jueves, 4 de noviembre de 2021

iris kiya / selección de textos









Mi depresión, en un comienzo, fue provocada por una separación. Más tarde supe que aquella depresión se había iniciado a los siete. El año del brío mostaza, como le llamo yo, me derrumbé por dentro. Tengo una familia trivial. Mi madre apenas terminó el bachillerato, mi padre huyó literalmente del salón de clases y todo lo que aprendió fue por las horas que se postraba en su sillón rojo vino y miraba una tras otra película. Lo demás fue cosa del tiempo, las amistades y la cerveza. Mis hermanas, ya lo dije alguna vez, pero recalco que la mayor era la canuta del dinero y el poder. Y la otra solo sentenciaba frases coherentes cuando se dio cuenta que su enfermedad podía llamar la atención, hasta que cayó muerta en el hospital. La única alegría que yo buscaba cuando niño, era esconderme de la segunda hermana y esperar el día entero para que no me encontrara y me diera de puntapiés. Lo otro era evitar los guisos de todos los días de mi madre. Yo recuerdo el día exacto que dejé de comer, y entonces supongo que la tristeza se hizo latente, se volvió más amarilla, como la bilis.

La depresión profunda inhabilita al artista, en realidad inhabilita a cualquier ser humano. Entiendo igual que las depresiones tienen varios momentos en sus procesos de curación. Yo solo recuerdo con claridad los meses que empecé a sentirme mejor. La angustia estaba y estaría siempre, como un perrito faldero que me podía inmovilizar de un mordisco.     

No está demás decir que, en mi tránsito por explorar las distintas artes, llegué a la lectura y escritura. Es obvio también que mis padres y mi familia en general creían que ambos eran oficios perdidos, o de perdedores. Quizá porque ellos mismos se ven así y aspiran a que alguien más tenga un estatus, no sé si estatus es la palabra correcta, rango o servicio. Dado que el oficio de escritor me pasó como un volador en época de ventiscas. Confié ciegamente en mi verborrea; y pude tener a cuanta mujer se cruzara en mi camino, pero el resultado nunca fue bueno, porque siempre terminaban dejándome solo. Y así sucedió con mi familia también; pero quizá es lo único que me permitió ser feliz, feliz en el sentido de poder huir de aquello que siempre te ha sometido. Aunque luego uno se siente culpable, porque la sangre es más fuerte que todo lo demás y esta te mate de a poquito.

De vez en cuando la angustia me inmovilizaba y terminaba postrado en la cama, pero aun así lo único que tenía para sentirme mejor, era la verborrea ésta a la que me he referido. Me hablaba a mí mismo con tal de que me he referido. Me hablaba a mí mismo con tal de poder sentirme bien y así inicié con ciertos trabajos, que me permitieron hacer de vendedor de libros hasta soldador de camiones. Luego empecé el viaje por la ruta austral. El viaje me hizo trocador de historias. La depresión hizo pobre mi lenguaje. Yo quería solemnemente ser poeta, escribía mucho, pero me faltaba leer más y no importara cuánto leyera, simplemente no se me daba. Siempre terminaba por dar un testimonio de lo que me era imposible hacer, como ahora. La verdad, no creo poder escribir poema alguno, y si lo hago, de seguro que no será de mi autoría. ¿Acaso este miedo es el que me ha transmitido mi madre, mientras hacía dulces para vender, hasta las tres de la mañana, ganar dinero y evitar ir a las clases de matemáticas? Yo nací muy tarde, quizá en el momento en que los padres no piensan en un hijo, sino más bien en los nietos. Entonces, esto me ha hecho pensar, que mi miedo es el tiempo, miedo de no poder tener suficiente para poder escribir lo correcto, sino también, miedo de morir trabado por mis propios textos. 

