Ceremonia funesta
*
El cuerpo no responde
a las voces de mando,
como un perro mutilado
ya desdeña las llamadas
los antiguos convites
a las funestas moradas,
se olvidó del punto
va extraviando señas
los códigos de las grutas
acumulando basuras
las servidumbres austeras
se diluyen en una esquina
el cuerpo no atiende llamadas
no estremece al ruido de la llave
no soporta
ninguna intromisión
se secó en un terraplén,
los restos a la vista
la memoria excava
del recuerdo los rastros
ávidamente chupa
de tan fausto los huesos,
de tan vitales ceremonias
en los tan secretos barcos
incluso lo poco que resta
todavía se mastica.
~
Campo de refugiados
*
Algunos no los veíamos hace años
hacían parte de nuestra más salubre
juventud
en el trabajo todavía había escape
en el amor todavía había peligro
banquetes celebraban extorsiones
compromisos sagrados derrumbaban
amores más indelebles
sucumbían a los aullidos
en los cotos
frente a la horda no había defesa
aquel virus joven no cedía
pisaba amenazas ignoraba llamadas
cualquier moderación nos parecía funesta.
(...) Los pocos resistentes engordaron
sufren del corazón beben cerveza
tienen la pasta zurrada de disgustos
otros se alistan en el sótano del comercio
merman en el polvo las colas movidas
a la cintura los cuchillos de la carnicería,
sabuesos escriben cosas irrisorias
mientras la tierra se torna combustible.
~
La adoración de los magos
*
Aquella noche a tres
fue como dibujar con soplete
en una chapa de hierro
un viento fósil, un vítreo monograma,
el rastro al exceder el vuelo de un chochín
cautivo flota en el vidrio de una jarra.
Suspendidos recorrían en la pulpa del vértigo
leguas sobre el abismo.
Pendientes del zinc de la mañana
Esperando el inicio
del siguiente espectáculo
dispersaron el semen
en las chimeneas de la noche leprosa.
En las azoteas de la lucha recorrieron
las danzas más funestas de la ternura.
En un combinar astuto de referencias
se abrieron los portales
y despidieron galopes penitentes
los animales libertados
de las tejidas mansiones.
El unicornio blanco depuso su cabeza
en los brazos de la señora,
compadecida dama,
y le tocó hilando sus lanas
entre las uñas cribadas por metralla.
Les siento el asedio,
en cada rodilla posan
una barbilla minada,
la barba ya creció desde la cena.
«Es la adoración de los magos» –murmullas tú–
quedando en el barranco los dedos imantados
mientras el tronco enviste
la piel recorrida por venosas nacientes.
Miro sobre un hombro
y sorprendo a la tiniebla
ofendida desviándose
entre los dedos de la puerta.
El noctívago galgo
devora la escuridad a ciegas en el recinto.
En breve la luz envuelve
de opalinas unciones las cabelleras.
Inminentes se dibujan las salidas,
el croissant en el plato, el café en el vaso,
el revestir la piel de otros trajes
la tragedia yazente en los horarios.
Aquella noche a tres se fue sin remedio.
~
Antilírica
*
Se baja la calle
en la esperanza de olvidar
el aullido de la manada,
la belleza que resta
nos acude a las heridas
ungüentos depone
en las zonas infectadas.
Querellas vicentinas,
empleos, sordidez,
«batidas» se declaran,
Se arriman poleas
a la crispación de los nervios,
la sombra de las noticias
atiza expedientes, afirma torniquetes.
Academia de las Ciencias,
el hierro trasplanta
un resto de harmonía,
argollas y linternas
a la sombra de desbastes.
Lisboa de las encomiendas
que reyes de cartón
invierten en los sirvientes
languidece en los ritmos
con cadenas a la muela
y empaña en la mirada
va moliendo salvado.
