Las estirpes canoras
*
Mis cantos son linaje
de los bosques,
otros de las ondas,
otros de las arenas,
otros del Sol,
otros del viento Agreste.
Mis palabras
son profundas
como las raíces
terrenas,
otras serenas
como los firmamentos,
férvidas como las venas
de adolescentes,
híspidas como la hierba,
confusas como los ríos
confusos,
claras como los cristales
del monte,
trémulas como las frondas
del álamo,
túmidas como las narices
de los caballos
al galope,
lábiles como los perfumes
disipados,
vírgenes como los cálices
apenas abiertos,
nocturnas como el rocío
del cielo,
fúnebres como los asfódelos
del Hades,
dóciles como los sauces
de la laguna,
tenues como las telas
que entre dos estelas
teje la araña.
~
El atardecer en Fiesole
*
Frescas mis palabras al atardecer
se escuchan como el rumor que producen las hojas
del moral en las manos de quien las toma
silencioso y aún se retrasa la obra lenta
en la alta escalera que se ennegrece
contra el tronco que se vuelve plateado
con sus ramas desnudas
mientras la Luna se aproxima al umbral
cerúleo y parece que frente a sí extienda un velo
donde nuestro sueño yace
y parece que la campiña se sienta
sumergida por ella en el hielo nocturno
y de ella beba la paz tan anhelada
sin mirarla.
Loado seas por tu rostro de perla,
¡Oh Atardecer! y ¡por tus grandes y húmedos ojos donde calla
el agua del cielo!
Dulces mis palabras en el atardecer
se sienten como lluvia susurrante,
tibia y fugitiva,
reunión lagrimosa de primavera
sobre moras, olmos y vides,
y en los pinos de nuevos y rosáceos dedos
que juegan con el aura que se pierde,
y en el grano que todavía no se torna dorado
y que tampoco es verde,
y sobre el heno que ya sufrió la hoz
y cambia su color,
y en los olivos, en los hermanos olivos
que hacen palidecer de santidad las colinas
sonrientes.
Loado seas por tus vestidos dorados,
¡oh Atardecer! y ¡por el cinto que te ciñe como al sauce
el heno que perfuma!
Yo te diré hacia cuáles reinos
de amor nos llama el río cuyas fuentes
eternas en la sombra de las ramas antiguas
hablan del misterio sagrado de los montes;
y te diré por cuál secreto
las colinas sobre límpidos horizontes
se curvan como labios que guardan un secreto
de clausura, y porque la voluntad de decirlo
los vuelva hermosos
en cada humano deseo
y en el silencio siempre nuevos
consuelos, tal que parece
que cada atardecer el alma pueda amarlas
con amor más fuerte.
Loado seas por tu muerte pura,
¡Oh Atardecer! y ¡por la espera que en ti hace palpitar
las primeras estrellas!
~
La lluvia en el pino
*
Calla. En el umbral
del bosque no escucho
las palabras humanas
que dices, pero escucho
palabras más nuevas
que hablan de gotas y hojas
lejanas.
Escucha. Llueve
desde las nubes esparcidas.
Llueve salobre sobre
tamariscos y arde,
llueve en los pinos
rotos y rectos,
llueve sobre mirtos
divinos,
sobre ginestas relucientes
de flores recogidas,
sobre el enebro espeso
de semillas doradas,
llueve sobre nuestros rostros
silvanos,
llueve sobre nuestras manos
desnudas,
sobre nuestras vestimentas
ligeras,
sobre los frescos pensamientos
que el alma esconde
nueva,
sobre la fábula hermosa
que ayer
te ilusionó, que hoy me ilusiona,
oh Hermione.
¿Escuchas? La lluvia cae
sobre la hierba
solitaria
con un crepitar que dura
y varía en el aire
según la fronda
más espesa, menos espesa.
Escucha. Responde
al llanto el canto
de las cigarras
que el llanto austral
no aterra
ni al cielo cerúleo.
Y el pino
tiene un sonido, y el mirto
otro sonido, y el ciprés
otros instrumentos
distintos
bajo innumerables dedos.
