domingo, 7 de noviembre de 2021

giacomo leopardi / amor y muerte








El amado del cielo muere joven
                                           Menandro

Hermanos a la vez creó la suerte
al amor y a la muerte.
Otras cosas tan bellas
en el mundo no habrá ni en las estrellas.
Nacen de aquél los bienes,
los placeres mayores
que en el mar de la vida el hombre halla;
y todos los colores,
todo mal borra ella.
Bellísima doncella,
de dulce ver, no como
se la imagina la cobarde gente,
al tierno Amor le hace
compañía frecuente,
y el camino mortal juntos recorren
y a todo corazón más sabio
que el herido de amor, ni que la vida
infausta más desprecie,
ni que por otro dueño
como por éste los peligros busque;
donde tu llama prende,
amor, nace el aliento
o se despierta; y su saber en obras,
no, como suele, en pensamiento vano,
muestra el linaje humano.

Cuando encendidamente
nace dentro del alma
un afecto amoroso,
juntamente con él un misterioso
lánguido anhelo de morir se siente;
cómo, no sé; mas ésta es la primera
señal del verdadero amor potente.
Quizás a la vista entonces
espanta este desierto; acaso espera
el mortal que ha de hallar inhabitable
la tierra sin aquella
nueva, sola, infinita
felicidad que su pensar figura;
mas presintiendo el corazón por ella
terrible tempestad, quietud ansía
y refugio apetece,
ante el fiero deseo
que en torno ruge y todo lo oscurece.

Cuando lo envuelve todo
la formidable fuerza
y fulmina en el alma afán constante,
¡cuántas veces te implora
con intenso deseo,
oh dulce muerte, el dolorido amante!
¡Cuántas veces, oh, cuántas a la noche
o al alba abandonándose rendido
juzgó gran dicha que jamás pudiera
despertar de su sueño
ni ver la luz amarga nuevamente!
Y al son a veces de la triste esquila,
del canto que conduce
a los que mueren al eterno olvido,
con suspiros ardientes
de lo íntimo del pecho envidia tuvo
de aquel que bajo tierra a habitar iba.
Hasta la tosca plebe,
el labriego, que ignora
toda virtud que del saber deriva,
hasta la joven tímida y esquiva,
que de la muerte al nombre
sentía sus cabellos erizarse,
contemplan ya la tumba y el sudario
con un mirar de fortaleza lleno,
y en hierro y en veneno
meditan largamente,
y aun en su indocta mente
la gentileza del morir comprenden.
Tanto a la muerte inclina
de amor la disciplina. Y es frecuente
que la interna pasión llegue a tal punto
que la fuerza vital no se sostenga,
y ceda el cuerpo frágil
a la terrible lucha, y de esta suerte
por fraterno poder triunfe la muerte,
o tanto instigue amor en lo profundo
del corazón que el tosco campesino
y la tierna doncella
con mano violenta
su carne juvenil den a la tierra.
Ríe entonces el mundo,
al que el cielo vejez y paz consienta.

Al ferviente, al dichoso,
al animoso ingenio
conceda el hado alguno de vosotros,
dulces dueños, amigos
del humano linaje,
cuyo poder no hay quien aventaje
en el mundo, pues sólo la potencia
del hado es superior a vuestra esencia.
y tú, a quien ya desde mis verdes años
honrando siempre invoco,
bella muerte, piadosa
tan sólo tú de la aflicción terrena,
si celebrada fuiste
alguna vez por mí, si del mezquino
vulgo la ofensa a tu esplendor divino
enmendar un día quise,
no tardes más, mis ruegos
vehementes escucha,
¡cierra mis ojos tristes
para siempre a la luz, reina del tiempo!
Me hallarás ciertamente, a cualquier hora
en que tus alas hacia mí despliegues,
levantada la frente, apercibido,
resistiendo al destino;
la mano que al herirme se colora
con mi sangre inocente
no he de colmar de elogios
ni bendecir, cual hace
por antigua ruindad la humana gente;
toda vana esperanza en que se engañan
como niños los hombres,
todo necio consuelo
desecharé, y a nadie en tiempo alguno,
¡oh muerte!, he de aguardar sino a ti sola;
tan sólo el día esperaré sereno
en que decline adormecido el rostro
en tu virgíneo seno.

