domingo, 15 de agosto de 2021

gonzalo rojas / cinco poemas












Los verdaderos poetas son de repente

*

Los verdaderos poetas son de repente:
nacen y desnacen, dicen
misterio y son misterio, son niños
en crecimiento tenaz, entran
y salen intactos del abismo, ríen
con el descaro de los 15, saltan
desde el tablón del aire al roquerío
aciago del océano sin
miedo al miedo, los hechiza
el peligro.

Aman y fosforecen, apuestan
a ser, únicamente a ser, tienen mil ojos
y otras mil orejas, pero
las guardan en el cráneo musical, olfatean
lo invisible más allá del número, el
vaticinio va con ellos, son
lozanía y arden lozanía.

Al éxtasis
prefieren el sacrificio, dan sus vidas
por otras vidas, van al frente
cantando, a cada uno
de los frentes, al abismo
por ejemplo, al de la intemperie anarca
al martirio incluso, a las tormentas
del amor, Rimbaud
los enciende:
                       - Elle est
retrouvé. Quoi? L'Éternité.
Pero la Eternidad es esto mismo.

~

¿Qué se ama cuando se ama?

*

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

~

La sutura

*

Piedad entonces por la sutura de su vientre:
a usted la conocí bíblicamente
allá por marzo del 98 en la ventolera
de algún film de antes, ciego y torrencial
a lo Joan Crawford,
las cejas en arco,
cierta versión eléctrica de los ojos,
el camouflage del no sé,
el hechizo esquizo,
el sollozo de una mujer llamada usted
que aún, pasado los meses,
se parece a usted en cuanto a aullido secreto
que pide hombre
conforme a las dos figuraciones
que es y será siempre usted,
mi hembra hembra,
mi Agua Grande
a la que los clínicos libertinos
llaman con liviandad Melancolía,
como si el tajo de alto abajo no fuera
lo más sagrado de ese láser incurable
que es el amor con aroma de laúd,
y no le importe que las rosas
bajo el estrago del verano
que le anden diciendo por ahí fea
o Arruga,
ríase, huélalas desde su altivez,
métase con descaro en lo más adúltero
de mis sábanas como está escrito
y conste que fue usted la que saltó por asalto
el volcán, y no lo niegue,
ándele airosa entonces pero sin llorar,
equa mía,
la Poesía no le sirve, Lebu mata,
mi posesa flaca de anca,
mi esdrújula bellísima de 50 kilos,
vuélele, no se me emperre en ese inglés metalúrgico
de corral,
todo entre nosotros no pasó de mísera ráfaga telefónica
que alguna vez llamamos eternidad:
usted misma fue esa ráfaga.
Lacán el rey se lo diría igual: ándele,
vuélele paloma casi en mexicano,
no le transe a la depre,
báñese en alquimia espontánea,
tire la fármaca a la basura,
eso engorda,
déjese de drogas,
de analistas, de concupiscencia nicotínica,
y si está loca vuélvase más loca,
baile en pelotas como la muerte,
apréndale a la Tierra que baila así,
¡y eso que el sol exige la traslación!
Bueno y, para cerrar, si su juego es irse
váyase a otro seso menos diabólico,
elija: culebra, por ejemplo,
¿no le da para culebra?
Eva comió culebra como usted dos veces:
ahí ve cómo va la Especie desde entonces,
cómo se arrastra pendenciera
pidiéndole perdón a las estrellas
por haber parido peste,
¡puro border-line y miedo,
y rosas, dos rosas venenosas!
¿no cree usted?
¿quién tiene la culpa si nunca hubo culpa?
Preferiblemente cuélguese alámbrica
a todo lo larga y lo preciosa de vértebras
que es usted y,
baile ahí pendular en el vacío
unos diez minutos,
a ver qué pasa con el estirón,
para crecimiento y escarmiento.

~

Crecimiento de Rodrigo Tomás

*

Libre y furioso, en ti se repite mi océano orgánico,
hijo de las entrañas de mi bella reinante:
la joven milenaria que nos da este placer de encantarnos
mutuamente, desde hace ya una triple primavera.

¿Cómo reconstruirte si ya estás, oh Rodrigo Tomás,
estirando en furor tu columna, tu impaciencia de ser el monarca?
¿Cómo reconstruirte para mejor hallarte
en tu luz esencial, entre el fulgor de mis pasiones revolcadas,
y esa persecución que va quemando los cabellos de María?

No sé por qué te busco en lo hondo de lo perdido, en esas noches
en que jugué todos mis ímpetus por un espléndido abandono
en poder de las olas lúgubres y sensuales,
a merced de una brisa que me daba a gustar la ilusión del cautiverio,
donde el libertinaje hace su nido.

No. Tu raíz es una estrella más pura que el peligro.
Es el encuentro de dos rayos en lo alto de la tormenta.
Es el hallazgo de la llave que te abrió la existencia y el presidio.

Antes de verte, en nadie vi tus ojos tiránicos.
Sólo las hembras tienen la encarnada visión de su deseo.
Ni pretendí heredero porque fui un poseído de mi propio fantasma.
Hasta que me robé la risa de tu madre para besarla y estremecerla.
A lo largo de un viaje a lo inmediato mío resplandeciente.

Ahora me pregunto cuál será el límite de tu carácter
si tu médula espinal fue la flor de los vagabundos
que se iban con los trenes, sin consultar siquiera el silbato de su azar.
Mordidos por los prejuicios. Curtidos por el viento libre.
¿Si tu madre y tu padre quemaron sus entrañas para salvar tu fuego?