E inmersos
estamos en el espíritu
silvestre
de arbórea vida viviente;
y tu rostro ebrio
está humedecido por la lluvia
como una hoja,
y tu cabellera
brilla como
las claras ginestas,
oh criatura terrestre
que tienes por nombre
Hermione.
Escucha, escucha. El acuerdo
de las cigarras aéreas
poco a poco
más sordo
se vuelve bajo el llanto
que crece;
pero un canto se vuelve
más ronco
de allá donde se eleva,
de la húmeda sombra lejana.
Más sordo y más ronco
se aminora, se apaga.
Sólo una nota
todavía tiembla, se apaga,
resurge, tiembla, se apaga.
No se escucha la voz del mar.
Ahora se escucha toda la fronda
crujir con
la lluvia plateada
que inunda
el crujir que varía
según la fronda
más espesa, menos espesa.
Escucha.
La hija del aire
es muda, pero la hija
del limo lejana,
la rana
canta en la sombra más espesa,
¡quién sabe dónde! ¡quién sabe dónde!
Y llueve sobre tus pestañas
Hermione.
Llueve sobre tus pestañas negras
hasta parecer que tú lloras
pero de placer; no de palidez
pero casi arbórea
pareciera que de la corteza surgieras.
Y toda la vida en nosotros es fresca,
reluciente,
el corazón en el pecho es como pesca
intacta,
entre los párpados los ojos
son como polluelos entre la hierba,
los dientes en los alvéolos
son como níveas almendras.
Y andamos de matorral en matorral,
ahora juntos o separados
(y el verde vigor de la maleza
se enreda en los tobillos
se enmaraña en las rodillas)
¡quién sabe dónde! ¡quién sabe dónde!
Y llueve sobre nuestros rostros
silvanos,
llueve sobre nuestras manos
desnudas,
sobre nuestras vestimentas
ligeras,
sobre los frescos pensamientos
que el alma nueva
encierra,
sobre la hermosa fábula
que ayer
me ilusionó, que hoy te ilusiona,
oh Hermione.
Gabriele D'Annunzio (Pescara, 1863-Gardone Riviera, 1938)
Versiones de Victoria Montemayor
/
Le stirpi canore
*
I miei carmi son prole
delle foreste,
altri dell’onde,
altri delle arene,
altri del Sole,
altri del vento Argeste.
Le mie parole
sono profonde
come le radici
terrene,
altre serene
come i firmamenti,
fervide come le vene
degli adolescenti,
ispide come i dumi,
confuse come i fumi
confusi,
nette come i cristalli
del monte,
tremule come le fronde
del pioppo,
tumide come le narici
dei cavalli
a galoppo,
labili come i profumi
diffusi,
vergini come i calici
appena schiusi,
notturne come le rugiade
dei cieli,
funebri come gli asfodeli
dell’Ade,
pieghevoli come i salici
dello stagno,
tenui come i teli
che fra due steli
tesse il ragno.
~
La sera fiesolana
*
Fresche le mie parole ne la sera
ti sien come il fruscìo che fan le foglie
del gelso ne la man di chi le coglie
silenzioso e ancor s’attarda a l’opra lenta
su l’alta scala che s’annera
contro il fusto che s’inargenta
con le sue rame spoglie
mentre la Luna è prossima a le soglie
cerule e par che innanzi a sé distenda un velo
ove il nostro sogno si giace
e par che la campagna già si senta
da lei sommersa nel notturno gelo
e da lei beva la sperata pace
senza vederla.
Laudata sii pel tuo viso di perla,
o Sera, e pe’ tuoi grandi umidi occhi ove si tace
l’acqua del cielo!
Dolci le mie parole ne la sera
ti sien come la pioggia che bruiva
tepida e fuggitiva,
commiato lacrimoso de la primavera,
su i gelsi e su gli olmi e su le viti
e su i pini dai novelli rosei diti
che giocano con l’aura che si perde,
e su ’l grano che non è biondo ancóra
e non è verde,
e su ’l fieno che già patì la falce
e trascolora,
e su gli olivi, su i fratelli olivi
che fan di santità pallidi i clivi
e sorridenti.