***
Giacomo Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837)
Versión de Fernando Maristany

/

Amore e Morte

*

Ὅν οἱ θεοὶ φιλοῦσιν, ἀποθνήσκει νέος
Muor giovane colui ch’al cielo è caro.
                                                Menandro

      Fratelli, a un tempo stesso, Amore e Morte
ingenerò la sorte.
Cose quaggiú sí belle
altre il mondo non ha, non han le stelle.
Nasce dall’uno il bene,
nasce il piacer maggiore
che per lo mar dell’essere si trova;
l’altra ogni gran dolore
ogni gran male annulla.
Bellissima fanciulla,
dolce a veder, non quale
la si dipinge la codarda gente,
gode il fanciullo Amore
accompagnar sovente;
e sorvolano insiem la via mortale,
primi conforti d’ogni saggio core.
Né cor fu mai piú saggio
che percosso d’amor, né mai piú forte
sprezzò l’infausta vita,
né per altro signore
come per questo a perigliar fu pronto:
ch’ove tu porgi aita,
Amor, nasce il coraggio,
o si ridesta; e sapiente in opre,
non in pensiero invan, siccome suole,
divien l’umana prole.

     Quando novellamente
nasce nel cor profondo
un amoroso affetto,
languido e stanco insiem con esso in petto
un desiderio di morir si sente:
come, non so: ma tale
d’amor vero e possente è il primo effetto.
Forse gli occhi spaura
allor questo deserto: a sé la terra
forse il mortale inabitabil fatta
vede omai senza quella
nova, sola, infinita
felicitá che il suo pensier figura:
ma per cagion di lei grave procella
presentendo in suo cor, brama quiete,
brama raccôrsi in porto
dinanzi al fier disio,
che giá, rugghiando, intorno intorno oscura.

     Poi, quando tutto avvolge
la formidabil possa,
e fulmina nel cor l’invitta cura,
quante volte implorata
con desiderio intenso,
Morte, sei tu dall’affannoso amante!
Quante la sera, e quante
abbandonando all’alba il corpo stanco,
sé beato chiamò, s’indi giammai
non rilevasse il fianco,
né tornasse a veder l’amara luce!
E spesso al suon della funebre squilla,
al canto che conduce
la gente morta al sempiterno obblio,
con piú sospiri ardenti
dall’imo petto invidiò colui
che tra gli spenti ad abitar sen giva.
Fin la negletta plebe,
l’uom della villa, ignaro
d’ogni virtú che da saper deriva,
fin la donzella timidetta e schiva,
che giá di morte al nome
sentí rizzar le chiome,
osa alla tomba, alle funeree bende
fermar lo sguardo di costanza pieno;
osa ferro e veleno
meditar lungamente,
e nell’indotta mente
la gentilezza del morir comprende.
Tanto alla morte inclina
d’amor la disciplina. Anco sovente,
a tal venuto il gran travaglio interno
che sostener nol può forza mortale,
o cede il corpo frale
ai terribili moti, e in questa forma
pel fraterno poter Morte prevale;
o cosí sprona Amor lá nel profondo,
che da se stessi il villanello ignaro,
la tenera donzella
con la man violenta
pongon le membra giovanili in terra.
Ride ai lor casi il mondo,
a cui pace e vecchiezza il ciel consenta.

     Ai fervidi, ai felici,
agli animosi ingegni
l’uno o l’altro di voi conceda il fato,
dolci signori, amici
all’umana famiglia,
al cui poter nessun poter somiglia
nell’immenso universo, e non l’avanza,
se non quella del fato, altra possanza.
E tu, cui giá dal cominciar degli anni
sempre onorata invoco,
bella Morte, pietosa
tu sola al mondo dei terreni affanni,
se celebrata mai
fosti da me, s’al tuo divino stato
l’onte del volgo ingrato
ricompensar tentai,
non tardar piú, t’inchina
a disusati preghi;
chiudi alla luce omai
questi occhi tristi, o dell’etá reina.
Me certo troverai, qual si sia l’ora
che tu le penne al mio pregar dispieghi,
erta la fronte, armato,
e renitente al fato,
la man che flagellando si colora
nel mio sangue innocente
non ricolmar di lode,
non benedir, com’usa
per antica viltá l’umana gente;
ogni vana speranza onde consola
sé coi fanciulli il mondo,
ogni conforto stolto
gittar da me; null’altro in alcun tempo
sperar se non te sola;
solo aspettar sereno
quel dí ch’io pieghi addormentato il volto
nel tuo virgineo seno.

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