6.
Mi patria legítima
no es ésta, formada
de piedra corrompida
y barro resentido;
este rincón estéril
gobernado por la envidia
y la codicia inflexible
revestida de elegancia.
Mi verdadero hogar
de jardines verticales
y cascadas eternas,
se despierta
en la perfecta oración
de los santos retirados
en la intimidad vegetal
de la verde médula
y el canto.
Rústica sabiduría
de la corteza
del árbol aéreo
que se alza
sobre las estrellas…
Quietud del corazón
que se recuerda
gota atemporal
del luminoso mar.
~
13.
¿Qué puedo ofrecerte, flor de mayo, si nada poseo? No es mío el viento que mueve mi vida, ni el aire que me abraza, nutre y me permite. No es mío el suelo que recibe mis pasos, ni el aliento que hace prosperar mi huerta. No es mía la quebrada que me sustenta, ni el río que limpia mis tristezas y me renueva. No son mías las vicuñas que corren las pampas, ni el ichu que mastican las llamas, ni los árboles de sombra y ciencia. Si soy yo quien pertenece a las montañas, a la atmósfera, a la tierra. Y soy la hechura de su crianza, de su fiera ternura, de la templanza de los abismos; y de la rústica sabiduría del cactus amargo, que no precisa de mis cuidados. Soy yo quien a todo se debe, roca de la roca, fuego del fuego, hijo de las entrañas cálidas… ensalzando al Padre de los ciervos y de los cielos. ¿Qué puedo ofrecerte, más que mi aliento que no es mi aliento, mi palabra que no es mía, mi sangre y mi cuerpo? De Ti, océano a quien nadie adueña, viene mi sosiego. Y eres Tú quien canta y se regocija en mi pobre voz, que no cesa de alabarte; en mis palabras opacas que carecen del brillo suficiente para siquiera nombrar el más lejano de tus nombres. ¿Qué puedo ofrecerte, sino mi aliento que es Tu aliento, mi voz que es Tu voz? ¿Qué puedo darte que no sea Tuyo? No más que ofrendarTe cada respiro, cada pensamiento de mi corazón enamorado de Tu pureza indecible, de Tu piedad sin la que nada germina y fructifica.
~
27.
Yo soy el bosque. Hundo mis raíces en la tierra y bebo el aliento geológico que remonta las eras y las sustenta, desde sus principios. En mi boca cantan las aves de mil colores; los troncos secretean sus arcanos y susurra el rocío su procedencia. Cada uno de mis árboles sabe la ciencia perfecta: acompasar sus respiros con el pulso inadvertido del planeta.
Las savias recorren mis arterias vivificándome, impregnando mis olores con perfumes vegetales de sutil entendimiento. Mis huesos se endurecen con raíces y cortezas. Los cantos prolongados y secretos me elevan a lo innombrable. La liana amarga revela los misterios o los fecunda. Despierta el resplandor de media noche. ¡Bendita luz que regenera!
El tigre negro baja de montañas indescifrables o emerge de lagos sin nombre; su garra protege mis sueños. Mi palabra es un río que todo lo traga, lo ahoga, lo arrastra y lo renueva. No es mía mi voz, ni soy yo quien se afirma; sino que a través mío se sucede la voz agreste de los renacos, y el cauce nutrido que desciende silbando y preña el mundo, haciéndolo florecer.
Yo soy el bosque. Y en mi voz cantan los sabios antiguos; y brilla el conocimiento perfecto de los médicos de antaño. ¡Vengan los humildes a alimentarse! ¡Los pobres de espíritu! ¡Acérquense todos los cansados! En las sombras aromáticas hallarán brisa y alivio. Pues no toca mi suelo el sol de los opresores. Mi poema es nocturno y responde al aliento oculto, a la luz interior. Soy el oriente del oriente, la selva invisible, la fotosíntesis que diluye los pesares.
Yo revelo la hondura del instante múltiple y lo ilimitado del segundo que se expande. Desde la unidad de mi corona dorada y mis remedios, nace una copla que adormece a las fieras… Y da vida a los agonizantes. Mis aguas generosas son manantial de vida eterna, único alivio en la impermanencia.
A través mío corre un caudal luminoso de misericordia, capaz de consolar toda tristeza, de enmendar todo camino, de reponer todo desaliento. Y cada hoja mía, cada insecto, cada piedra y tallo, cada palmo de mí, no sabe otra cosa que alabar a la raíz inmaterial de la existencia.
Aquel que me preñó de amor.
~
65.
Es posible que Dios
sea vida en la intimidad
de sus infinitas criaturas.
Y que conocerse a uno mismo
sea contemplar a Dios
en el húmero íntimo
hasta que nada quede
de quien conoce y ha nacido
salvo lo increado del respiro.
Es posible que sea Dios
Aquel que solo por sí mismo
es gozado y conocido.
Y no siendo más que su latido
al fin ser nosotros mismos.
Pedro Favaron (Lima, 1979)
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