Laudata sii per le tue vesti aulenti,
o Sera, e pel cinto che ti cinge come il salce
il fien che odora!
Io ti dirò verso quali reami
d’amor ci chiami il fiume, le cui fonti
eterne a l’ombra de gli antichi rami
parlano nel mistero sacro dei monti;
e ti dirò per qual segreto
le colline su i limpidi orizzonti
s’incùrvino come labbra che un divieto
chiuda, e perché la volontà di dire
le faccia belle
oltre ogni uman desire
e nel silenzio lor sempre novelle
consolatrici, sì che pare
che ogni sera l’anima le possa amare
d’amor più forte.
Laudata sii per la tua pura morte,
o Sera, e per l’attesa che in te fa palpitare
le prime stelle!
~
La pioggia nel pineto
*
Taci. Su le soglie
del bosco non odo
parole che dici
umane; ma odo
parole più nuove
che parlano gocciole e foglie
lontane.
Ascolta. Piove
dalle nuvole sparse.
Piove su le tamerici
salmastre ed arse,
piove su i pini
scagliosi ed irti,
piove su i mirti
divini,
su le ginestre fulgenti
di fiori accolti,
su i ginepri folti
di coccole aulenti,
piove su i nostri vólti
silvani,
piove su le nostre mani
ignude,
su i nostri vestimenti
leggieri,
su i freschi pensieri
che l’anima schiude
novella,
su la favola bella
che ieri
t’illuse, che oggi m’illude,
o Ermione.
Odi? La pioggia cade
su la solitaria
verdura
con un crepitìo che dura
e varia nell’aria
secondo le fronde
più rade, men rade.
Ascolta. Risponde
al pianto il canto
delle cicale
che il pianto australe
non impaura,
né il ciel cinerino.
E il pino
ha un suono, e il mirto
altro suono, e il ginepro
altro ancóra, stromenti
diversi
sotto innumerevoli dita.
E immersi
noi siam nello spirto
silvestre,
d’arborea vita viventi;
e il tuo vólto ebro
è molle di pioggia
come una foglia,
e le tue chiome
auliscono come
le chiare ginestre,
o creatura terrestre
che hai nome
Ermione.
Ascolta, ascolta. L’accordo
delle aeree cicale
a poco a poco
più sordo
si fa sotto il pianto
che cresce;
ma un canto vi si mesce
più roco
che di laggiù sale,
dall’umida ombra remota.
Più sordo e più fioco
s’allenta, si spegne.
Sola una nota
ancor trema, si spegne,
risorge, trema, si spegne.
Non s’ode voce del mare.
Or s’ode su tutta la fronda
crosciare
l’argentea pioggia
che monda,
il croscio che varia
secondo la fronda
più folta, men folta.
Ascolta.
La figlia dell’aria
è muta; ma la figlia
del limo lontana,
la rana,
canta nell’ombra più fonda,
chi sa dove, chi sa dove!
E piove su le tue ciglia,
Ermione.
Piove su le tue ciglia nere
sì che par tu pianga
ma di piacere; non bianca
ma quasi fatta virente,
par da scorza tu esca.
E tutta la vita è in noi fresca
aulente,
il cuor nel petto è come pèsca
intatta,
tra le pàlpebre gli occhi
son come polle tra l’erbe,
i denti negli alvèoli
son come mandorle acerbe.
E andiam di fratta in fratta,
or congiunti or disciolti
(e il verde vigor rude
ci allaccia i mallèoli
c’intrica i ginocchi)
chi sa dove, chi sa dove!
E piove su i nostri vólti
silvani,
piove su le nostre mani
ignude,
su i nostri vestimenti
leggieri,
su i freschi pensieri
che l’anima schiude
novella,
su la favola bella
che ieri
m’illuse, che oggi t’illude,
o Ermione.
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