Para terminar con este escrito, es importante hablar de mi padre, como dije, el aprendió más de las películas que lo que un profesor podría enseñarle en una clase. Era un hombre simple, admirablemente simple. Se contentaba con explicaciones sencillas, pero grandilocuentes. Llegué a pensar que eso lo hacía más poeta que yo y que quizá su vida era incluso más poética que la mía, por ser altamente trágica en su pie de cañón, estando sobrio o ebrio. Pero nunca pude distinguir cuál de los momentos era más latente. Desde niño nunca dejé de pensar que mi padre era también un infante, no por aquella explicación que dice que los hombres son niños grandes, sino más bien, porque quizá su infancia fue crudamente simple. Nunca lo vi como a un padre, siempre fue un hombre aquejado de una tristeza que quiso mellar con el amor. No pudo. Con esto quiero decir, para qué creer en el amor -en el caso de mi padre- cuando tienes la fuerza de aquellos típicos personajes de las películas americanas. Para qué creer en el amor, si asar la carne era la única cosa que lo hacía realmente feliz, pero ni siquiera la comía. Fue acaso mi padre, ¿el principio de todos mis males? Clínicamente podría culparlo, pero prefiero pasar la culpa a mi hermana muerta. Esta me da más posibilidades de herirla y luego llorar por ella.

~

Mis viajes no son imaginarios,
los llevo en la punta de la lengua.

~

La destrucción del padre

*

El encuentro de un paraguas y una máquina de coser.
Un encuentro incongruente en una sala de clases
            y una habitación.
Mi padre me espera a la salida del colegio,
no por deseo,
sino porque sabe que lo van a matar.
Su soberbia me ha traído melancolía.
Mi padre jamás se refugiaría bajo un paraguas,
los hombres que están condenados a muerte,
desde que nacen,
no son afectos a los paraguas,
ni a las máquinas de coser.
Por eso nunca esperan a salir del colegio.
Por eso nunca esperan a salir de su propia habitación.
Nunca habrá infancia para un hombre
que le teme al salón de clases.
Las risas le afectan las pocas muelas limpias
            que le quedan,
por el titilar de la cerveza en la boca.
Nunca habrá infancia para un hombre
en el que una habitación se convierte
            en desidia de la madurez.
Destruyo a mi padre bajo la lluvia de primavera,
bajo el estertor de un paraguas azulado
de un paraguas que me tira como un lanzallamas
            en vez de cubrirme de la lluvia.
Destruyo a mi padre,
porque ahora la lluvia le cae
como si su madre le lanzara una oración
antes de nacer;
para luego coser su cuerpo de nuevo junto a ella.
Mi padre le teme a las máquinas de coser,
porque ya una vez estuvo hacinado
    en un vendaval de carne y huesos.
¿Para qué volver allí?
cuando el único hombre que conoce
sabe—
que su padre será asesinado
pero yo, el hijo
            me esconderé en una habitación
con una máquina de coser
y cerraré el paraguas solo cuando
            se derrame la última gota de lluvia.
Luego clavaré
la aguja en el cuello.

~

Podemos hacer un montón de cosas, pensé, como bailar en la cocina y que ella me envuelva en papel celofán mientras los residuos de la comida toman forma en la pileta, junto a la vajilla rota, el basurero y los granos de arroz. Si pudiera, cabalgaría delante de ella, hasta perderme en el desierto, y aunque esté a un metro de distancia, jamás cruzaremos palabra, porque prefiero imaginar que esto es la peor parte de un cortometraje yanqui, donde los diálogos son cortos y poco profundos, porque no hay presupuesto o porque los escritores estaban hastiados de escribir. Entonces, yo que tengo el script en la punta de la lengua, me parece completamente estúpido decir lo que se debería. ¿Por qué tienes el cabello ondulado?, ¿fumas antes de dormir?, ¿puedes quedarte hasta las 7:30? Pero todo eso era imposible, porque el caballo que yo montaba no era mío, porque yo era de otra ciudad (con un idioma inútil), porque al día siguiente me habría ido lejos y hubiera pasado como el olor del cigarro en un elevador. Entonces ella se dio la vuelta y me sonrió, mientras yo tarareaba algunas canciones de moda. Pensaba decirle que estaba muy entusiasmado con el nuevo disco de Billie Holiday. Pinky, así se llamaba, se alimentaba de una locura insana, intentaba no ser tácita conmigo. Todas las veces que nos volvimos a ver en el andén, ella me contaba un millón de historias disímiles, jamás había un hilo coherente, yo solo la escuchaba y preguntaba para intentar hilar alguna que otra historia, y apenas salíamos del andén, ella se echaba a llorar.