¿Pero qué importa nada si hoy, por último, estás ahí
reunido en materia de encarnación radiante,
oyéndome, entendiéndome, como nadie en este mundo
podrá entender la tempestad de un parto?
-Oh, todos los mundanos te dirán que las pasiones rematan en un beso.

Tu madre y yo dormíamos cuando nos gritaste: "Heme aquí".
"¿Qué esperáis a arrullarme en las ruedas de vuestra fuga?"
¿Qué esperáis a participarme vuestro fuego?
-Yo soy el invitado que aguardábais antes de ser ceniza".

Tu madre y yo dormíamos esa noche en la costa
mientras el mar cantaba para ti desde la profundidad de nuestro sueño,
con furor disonante, arrullando tus pétalos divinos.

Tu alta dinastía se remonta al resplandor de la nieve.
A las noches en que tu madre quería verte tras nuestra única ventana
y allí afuera la nieve era un diálogo ardiente
entre mi desesperación y el bulto vivo que contenía tu relámpago.

Así, tu madre te alumbró frente a esas dignas piedras de Atacama
con toda la entereza de su Escocia durmiendo en su mirada dimanatina.
Te parió allí en la madrugada de Septiembre de un día fabuloso
de la gran guerra mundial en cuyo primer acto yo también fui parido.
Así en la pesadilla de un siniestro espectáculo,
te alumbró con un grito que hizo cantar a las estrellas.

Oh, qué frío tan encendidamente gozoso
el aire de tu aparición en este mundo:
traías tu cabeza como un minero ensangrentado
-harto ya de la obscuridad y la ignominia-:
reclamabas a grandes voces un horizonte de justicia.
Querías descifrarlo todo con tu llanto.

Te di para tu libertad la nieve augusta y el lucero.
Yo fui tu centinela que te veló en el alba.
Aún me veo, como un árbol, respirando para tus nacientes pulmones,
librándote da la persecución y el rapto de las fieras.
Ay, hijo mío de mi arrogancia
siempre estaré en la punta de ese paisaje andino
con un cuchillo en cada mano para defenderte y salvarte.

Primogénito mío: tu casa era lo alto de la nieve de Chile.
De la cobriza sierra te bajé hasta las islas polares.
Te quise navegante. Te arranqué de los montes.
Corrimos el desierto, las colinas, los prados,
y entramos a la mar de tus abuelos
por el Reloncaví de perla indescifrable.

Nos aislamos. Vivimos en trinidad y espíritu.
El mar cantaba ahora en el huerto de nuestra casa.
Tú respirabas hondo. Jugabas con la arena y la neblina.
Por el Golfo lloraban sirenas en la noche.
Los pescados venían a conversarte en tu lengua primitiva.

Me veo galopando en mi caballo a la siga de las nubes,
remando para dar más brío a los veleros,
cortado en la escotilla de la niebla, durmiendo encima de los sacos.
Junto a corderos tristes, viendo bramar el Este enfurecido.
Pensando en ti, en tu madre, poco antes de morirme.

Cuando llegaba el día, yo saltaba a la arena,
corría por el bosque todavía empapado por la lluvia.
Vosotros me mirabais como a un náufrago viviente
y me dabais el beso de la resurrección y de la gracia.

Oh madera rajada por el hacha. Oh ladrido
del viento sobre el Golfo, todos los días navegado.
Adiós. Ya nos partimos de vosotros, oh peces.
Dadle a Rodrigo Tomás la lucidez de vuestro pensamiento.
Adiós, islas sombrías. Ya el rayo nos está llamando.

Trenes.
Pájaros.
Playas.
Toda la geografía
de Chile para ti, mi hambriento hidalgo.
Mi bien nacido soplo: para ti todo el fuego.
Para ti lo telúrico, lo enardecido. Todo
lo que te haga crecer más lejos que el relámpago.

Tierra para tu sangre. Mar y nieve
para tu entendimiento, y Poesía
para tu lengua.

Oh Rodrigo Tomás: siempre estarás naciendo de cada impulso mío.
De cada espiga de tu madre.

Cuando estemos dormidos para siempre,
oh Rodrigo Tomás: siempre estarás naciendo.

Entonces,
no te olvides de gritarnos:
"Heme aquí".
"¿Qué esperáis a arrullarme en las ruedas de vuestra fuga?
¿Qué esperáis a participarme vuestro fuego?
- Yo soy el invitado que aguardábais antes de ser ceniza".

~

Escrito con L

*

Mucha lectura envejece la imaginación
del ojo, suelta todas las abejas pero mata el zumbido
de lo invisible, corre, crece
tentacular, se arrastra, sube al vacío
del vacío, en nombre
del conocimiento, pulpo
de tinta, paraliza la figura del sol
que hay en nosotros, nos
viciosamente mancha.

Mucha lectura entristece, mucha envilece
                                                    apestamos
a viejos, los griegos
eran los jóvenes, somos nosotros los turbios
como si los papiros dijeran algo distinto al ángel del aire:
somos nosotros los soberbios, ellos eran inocentes,
nosotros los del mosquerío, ellos eran los sabios.

Mucha lectura envejece la imaginación
del ojo, suelta todas las abejas pero mata el zumbido
de lo invisible, acaba
no tanto con la L de la famosa lucidez
sino con esa otra L
de la libertad,
de la locura
que ilumina lo hondo
de lo lúgubre,
                 lambda,
                                  loca,
                                     luciérnaga
antes del fósforo, mucho antes
del latido
del Logos.

***
Gonzalo Rojas (Lebú, 1916-Santiago de Chile, 2011) 

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