apurado, saltan montículos en las veredas, la
bicicleta, liso el aluminio y el terreno no más ya
con las bocinas, las luces se reflejan en las hojas
del limonero, adelante su raíz, su capilar, aprieta
los dientes, vuelve a aflojar los ladrillos, pasar
pincel para aceitar una pared mostrando las
costillas, las siete de la tarde en mi mano, la
clorofila en su punto de retina, pedalear adentro,
muy adentro la hornacina mandíbula afloja cauce,
agua en la vereda, se estropeó mi pantalón, el
abrigo adentro de ese ojo, el diente a la distancia,
sírvete esto, la ciudad jadea, perdono el momento,
me abro, el agua su muesca se amontona y ya
oscurecido devolverse
el diente hincha la porción
el pie traspasa la suela en la textura
acacio, acanto
y parto la A para dividir la manzana
me guardo una ligustrina en el pantalón
la colecciono
mi lengua y su tensión de esquina es una linterna
sin sonidos alhambra masticada, nadie reconoce
estas almenas y tan cerca, cerca de la plaza sus
semáforos, bocinas
cal en las palmas, apoyar en las mejillas
lumbre de esquina
trabajar de gratis
tropezar en la lluvia me protejo
todos se entran
pero ninguno de los que en verdad me interesa
todos se quedan aquí, me exigen ticket
silencio
estas mejillas pintadas de alhambra, mímica de
rasgos impensados
la garúa me borronea, corroe el maquillaje
los personajes no se dejan estar
la niebla es bien valorada, su respiración
ese mismo polvo de alhambra
en cuota
en medida de arroz
el pavimento brillante y lluvia negra el vidrio
migas la termita en sobra
pegada a los autoadhesivos
horas pensando en mi trabajo
el entrecruce donde casi me atropellan
día resumido un asiento el té me calienta
alivio mis manos, soy apenas dejo un hueco
aire desaparecido lo que aspiro
el asiento
afuera
aquí los que bullen, y acá
siembra de su sombra
del vórtice huyen
caigo en lo que es mi diente partido
lo que podría ser, el resto que barro
no que haya más polvo en esta vereda
alhambra
acalla
tuerzo la A para ajustar, las manos anudadas de
espera, contar el descanso y espero
acalla
mis manos encallan
podrían moverse
descascarar el sillón
palomas picotean el cristal, veo el sauce
respiradero, lianas envueltas el canal
de noche nadie anuda, nadie anda
este frío y lo lejos que queda, camino el embrollo
ato llaves
encierro la pendiente
lo lejos, todo
sauce exuda tinta, la línea desliga
el silbido traza el bosque, el disparo, el arma
carnaval de sombra el ojo en tinta
me preguntan de dónde el maquillaje
sirven hiedra y manjar de frío, moquillo
multitud en timbre constante, cantante
quedo fuera ya que el camino es mi invitación
voy de la mano
monóculo el ojo más ciego
el que más enfoca
llovizna de penumbra para delinear corrosión en
las maquetas de estos monumentos
que como fachadas
el perdido se echa al bolsillo
el motor silba
el odio es un operario que aguarda en una esquina
un guardia sintonizando otro dial
calle caupolicán
la palabra se refugia en la madera, su papel
celulosa respirada en la semilla del plátano
traducida en una palabra adherida al organismo
ahora ese susurro
pata de gato en la marca de cemento
la voz estornuda el sitio
clava barras al camino
mercado eriazo de los calores ajenos
semilla desperdigada en cefalea
las cosas que no sangran quedan con un eco
tras llevar el bolso muy cargado
un tropiezo escamotea las sobras
acanto
acanto
y trazo la A para blanquear
con exposición de químico y cuarto oscuro
aquí
otros limbos de linterna
un chico desnudo deambula
muñón y cámara de mano
gotas de savia graban
cuenta sus pasos, lo que tiene al frente
su desnudez trae el verano
lo quiero
recupero mis doce años
Carlos Leiton Tapia (Santiago de Chile, 1982) Eczema del árbol. Premio de Poesía Óscar Castro, 2016.
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