Siempre que veo tu espalda frente a la ventana,
te imagino como si fueras uno de esos tantos soldados
entonces puedo recobrar el sentido,
y me alejo de ti

—me alejo—

me alejo con palabras y acusaciones sin sentido.

Cada vez que veía recorrer a borbotones aquellas salinas lágrimas, pensaba que lo único bueno de ella era el gustito que tenía por Edward Estlin Cummings. Siempre que me leía La Guerre, pensaba que intentaba darme un sermón solapado. Ella no entendía la poesía y menos la poesía de Cummings. Dejé al poeta de Cambridge por las novelas policiales, sin embargo, cada cierto tiempo me acordaba de su voz y me era casi imposible no pensar en La Guerre, creo que iba así.

La Guerre

*

He visto inteligente como las amapolas
                        se confunden en la noche.
He visto el silencio de los cuerpos adolescentes
    que se contonean con sus hermosas armas platinadas.
Van de la mano como si fueran con su madre,
al mercado, a la iglesia, al colegio.
Y a sazón de esto
duermen aterrados al lado de sus madres.
Acá no hay nada para comer,
nada, excepto damascos.
Y como el hambre es más fuerte
la madre termina siendo olvidada bajo las rocas
o en alguna afanosa caverna hecha a mano
de barro y hojas secas.
Es incomprensible para esos hombres
que parecen niños,
sientan el olor del damasco
y no importa si las cáscaras se convierten
            en su lecho de muerte,
esperarán a la próxima primavera.
Mientras tanto tomarán a su madre de nuevo
y se irán campantes con su cesta de
damascos.

~

Este es el proyecto de un beso,
un beso que se esconde en la violencia
-de los cuerposcuerpos
que desfilan con las pancartas impuestas,
pancartas que dicen:
Un buen soldado muere por su patria
Un buen soldado alza las armas por su patria
Un buen soldado se alimenta de la tierra
Un buen soldado sufre de hambre
Un buen soldado traiciona a su amigo
Un buen soldado se muere de hambre
Un buen soldado se masturba a las 3:00 am
            cuando nadie lo escucha
Un buen soldado no busca morir por su patria,
busca matar por su vida
Un buen soldado no se enamora,
            ni pide perdón
Un buen soldado escribe sus memorias
Un buen soldado lee el periódico y busca
trabajo de conserje, profesor, constructor, mesero
Un buen soldado camina por las calles
apuntando con su mano o sus ojos,
            como si fuera un arma.
Un buen soldado llora por las noches, cuando
ve a su madre en zapatos de tacón
Un buen soldado se levanta a las 5:45 am
e iza la bandera junto a su hijo.
Un buen soldado no cree en el azar,
ni en las cartas, ni en los juegos
Un buen soldado no ríe, pero si peca
Un buen soldado se baña todos los días
y se agrieta la espalda contra el muro
Un buen soldado va a la iglesia,
aunque no sepa rezar
Un buen soldado se enamora,
            aunque no sepa dar un beso
Un buen soldado no escribe cartas de amor,
escribe novelas policiales
Un buen soldado no lee a Whitman, lee a Pound.

