Soy capaz de asesinar por abrir a mis codos
un espacio en el mesón de las tabernas,
donde bebo sólo por el placer de ver en cada nube
velas nuevas para mi barco.
La desolación es para mí la distancia que existe
entre lo que vivo y lo que sueño;
las semanas de espera entre uno y otro decomiso.
Estoy solo, es verdad. Pero la situación es menos triste
que vivir entre cacatúas y papagayos,
o dedicarme a contar las cabezas que ruedan
de uno a otro lado sobre la cubierta.
O quedarme pensando si vale la pena
tener hijos que no se pueden criar;
o si, dándoles de comer, no puedes explicarles
que la carta mayor es una estafa;
el catecismo un camino se sumisión;
y la honradez un cazabobos
que permite a los poderosos vivir a nuestra costa.
Clemente Riedemann (Valdivia, 1953)
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