miércoles, 19 de enero de 2022

elizabeth bishop / tres poemas













Un milagro para el desayuno

*

A las seis en punto ya esperábamos el café,
esperábamos el café y la migaja caritativa
que iban a servirnos desde cierto balcón
—como reyes antiguos, o como un milagro.
Todavía estaba oscuro: un pie del sol
se posó en una larga onda del río.

El primer ferry del día acababa de cruzar el río.
Con tanto frío, confiábamos en que el café
estuviera muy caliente —ya que el sol
no prometía ser tibio— y en que la migaja fuera
un pan para cada cual, con mantequilla, por milagro.
A las siete, un hombre salió del balcón.

Permaneció un minuto, solo, en el balcón
mirando hacia el río por encima de nuestras cabezas.
Un sirviente le alcanzó los elementos del milagro:
una simple taza de café y un panecillo
que él se puso a desmigajar —su cabeza
literalmente entre las nubes, junto al sol.

¿Estaba loco el hombre? ¿Qué cosas bajo el sol
intentaba hacer, allá arriba en su balcón?
Cada cual recibió una migaja, más bien dura,
que algunos arrojaron desdeñosos al río,
y en una taza una gota del café. Entre nosotros,
hubo quienes siguieron esperando el milagro.

Puedo contar lo que vi entonces. No fue un milagro.
Una hermosa mansión se alzaba al sol
y llegaba de sus puertas aroma a café caliente.
Al frente, un balcón barroco de yeso blanco,
guarnecido por pájaros de los que anidan junto al río
—lo vi pegando un ojo a la migaja— 

y corredores y aposentos de mármol. Mi migaja
mi mansión, hecha milagro para mí,
a través de los siglos, por insectos y pájaros y el río
que trabajó la piedra. Cada día a la hora
del desayuno, me siento al sol en mi balcón,
encaramo en él los pies y bebo litros de café.

Lamimos la migaja y tragamos el café.
Al otro lado del río, atrapó al sol una ventana
como si el milagro se hubiera equivocado de balcón. 

~

Paisaje marino

*

Este paisaje celestial, con garzas blancas que
    ascienden como ángeles
volando tan alto como quieren y hacia ambos lados
    tan lejos como quieren
en hileras y más hileras de inmaculados reflejos;
esta región entera, desde la más alta de las garzas
hasta la ingrávida isla de mangles, aquí abajo,
con sus brillantes hojas verdes nítidamente orladas
    de excrementos
de pájaros, como estampa iluminada sobre plata, y
    los arcos
tan sugestivamente góticos de las raíces del manglar
y los hermosos prados verde habichuela
donde a veces un pez salta como una flor silvestre
en un ornamental rocío de rocío;
este cartón de Rafael, para alguna papal tapicería,
se parece al paraíso.
Pero el faro esquelético que allí se alza,
de clerical vestido blanco y negro, siempre alerta,
piensa que él sabe la verdad de las cosas.
Piensa que el infierno hierve a sus pies acerados,
que por ello son tan cálidos los bajos de las aguas;
sabe que el paraíso es diferente.
El cielo no es como volar o nadar,
tiene algo que ver con la negrura, y una fiera mirada,
y cuando se ensombrezca, recordará el faro
algo bastante rudo que decir sobre el tema. 

~

Algunos sueños que ellos olvidaron

*

Los pájaros muertos cayeron sin que nadie
los hubiera visto volar o pudiera
imaginar desde dónde. Eran negros,
sus ojos estaban cerrados, y nadie
supo qué clase de pájaros eran. Pero todos
se apoderaron de ellos y miraron
hacia arriba, por el reciente y largamente
infundibilizado cielo.
También cayeron gotas oscuras. Se recogieron
en los canales del tejado, se congregaron
en los cielorrasos sobre los hechos de todos ellos;
toda la noche, gotiformas misteriosas,
colgaron sobre sus cabezas, se esparcieron
después entre sus dedos distraídos, rápidas
como el rocío hojas afuera.
Y ellos, ¿dónde habían visto
bayas silvestres tan perfectamente negras como éstas
y que brillaran igual al alba? Señuelos
de centro negro, en altas ramas, o debajo
de las hojas. Venenosas, pensaron
y las olvidaron o —¡recuerda!— comieron
de los sobrecargados árboles. ¿Qué flores
se encogen como semillas, como éstas o la aguileña?
Pero hacia las ocho o las nueve, los sueños
de todos ellos son inescrutables. 