Parroquial,
los puños bajo el traje,
se exime al remordimiento
de haber desamparado
la tierra de Timor
Fátima Maldonado (Santo-Amaro Sousel, 1941)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez
/
Cerimónia funesta
*
O corpo não responde
às vozes de comando,
como um cão estropiado
já desdenha os apelos
os antigos convites
às funestas moradas,
esqueceu-se do ponto
vai olvidando senhas
os códigos das grutas
acumulando lixos
as servidões austeras
diluem-se num canto
o corpo não atende chamadas
não estremece ao ruído da chave
não suporta
qualquer intromissão
secou num aterro,
os restos à vista
a memória escava
da lembrança os rastos
avidamente suga
de tal fausto os ossos,
de tão vitais cerimónias
nos tão secretos barcos
mesmo o pouco que resta
ainda se mastiga.
~
Campo de refugiados
*
Alguns não os víamos há anos
faziam parte da nossa mais salubre
juventude
no trabalho ainda havia escape
no amor ainda havia perigo
banquetes celebravam extorsões
compromissos sagrados aluíam
amores mais indeléveis
sucumbiam aos uivos
nas coutadas
frente à horda não havia defesa
aquele vírus jovem não cedia
pisava ameaças ignorava apelos
qualquer moderação nos parecia funesta.
(...) Os poucos resistentes engordaram
sofrem do coração bebem cerveja
têm a pasta surrada de desgostos
outros alistam-se na cave do comércio
mirram no pó as caudas abanadas
à cintura as facas do açougue,
sabujos escrevem coisas irrisórias
enquanto a terra se torna combustível.
~
A adoração dos magos
*
Aquela noite a três
foi como desenhar a maçarico
numa chapa de ferro
um vento fóssil, um vítreo monograma,
o rasto ao exceder o voo de uma carriça
cativo flutua no vidro de uma jarra.
Suspensos percorriam na polpa da vertigem
léguas sobre o abismo.
Pendentes do zinco da manhã
à espera do início
do seguinte espectáculo
dispersaram o sémen
nas chaminés da noite leprosa.
Nos terraços da luta percorreram
as danças mais funestas da ternura.
Num combinar astuto de referências
abriram-se os portais
e despediram galopes penitentes
os animais libertos
das tecidas mansões.
O unicórnio branco depôs sua cabeça
nos braços da senhora,
compadecida dama,
e lhe tocou fiando suas lãs
entre as unhas crivadas por metralha.
Sinto-lhes o assédio,
em cada joelho poisam
um queixo armadilhado,
a barba já cresceu desde o jantar.
«É a adoração dos magos» –murmuras tu–
fincando na ravina os dedos imanados
enquanto o tronco investe
a pele percorrida por venosas nascentes.
Olho por sobre um ombro
e surpreendo a treva
ofendida esgueirar-se
entre os dedos da porta.
O noctívago galgo
devora a escuridão às cegas no recinto.
Em breve a luz envolve
de opalinas unções as cabeleiras.
Iminentes desenham-se as saídas,
o croissant no prato, o garoto no copo,
o revestir a pele doutros fatos
a tragédia jazente nos horários.
Aquela noite a três foi sem remédio.
~
Antilírica
*
Desce-se a rua
na esperança de esquecer
o uivo da matilha,
a beleza que resta
acorre-nos às feridas
unguentos depõe
nas zonas infectadas.
Querelas vicentinas,
empregos, sordidez,
«razias» declaram-se,
encostam-se polés
à crispação dos nervos,
a sombra das notícias
atiça expedientes, afirma torniquetes.
Academia das Ciências,
o ferro transplanta
um resto de harmonia,
argolas e lanternas
à sombra de desbastes.
Lisboa das comendas
que reis de papelão
investem nos serventes
elanguesce nos ritmos
com correntes à mó
e vasa no olhar
vai moendo farelo.
Paroquial,
os punhos sob a véstea,
exime-se ao remorso
de ter desamparado
a terra de Timor.
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