Tuvo del lampo el brillo casto,
sus ojos dulzuras.
Buena como flor que repta por los campos
saturaba de amor la candidez del aire.
Vino a ser panacea de almas,
sus sonrisas agua de cristal de alboradas;
tenían sus hijos la fuerza de la yerba
y nobles como el Sol,
como él se acostaron un día
entre el arrebol de fauce herida...
Despertó para mi espíritu
cuando el pleamar sonaba a la distancia
y mi carne la tuvo aprisionada
para siempre con los cinco garfios
y las siete cañas musicales del cielo.
Pero se durmió en el Tiempo,
ala de rosa y pétalo de nube.
Amorosamente desde el cerro
ve pasar el cortejo de kirkis
y el llanto del pinkullo se pone azúcar
en su mirada que tano adormeció adorando.
Fue buena,
como es bueno el pan del pobre
y la hediondez sencilla de la cocina todos los días.
Pero se fue, se fue,
y el aire limpio para beberse,
la pampa alhajada de lágrima,
las canciones que escarban la tierra,
oro y esmeralda silvestre.
Nadie sabrá desde este día
su lindo olor de salvia...
Para cantar más largo sus querencias
todas las flautas del Ande
se van con ella llorando.
Gamaliel Churata (Puno, 1897-Lima, 1969)
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