martes, 2 de noviembre de 2021

nuno júdice / cinco poemas













Poética
 
*

Quiero que mi poema hable de barcos y de azul, hable
del mar y del cuerpo que lo busca, hable de pájaros y
del cielo en que habitan. Quiero un poema puro, limpio
de la basura de las cosas banales, de las contaminaciones de quien
sólo mira por tierra; un poema donde lo sublime nos toque,
y lo poético sea la palabra llena. Es esto poema
que escribo en la página blanca como la pared que
acabó de ser encalada, con sus imperfecciones
apagadas por la luz del día, y un reflejo del sol
a gritar por la vida. Y quiero que este poema descienda
a las cavas donde la miseria se acumula, a los bancos donde
duermen los que no tienen ni techo ni esperanza,
a las mesas sucias con los restos del alba, a los
rincones donde la mujer de la noche espera al último
cliente, a la desesperación de los que no saben por dónde
huir cuando la muerte golpea a la puerta. Y canto
la belleza que sobrevive a las frases comunes, a las
palabras ensuciadas por lo cotidiano de los mediocres,
a los versos descoloridos de quien nunca escuchó
el grito del ángel. Y digo esto para que quede, en el
poema, como la piedra tallada por un fuego divino.

~

Big Bang
 
*

Escribo en esta luz fluida lo que
el tiempo me deja ver: un eco de astros
en las bóvedas del infinito, con su
dibujo de sonido refinando los bordes
del silencio.
 
Y alguien me decía
que no era así: el espacio se arrastra
entre dioses sin servicio y
las inmensidades
vacías de una laguna
de galaxias.
 
Pero el astrónomo no gasta
su tiempo con la metafísica; y lo que sabe
sobre religión se limita a un registro de
nombres, entre
estrellas y planetas.
 
Entretanto, oye la música que viene
del estallido primordial, y atraviesa el universo
de una a otra punta. ¿Cuáles palabras se
perdieron en medio de los fragmentos de la eternidad,
tragada por el agujero negro del centro?
 
Es de noche, cuando no hay luna
ni nubes, que escribo en el cuaderno del cielo
la frase que me dictan las galaxias, como
si fuera un astrónomo, y oyera
el ruido de un motor que no se detiene.

~

En Lisboa
 
*

Entra en el Café y siéntate a la mesa que
aún no fue limpiada, como si no tuvieras
elección alguna. Aleja de ti el cenicero, la taza aún
tibia, el vaso de aguardiente bebido hasta la última
gota, y sacude tu pelo para que las sombras
que allí estaban se dispersen. Tus ojos
quedan presos del techo, donde una tira mata-
moscas se queda allí desde un verano pasado
hace tiempo. Manchas de humedad y humo,
yeso a la vista, componen el cuadro
abstracto en donde buscas un sentido para
lo que te falta. Tus manos titubean, sobre
las piernas, como si no hubieras decidido
qué hacer. ¿Pero si volvieras a salir, por
donde irías, ahora que ha bajado la tarde y ya no
se ve quién pasa detrás del escaparate? ¿Y
si te quedaras, quién podría llegar a esta hora
para no dejarte sólo contigo, a la mesa que
el camarero tarda en venir a limpiar? Sin saber
por qué, he tenido tu imagen, y hablo con ella
en este poema que conoce tu nombre, sin nunca
decirlo, como si le hubieras intimado el secreto.
 

Informe
 
*

Hago el inventario de los muebles en esta casa vacía,
con un cuaderno de escuela, lleno las rayas
con un dibujo minucioso de palabras:
un armario de almas, una mecedora,
una creencia de ecos, una mesa sin piernas,
un espejo de sombra, un rincón interrumpido
en la cesura del verso, un estante de imágenes.
 
Llevo esta lista al notario; y le pido que
borre los objetos inútiles para que el cuaderno
sirva de algo. Pero él me pide que
remplace las palabras con los objetos. Pues,
repongo el alma en el armario, balanceo el cuerpo sobre
la silla, grito en el abismo de la creencia, hago
caminar la mesa, me miro en el espejo del verso,
y saco del estante todas las imágenes.
 
“¿Pero qué casa es esta?”, me pregunta el
empleado. Le digo que los cuartos son
las estrofas, que los muros son hechos con
los ladrillos de los versos, que un yeso de rimas
llena los intersticios. Sólo no sé indicar
la calle, el número, el color de las paredes. Es una casa
que no existe, aunque sea mi casa.
 
Y la vacío de muebles, objetos, palabras,
hasta que sólo se queda la poesía que la construyó.


La materia de la poesía
 
*
                                      Para Salah Stétié

Hay una sustancia de las cosas que no
se pierde cuando las alas de la belleza
la tocan. La perdemos de vista, a veces,
entre los rincones de la vida; pero
ella nos sigue con su deseo
de permanencia, y viene a contaminarnos
con la infección divina de una fiebre de
eternidad. Los poetas trabajan
esta materia. Sus dedos extraen
el caso del interior de quien va
a su encuentro, y saben que lo improbable
se encuentra en el corazón del instante,
en el cruce de miradas que
la palabra de la poesía traduce. Leo
lo que escriben; y desde la llama
que sus versos alimenta se levanta
un humo que el cielo dispersa, entre
el azul, dejando apenas un
eco de lo que es esencial, y queda.