~

La niebla es un casquete que cubre el rostro de los campos
                                                                        [en invierno,
no busco humor ni ironía.
Alguien que es portador de mis cabellos,
los lleva como se lleva a los muertos en las manos.
Los lleva como el cielo llevó mis cabellos aquel año
            en que amé.
Los lleva cerca al faro y lanza los cabellos
            desde arriba,
mientras sus ojos se difuminan con el estertor de la humedad.
Alguien que es portador de mis cabellos
juega un poco a saber—
un escorpión se levanta desde mi cadera herida
—sucedió hace más de 20 años—
tengo utensilios atornillados a mis huesos
y solo deseo que los tornillos migren
y se conviertan en carboncillo
dibujar cinco puntas mutiladas
el tiempo me ha dado una geometría
que hilvana a un gamo
y ahora me encadeno al ruido
                            del mar
de los faros.
Aquel faro rojo con blanco
urde cual cigarra
el ruido de mis huesos al crepitar la noche
hace 20 años estábamos en el desierto-pensé
aquel verano que pasé por tu casa
y me perdí como el niño
y entonces volví 20 años atrás
—entiendo que el olvido es una forma de seducción
para con el otro
me permito
que el faro me lleve
al asonante mar
y ese sonido me ayude
a inventar de nuevo el desierto de hace 20 años.
Hace cinco meses que nadie recordó el verano.
Hace cinco meses que nadie recordó el invierno.
Quiero permitirme una última cosa,
que el faro rojo con blanco
interrumpa mi cuerpo,
aquel cuerpo del niño que fui hará 20 años,
espero entonces a que el viento me devuelva los ojos
            o los cabellos.

~

El noi del Sucre

*

                        Para P., del otro y al otro lado
                        del mundo, quizá eso y la fugacidad
                        de aquellos 9 ojos.

Tengo un idiota dentro de mí,
que llora y que no sabe,
            y mira
sólo la luz,
            la luz que no sabe.
Tengo al niño,
al niño bobo,
            como parado
en Dios,
en un dios que no sabe
sino amar y llorar,
llorar por las noches.

Hasta ahora solo tengo la textura de tus labios,
    el pequeño dilatar de tus dedos
            cuando tocan alguna superficie
            como por ejemplo un anillo de plata.
Y me gustó contemplar cómo se encendían tus cabellos
mientras parado,
            mirabas la ventana.
Y lo único que sé es escribir,
    y no encuentro más palabras.
            La risa de ese día no fue por divertimento,
sino más bien porque ya lo intuía,
    tengo eso en mí,
    no puedo explicarlo,
    intuí que algo iba a pasar ese día.
Y te dije que te quedaras
            porque era una metáfora de quiero bailar contigo.
    Y caigo ahora en el esnobismo: tu me plais.
    Y mientras la noche se hacía perpetua bajo la lluvia,
lo único que tenía eran tus largos dedos
aquellos se dilataban en la oscuridad de la habitación.
Y entonces para ti,
que dices ser un simple hombre,
con el alma oscura,
como Johnny Cash cuando se retuerce en el escenario con
aquella guitarra café.

Pienso en aquel hombre misterioso que se esconde,
dime hombrecito,
¿Qué esconden tus pupilas?
Qué significa para ti tomar un autobús
    y llegar a una ciudad cebolla,
            una ciudad que parece una maqueta de niño.
    ¿Dónde se escondieron tus ojos?
P es una ciudad atiborra de gente,
                    sin sentido
toman té y comen frituras en la calle.
Entonces empezaste por lo simple,
    y cruzaste la calle,
            o el puente,
            o el árbol.
Quizá allí está el misterio,
tu siempre vas del otro lado de la calle,
no buscas lo simple,
buscas el otro lado.
¿Dónde están tus ojos,
acaso en el pan y miel derretida por la mañana?
O quizá en las fisuras del sol de aquel sábado
            en una calle cualquiera.
Y recuerdo de nuevo,
tengo al niño parado en mí,
yo soy el niño que se va y se pierde en la luz.

***
Iris Kiya (La Paz, 1990) Reconstruction of the father and other writings. Estados Unidos: Dulzorada, 2020. Puede adquirirse el libro aquí.  

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