Los puentes inflamables
*
A punto de cruzar
ese puente del medio del camino
cuando vas eligiendo malgré toi
los llamados placeres sencillos de la vida
-sabiendo que, en el fondo, te eligen a ti ellos,
te suman a su séquito caduco-
simplificas el cálculo del mundo: hasta de la belleza
que presumías tan incalculable.
Y descubres que todo se reduce
a viajar de lo mucho a lo muy menos,
de lo poblado al viento del desierto,
del exceso a lo escaso,
a declinar palabras consabidas
o a declinar sin más, intransitivamente,
a cambiar los magníficos plurales
por un acorralado singular
enarbolando alguna resistencia…
Los puentes inflamables
del medio del camino de la vida.
~
La deconstrucción o el amor
*
Amar es destruir: es construir
el hueco del no-amor,
amueblar con milagros la pira trabajosa
echando al fuego lenguas, carne de ojos vencidos,
piel jubilosa, dulce, nucas saladas, hombros temblorosos,
incinerar silencios y comprobar la altísima
calidad combustible del lenguaje.
Hay estadios del cuerpo a cuerpo a cuerpo
que no alcanzaron nombre en el origen.
Y quién inventa hoy
vocablos para el quicio
fragante de una piel, nombres para los grados de tersura,
acidez o tibieza de un abrazo, quién justificaría
las palabras-tatuaje, las palabras tenaces como un piercing,
las palabras anfibias e ilegítimas.
El poeta ha dejado junto a cada palabra
lo que cada palabra le pidiera al oído:
derramarse indecible en otro cuerpo
o estallar en un verso como válvula.
El poeta, desnudo,
cuelga una percha en un árbol perdido
y las palabras van
al poema a vestirse.
~
Acuarela
*
Hay viajes que se suman al antiguo color de las pupilas.
Después de ver la isla de Calipso ¿es que acaso Odiseo
volvió a mirar igual? ¿No se fijó un color
como un extraño cúmulo de algas
en sus pupilas viejas? Lo mismo que en los pliegues
mínimos de la piel
se fosilizan besos y desdenes, así los ojos filtran
esa franja turquesa del mar que acuna islas,
medusas de amatista, blancura de navíos.
La piel es vertedero de memoria
lo mismo que el poema. Pero acaso unos ojos
extrañamente verdes de repente dibujen
empapados de luz
un boscoso archipiélago perdido.
Aurora Luque (Almería, 1962)
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