***
Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, 1949)
Versiones de Chiara de Luca

/

Poética
 
*

Quero que o meu poema fale de barcos e de azul, fale
do mar e do corpo que o procura, fale de pássaros e
do céu em que habitam. Quero um poema puro, limpo
do lixo das coisas banais, das contaminações de quem
só olha para o chão; um poema onde o sublime nos
toque, e o poético seja a palavra plena. É este poema
que escrevo na página branca como a parede que
acabou de ser caiada, com as suas imperfeições
apagadas pela luz do dia, e um reflexo de sol
a gritar pela vida. E quero que este poema desça
às caves onde a miséria se acumula, aos bancos onde
dormem os que não têm tecto nem esperança,
às mesas sujas dos restos da madrugada, às
esquinas onde a mulher da noite espera o último
cliente, ao desespero dos que não sabem para onde
fugir quando a morte lhes bate à porta. E canto
a beleza que sobrevive às frases comuns, às
palavras sujas pelo quotidiano dos medíocres,
aos versos deslavados de quem nunca ouviu
o grito do anjo. E digo isto para que fique, no
poema, como a pedra esculpida por um fogo divino.

~

Big Bang
 
*

Escrevo nesta luz fluente o que
o tempo me deixa ver: um eco de astros
nas abóbadas do infinito, com o seu
desenho de som limando as arestas
do silêncio.
 
E alguém me dizia
que não era assim: o espaço arrasta-se
por entre deuses sem préstimo e
as imensidões
vazias de uma lacuna
de galáxias.
 
Mas o astrónomo não perde
tempo com a metafísica; e o que sabe
de religião limita-se a um registo de
nomes, por entre estrelas
e planetas.
 
No entanto, ouve a música que vem
da primeira explosão, e atravessa o universo
de uma ponta à outra. Que palavra se
perdeu no meio de fragmentos de eternidade,
sugada pelo buraco negro do centro?
 
E à noite, quando não há lua
nem nuvens, escrevo no caderno do céu
a frase que as galáxias me ditam, como
se fosse um astrónomo, e ouvisse
o ruído de um  motor que não pára.

~

Em Lisboa


Entras no café e sentas-te na mesa que
ainda não foi limpa, como se não tivesses
escolha. Afastas de ti o cinzeiro, a chávena ainda
morna, o copo de bagaço bebido até à última
gota, e sacodes os cabelos para que as sombras
que ali estivessem se dissipem. Os teus olhos
ficam presos ao tecto, onde uma fita para
apanhar moscas ficou de um verão há muito
passado. Manchas de humidade e de fumo,
e gesso à vista, compõem o quadro
abstracto onde procuras um sentido para
o que te falta. As tuas mãos hesitam, sobre
as pernas, como se não tivesses decidido
o que fazer. Mas se voltasses a sair, para
onde irias, agora que a tarde caiu e já não
se vê quem passa, por trás da montra? E
se ficares, quem poderá chegar, a esta hora,
para não te deixar só contigo, nessa mesa que
o criado demora em vir limpar? Sem saber
porquê, guardei a tua imagem, e ando com ela
neste poema que sabe o teu nome, sem nunca
o dizer, como se lhe tivesses pedido segredo.
 

Relatório
 
*

Faço o inventário dos móveis nesta casa vazia,
com um caderno de escola, enchendo as linhas
com um desenho minucioso de palavras:
um armário de almas, uma cadeira de balouço,
um aparador de ecos, uma mesa sem pernas,
um espelho de sombra, um ângulo interrompido
na cesura do verso, uma estante de imagens.
 
Levo esta lista ao notário; e peço-lhe que
risque os objectos inúteis, para que o caderno
sirva para alguma coisa. Mas ele pede-me que
substitua as palavras pelos objectos. Então,
ponho a alma no armário, balouço o corpo na
cadeira, grito no abismo do aparador, faço
andar a mesa, olho-me no espelho do verso,
e tiro da estante todas as imagens.
 
«Que casa é esta?», pergunta-me o
empregado. Digo-lhe que as salas são
as estrofes, que os muros são feitos com
o tijolo dos versos, que um gesso de rimas
preenche os interstícios. Só não sei indicar
a rua, o número, a cor das paredes. É uma casa
que não existe, embora seja a minha casa.
 
E esvazio-a de móveis, de objectos, de palavras,
até ficar apenas com o poema que a construiu.
 
 
A matéria do poema
 
*
                                          Para Salah Stétié

Há uma substância das coisas que não
se perde quando as asas da beleza
lhe tocam. Perdemo-la de vista, às vezes,
por entre as esquinas da vida; mas
ela persegue-nos com o seu desejo
de permanência, e vem contaminar-nos
com a infecção divina de uma febre de
eternidade. Os poetas trabalham
esta matéria. Os seus dedos tiram
o acaso de dentro do que vem ao
seu encontro, e sabem que o improvável
se encontra no coração do instante,
num cruzamento de olhos que
a palavra do poema traduz. Leio
o que escrevem; e da chama que
os seus versos alimentam eleva-se
o fumo que o céu dispersa, por
entre o azul, deixando apenas um
eco do que é essencial, e fica.

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