martes, 11 de octubre de 2022

hanni ossott / tres poemas










Todo se desmiembra, ninguna forma es capaz de sostenerse, ningún nombre. Vuelo irreversible hacia la sensación. Piel, trozos de piel. Dispersión. Dislocaciones. Y este sonido inmenso, retenido, denso y frágil.

Continuamente, puerta tras puerta: estancias, estallidos y abandonos. Pero nunca nada inmóvil. Y, continuamente, desaparecen una tras otra cada una de las nomenclaturas. Viento uniforme poseído por la gravedad de los colores. Ellos pesan o se vuelven imponderables. Color despojado de límites: uno en el otro: pasión inmersa en la pasión, sin saberse.

Apenas dormir, volverse escucha de estas fuerzas contrarias. Saberse dormido en la convivencia. Desaparece la tensión de un acto, desaparece también la violencia de rasgaduras en cualquier rostro. Lo uno en lo otro, sin pasado, sin proyectos. La muerte de todos señalada con alegría, a la espera.

Aquí el vocabulario ama lo que se despide porque se está en la retirada continua e inaplazable. Desde este léxico, se ha borrado toda forma que no sea el desplazamiento. Se ha neutralizado toda espera. Aquí nos fundimos en lo que siempre está por deshacerse. Hemos abandonado, a favor de la voluptuosidad, los planos desde donde se mira. Todas las formas de roce reunidas. En este lugar, temerosamente asido por anticipaciones, espacio sin referencias:

se nos duerme, se nos rige.

Cuerpos sumidos a las órdenes de un sitio breve, a disposición de la caída más o menos flexible, desde un árbol o desde cualquiera otra altura, poseídos acaso por el temblor de un fragmento de tierra (uno, que arbitrariamente supo escapar) o por la aparición repentina de un espacio más hondo, de mayores gravitaciones y frente a la presencia de extensas fuerzas, justo allí, pero no por mucho tiempo, porque otra forma contradictoria e imprevisible será capaz de tomarnos hacia su zona, sin mayores explicaciones…

Y aceptaremos.

La gravedad se suelta. Atravieso inmensos sembradíos. Otros están en otros lugares: rocas, paisajes, una ciudad o un rostro que nunca se supo hollar a tiempo. Sin embargo, hemos sido absueltos.

Cuerpos de sensación. Cuerpos de densación. Cielo e infierno eternamente resueltos y en la carne y en el pensamiento continuamente borrados.

Reiteradas tensiones de cuerdas de guitarra, reiterada vibración de sonido, sin pausa, abierto a la espera y al abandono, entre el asombro y el apaciguamiento.

Todo esto, esta capacidad de provocar disoluciones y asimilarlas, también está aquí.

Esta capacidad, detenida y en potencia, en nuestros sólidos cuerpos hechos de resurrecciones y desgarraduras.

Sí, pero no es igual, en los nuestros deja huellas, hiere. Allá se desconoce toda conciencia para ser solo recorrido son conocimiento. Memorandum arbitrario de sucesiones…

¿Dónde allá?

~

Y muero por lo vasto que cercena
como los dioses mueren por la nada y se levantan
contra ese soy que en extensión cubre

¿Lo signo, lo fijo, lo canto?
lo dilatado ineludible?
Lo canto, lo signo
porque también habita en mí el deseo de su posibilidad
en franca oposición a lo permanente
en rechazo al borde demasiado preciso
y a la costumbre de esta piel
en distancia de mi propio cuerpo
hacia la instauración de lo breve
por atracción a la ausencia
                                 erguido el canto en regreso al soy

~

La enfermedad

*

Una habitación oscurecida
                 .un padre casi de rodillas
                   .una hermana guiando de la mano
                   .sosteniendo, en silencio.
Extraños en torno
                    .y mi madre,
                           .yacente, frágil.
Vi sus pies
                   ..vi el movimiento suave de las sábanas
Vi el rostro volteándose
                    .a desgana de mi
                    .fatigado.
Ella ya no era mía, era de la enfermedad.
                    .Yo ya no era de ella.

En torno, el raro y sagrado silencio, ahuecándose, en ese cuarto;
                  .mi reverencia
                  .mi contención
                  .mi asombro
                  .mi espera
.                                    mi pena

Grises líneas sobre su rostro
                  ..yo no tuve palabras
                  ..no tuve hálito
Pensé quizás que hablándole reviviría.

Y después la soledad se acreció
                      .infinitamente
para entregar
                   .nubes, pájaros, el infinito, estrellas.

Por ese tiempo se empieza a escuchar
                   .desde lo solo.

Vi grietas en las paredes
                   .árboles altísimos, extraviados.

Y busqué,
                   .una cosa sólida
                   .un acabamiento
                   .una entereza
                       .un perfil concluso.

Mi ansía carecía de límites

Mi mano dibujaba en el aire vacío una forma.

Anhelaba poseer.
¿Qué?…

Se buscaba en todas partes
                    .en closets y baúles.

En un baúl hallé un sombrero
                   .rosado, de ala, de plumas
                   .bello, elegante.

Era su imagen.
                   .Luz por él me vino.

Me vi en los espejos, bailé
                   .bella por ella era
todos sus amores, todas sus pasiones
                   .sus viajes, sus locuras
                   .me había sido otorgadas…
                   .y no era ella
                   .era también otra
                   .la que inventé para mí.

Un día abrí una vieja puerta
desde mi pequeñez la vi alta, sagrada, secreta
dentro todo estaba oscuro
un olor unánime, raro, cundía
olores acumulados.
Tuve miedo.

Vi los trajes
los bellos y los cotidianos.
El bello era negro, de gasas, de lentejuelas.
El cotidiano de desdibujada flor
gris y rosado.

Su pasión me llegaba.

Y yo no tenía respuestas.
Todo distante.
Lejano. Inalcanzable.

Ningún traje era ya de mí, sino del moho.

***
Hanni Ossott (Caracas, 1946-2002)
Fotografía de Vasco Szinetar

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