lunes, 12 de abril de 2021

rodrigo arriagada-zubieta / tres poemas










Mersault, platja de San Sebastiá

*

Todos estamos condenados al patíbulo:
no se mata ni muere por exceso de pasión,
sólo se interrumpe el equilibrio del día
junto al mar del que me hago espuma,
absorbiendo su mareo.
El testigo ocular son las piedras
y ellas sudan su silencio.
El verdadero asesino siempre fue el sol.

~

Extraños

*

¿Qué somos en la vida de los demás,
después de todo, después de nada
después que el tiempo
pueda escribir sus años igualmente sin nosotros,
borrarnos del papel
tras ensayar una breve historia
de la que sólo persistan nuestros nombres?
Los libros están diseminados en el cuarto
Igual que pastillas sobre el velador
para dormirnos insomnes
en sus finales llenos de significado
una Biblia de otro mundo
donde catalogar con sentido
la locura, el amor y la muerte,
pero en lo real
nada es digno de esa virtuosa posteridad
sencillamente nos desleemos unos a otros
como si fuéramos signos de una lengua muerta
unos cuantos ejemplares
que irán a parar en el estante bajo llaves,
solitariamente incompletos de su olvido
Imposibles de ser causas universales
apenas sí los fragmentos
de un rincón vacío de nuestras vidas
que llenar con la frialdad de una mañana
en un café, o en un bar de fin de mundo
cuando el aire de la noche
sopla a nuestro lado otras soledades
extraviadas finalmente entre las sombras
como si nunca hubiesen existido
y las salimos a buscar
pensativos en la esquina de otra calle

Ahí los perros van y vienen
penetrándose a la deriva
idénticamente desahuciados de tanto desencontrarse.

~

Baudelaire, 1845, Homo Duplex

*

El papel está en blanco
y yo estoy irritado contra la ciudad entera.
La página carcomida por la falta de escritura
es el reflejo del agua bendita,
el confesionario donde me eximo de pagar
mis obligaciones de conciencia.

Soy un aparador repleto de facturas;
mi cerebro, un cementerio como orgía de gusanos
que se arrastran hasta oler
el aroma corrompido del frasco
y la tinta es un borracho en el fondo de una taberna
que multiplica con el licor su sed.

Cuando al fin alcanzo en algo las palabras
lo indecible conforma un panorama
            lleno de amenazas
porque nada hay más peligroso que estar dividido
como dos amantes que no logran acomodarse
hasta convertirse en la escultural inercia de la carne.

Poeta-persona, mi doble naturaleza
una espada de los ciervos en el bosque,
animales salvajes que se ejercitan en la esgrima
solitariamente acorralados.

Bestia y hombre no forman más que un solo ser
mi dolor son las sentencias de un otro delator;
el verso, un cadáver sin descanso
de un muerto que nunca termino de matar.

Detestable evidencia de mis malas artes.

***
Rodrigo Arriagada-Zubieta (Viña del Mar, 1982)

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