(Para Anna Hejinian)
Deja que el ratón corra sobre la piedra
—Aleksandr Vvedensky
"Dime, ¿qué nos ata a un sentido,
qué nos vuelve locos?"
Oscuro
de una nube que corre, huella de vidrio, blanca.
El borde de una carátula de reloj.
La inmensidad de la muerte y su insignificancia, desechos
vuelan en una niebla quemada de libélulas—
No vamos hacia ningún lado.
Hay pozos en donde incluso a medio día las estrellas son filosas
Pero se expanden como un libro hacia lo extraño —siempre queda
una posibilidad,
arena
y estar quietos.
Alguna palabra, como el molde de una ley, revela el mundo invertido
reflejando hacia el eje de la materia.
Y así
está despellejarse
en juicios incansables de libertades.
Quizá —"pero no tiene sentido"— en el crepúsculo de los prismas
donde las líneas rectas del invierno brotan de pronto en el hielo
y como el fuego indivisible
el viento lo balancea y lo dispersa a manos llenas.
Y así
En los juicios de vuelo entre cénit, nadir, ventana
y mejilla sin afeitar,
ocre y brezo,
en los desechos de las alturas que avanzan... La imagen visible
de un hogar ya que estas cosas se nos escapan. ¿Qué hay detrás de ellas?
Lo mismo está detrás y delante de nosotros.
Paseo caprichoso, pelo como risa lejana,
Para no recordar —tejer una telaraña en la estructura
del oído,
Dentro de la correspondencia de los registros más insignificantes—
Sus miríadas titilan
Miríadas
que coinciden con los espirales del pulso que trenzan los cauces secos
de la muñeca.
La secuela es absurda.
Una conquista (¿de qué?) es como una fotografía, su filigrana
perdida en una retícula,
Porque todo debe empezar, como sea que mires a la nieve y al fuego,
Como si, reflejado en el hielo que se derrite en la ventana estuvieras
rasguñando tus mejillas con una hoja de afeitar
Y de nuevo la naturaleza del anochecer se desconoce
Y de las divisiones espaciales que lo crearon —¿el tiempo?
¿el cuerpo?
¿la memoria? ¿la línea?— y de los intervalos entrevistos por casualidad
cuando se bifurcan como un libro hacia la extrañeza.
***
Lo que está dicho es una lámpara, pero anuncia: "trueno de primavera."
La luz dice su nombre entrecortado y de inmediato puedes oír
como el apio seco junto al mapa indistinto
parpadea
reluciendo
ronco
como la hierba del río de la muñeca.
El agua de la llave corre.
Pero toma unos amargos granos de café, deja que giren
hacia el polvo flagrante
deja que hiervan
"pares o nones" pulverizados, deteniendo la carrera
de resinas giratorias
Y voltea hacia el agua trenzada, invulnerable
Ya que ahí el tiempo fluido de su caída está destrozado,
En la memoria una astilla de luz atrapa los miles de "Yo"
Vuelve tercamente—
como los niños en contra de su voluntad atrapan la garra de un pájaro
en la crujiente cocina, quizá...
No lo recuerdo.
Me hicieron a un lado
de mí, de todos, y eso incluye a Dios
acercándose a la tierra nativa de las nubes
y cortando mi mirada de los destellos de arena y árboles
El verano pasa
no esconde nada del azul profundo
una rama de euforia se hunde
dentro de las sales de cristal de la razón
"Dime, ¿qué es lo que se funde en nosotros o lo que nos une?
Dentro de la secuencia de los días y de los días ahora y entonces
alternándose con la noche..."
prolongado más allá de los límites de la mente a la calma
en cada sonido azaroso
partido por el deseo de esta unión.
Arkadii Dragomoshchenko (Potsdam, 1946-San Petersburgo, 2012) Descripción. Ciudad de México: Mangos de Hacha, 2014.
Versiones de Tatiana Lipkes
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