados,
los largos alaridos
y los quejidos roncos,
conocedores de los gestos que hace
y de las muecas,
viendo cómo su propio número se diezma cada día,
todos son, sin embargo, a su juicio,
legendarios Aquiles
que escudan con ensueño
el talón vulnerable.
Hasta yo, que sé cuando delirio,
hallo imposible creer que a mí me maten.
~
Prisioneros
*
Son gente.
De eso no cabe duda.
Gente como nosotros,
que come, que duerme, que se entume, que suda,
que odia, que ama.
Gente como toda la gente,
y sin embargo — diferente.
Como les hemos arrancado
todos los botones
caminan agarrándose
los pantalones,
y llevan el cuerpo doblegado.
Pudiera ser cansancio,
pero no es eso.
Pudiera ser vergüenza...
En fin, qué nos importa:
¡Son nuestros prisioneros!
Está prohibido darles cigarrillos.
Bien. Se los daré a escondidas.
Alguno de ellos debe de haber leído
a Goethe; o será de la familia de Beethoven
o de Kant; o sabrá tocar el violonchelo...
~
Carta
*
¿Y de qué sirve la guerra?
¡Si al fin he peleado
y no sé decirte de veras
si soy valiente,
porque no me fijé!
¿Pero leíste mi nombre en los periódicos?
Dicen que me van a dar una medalla.
Te la voy a mandar por si te gusta
contar que eres mi novia.
Entonces tal vez tenga
la guerra algún sentido.
Porque todo es en vano
si no engendra cariño,
y hay tanto odio, tanto,
que debe ser pecado
sin duda ser soldado.
Me dan vergüenza las palabras
hermosas que me escribes,
y tu valentía de hembra
que me esconde tus lágrimas.
No puedes escondérmelas,
que siempre que tú lloras
lo siento yo en el alma.
Quiero, por si me muero,
confesarte que casi
todas las noches lloro,
pero que sin embargo
me estoy poniendo gordo,
y ya nada me importa,
quienes ganen o pierdan,
pues, no sé cómo, ahora
lo único que creo
es que la guerra es mala.
Tus palabras hermosas
me avergüenzan por eso.
~
Carta
*
Ya me curé de la literatura.
Estas cosas no hay cómo contarlas.
Estoy piojoso y eso es lo de menos...
De nada sirven las palabras.
Está haciendo frío
por unas razones muy sencillas
que no recuerdo ahora.
Tal vez porque es invierno.
Unos libros forrados
que hallarás en mi casa
explican con lucidez indiscutible
la razón de las temperaturas.
Cuando me escribas, dime
por qué hay calor y frío.
¡Fuera horroroso
morirme en la ignorancia!
Las luces Verey son
lo más bello del mundo.
La No Man's Land parece
un país encantado.
He visto mi propia sombra
alargarse al infinito.
Y me han brotado mil sombras
rápidas de los pies.
Y se han ido estirando
más veloces que un sueño;
y después han corrido
de nuevo a mis zapatos.
Todavía les tengo
más temor a las sombras que a las balas.
Aunque son un encanto
las luces: verdes, blancas,
azules, amarillas...
Me he diluido en sombras
y me he ido corriendo
a más allá del mundo.
Me han parecido música
las luces. Me he sentido
el Prometeo de Scriabín.
Después me ha dado espanto.
Unos libros forrados
que hallarás en mi casa
explican con lucidez indiscutible
el porqué de los miedos.
Cuando me escribas dime
cómo se es valiente.
¡Fuera horroroso
morirme en la ignorancia!
~
Meditación
*
De deferencia en deferencia
perdemos la inocencia
y el hombre justo tórnase malvado.
No recuerdo haber hecho
maldad ninguna para mi propio agrado:
siempre fue por dar gusto a los demás.
El camino derecho
es el que se anda solo, sin compañía.
El alma colectiva es la de Satanás:
ya lo tengo probado.
¡ Soledad, en ti el alma no se empaña!
Pura se tiene, pura
como el canto de un pájaro que canta solitario,
como una estrella sola en una noche obscura!
Faltos de voluntad, perdido el fuerte
don de ser solos, vamos a la muerte.
Nos obliga el espíritu gregario.
Y nada es tan cobarde ni tan mezquino
como el morir uniformados mil al día,
renunciando el derecho divino:
la individualidad de la agonía.
Salomón de la Selva (León, 1893-París, 1959) El soldado desconocido. México: Editorial México Moderno, 1922.
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