***
Elizabeth Bishop (Worcester, 1911-Boston, 1979)
Versiones de Ulalume González de León

/

A Miracle for Breakfast

*

At six o'clock we were waiting for coffee,
waiting for coffee and the charitable crumb
that was going to be served from a certain balcony
--like kings of old, or like a miracle.
It was still dark. One foot of the sun
steadied itself on a long ripple in the river.

The first ferry of the day had just crossed the river.
It was so cold we hoped that the coffee
would be very hot, seeing that the sun
was not going to warm us; and that the crumb
would be a loaf each, buttered, by a miracle.
At seven a man stepped out on the balcony.

He stood for a minute alone on the balcony
looking over our heads toward the river.
A servant handed him the makings of a miracle,
consisting of one lone cup of coffee
and one roll, which he proceeded to crumb,
his head, so to speak, in the clouds--along with the sun.

Was the man crazy? What under the sun
was he trying to do, up there on his balcony!
Each man received one rather hard crumb,
which some flicked scornfully into the river,
and, in a cup, one drop of the coffee.
Some of us stood around, waiting for the miracle.

I can tell what I saw next; it was not a miracle.
A beautiful villa stood in the sun
and from its doors came the smell of hot coffee.
In front, a baroque white plaster balcony
added by birds, who nest along the river,
--I saw it with one eye close to the crumb--

and galleries and marble chambers. My crumb
my mansion, made for me by a miracle,
through ages, by insects, birds, and the river
working the stone. Every day, in the sun,
at breakfast time I sit on my balcony
with my feet up, and drink gallons of coffee.

We licked up the crumb and swallowed the coffee.
A window across the river caught the sun
as if the miracle were working, on the wrong balcony.

~

Seascape

*

This celestial seascape, with white herons got up as angels,
flying high as they want and as far as they want sidewise
in tiers and tiers of immaculate reflections;
the whole region, from the highest heron
down to the weightless mangrove island
with bright green leaves edged neatly with bird-droppings
like illumination in silver,
and down to the suggestively Gothic arches of the mangrove roots
and the beautiful pea-green back-pasture
where occasionally a fish jumps, like a wildflower
in an ornamental spray of spray;
this cartoon by Raphael for a tapestry for a Pope:
it does look like heaven.
But a skeletal lighthouse standing there
in black and white clerical dress,
who lives on his nerves, thinks he knows better.
He thinks that hell rages below his iron feet,
that that is why the shallow water is so warm,
and he knows that heaven is not like this.
Heaven is not like flying or swimming,
but has something to do with blackness and a strong glare
and when it gets dark he will remember something
strongly worded to say on the subject.

~

Some dreams they forgot

*

The dead birds fell, but no one had seen them fly,
or could guess from where. They were black, their eyes were shut,
and no one knew what kind of birds they were. But
all held them and looked up through the new far-funneled sky.
Also, dark drops fell. Night-collected on the eaves,
or congregated on the ceilings over their beds,
they hung, mysterious drop-shapes, all night over their heads,
now rolling off their careless fingers quick as dew off leaves.
Where had they seen wood-berries perfect as these,
shining just so in early morning? Dark-hearted decoys on
upper-bough or below-leaf. Had they thought poison
and left? or–remember–eaten them from the loaded trees?
What flowers shrink to seeds like these, like columbine?
But their dreams are all inscrutable by eight or nine.

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