Pero hemos de sumar el himno al himno,
el signo al signo, la muela a la muela
como el pan se gasta para atenuar
la vetustez del mundo. Ah decimos bien.
No hay expectativa que invente
la medida para esta bebida
entre hoz y hierba, entre la multitud y el desdén,
y, con todo, la vocación
bebe donde el mundo no quiere
ni ha predicho, porque bebe dios
y parte de su caos, esa parte
que escapa a la causalidad y a la profecía.
*
Y todas las cosas yaciendo sobre el pavor de la boca,
hoy finitas o nuestras, mañana paralelas al cordero
de dios, magníficas,
como sabemos soplar sobre estos leños mientras viejos,
todas estas cosas que llegan y no saben cómo partir,
como sabemos nosotros evitar el agriar de la leche,
ah todas estas fábulas incluso con la rama mojada
este pan o esta rama con su esperma,
tal como no sabemos cómo la cabeza tocará el polvo,
si al este, si al oeste, si lentamente o
despedazándose, rápida, sobre el pasado de Edipo,
y vimos los mismos días pero sin los mismos óbolos,
huyendo de techos malignos o de arenas viles,
y, porque vamos perdiendo este don de la tierra,
no hay mejor fidelidad en toda esta prueba
qua la que viene con la simple vehemencia,
la desdicha de quedarse con la boca de otro,
impasible entre dos llegadas,
mudando la piel de las rodillas
o dejando al sexo abrir
esa angustia divina, ese sarcófago bento.
Somos, por cierto, lo que esperan todas las cosas:
ni esto ni aquello, apenas las mejores tinieblas.
*
Hombre de poca fe, ¿por qué temes al peso de tus pasos?
Vamos por la vida arrastrando esas nociones
de nación, de cultura, de civilizaciones
- cosas extrañas, sin duda, a la índole del mundo,
De la fraternidad o de la naturaleza,
aunque cosas tal vez del orden de las cosas,
de las fábulas ordinarias,
pero ¿será que somos de esto o de aquello, que la verdad es esa,
que no escuchamos sino por dos oídos
y hay un país para la lectura
de nuestros mitos propios
y que el alma no enciende más que el madero recibido
las parábolas que el auxilio sugiere
y las devuelven, cuando dios muere, mejor árbitro do mundo?
*
Se sabe que los hombres son débiles, volubles,
que esta tierra es pequeña y molesta,
y el bien y el mal sólo son ese tedio de las Euménides,
porque, en realidad, los justos no se sublevan,
las musas son imperturbables
y no pode haber Sodomas y Gomorras indefinidamente,
porque el hombre mira y es Dios el que se hace estatua.
Tal, si nos interrogamos sobre el sentido del desvelo
o de la violencia, como él las dos mitades
de nuestro cuerpo separa, dando la mitad
a nuestras camas y la otra mitad distribuyendo
entre extraños como moneda pobre o hierba de Constantinopla,
el fondo tocamos de tal imprevisión y la abundancia
que la vida reduce a esa cuenta divina: la médula irreconocible,
la casa, la mujer y tal don de la inmaterialidad, del desciframiento.
Hombre de poca fe, ¿por qué temes al peso de tus pasos?
*
De la muerte nos quedó ese don de pensarla
como cosa suya, cosa por la que la pensamos
y acaso no la expresa, porque la
designamos.
Bizarro no es, pues, estar muerto, sino lograr
que el tiempo en si consigo no actúe,
y yerga la mano como quien sabe que la mano es
nuestra
y no expresa
lo que ambos expresan,
una, por mano, otro, por tiempo que
aprende,
expresan y juran alrededor de la mesa.
Para lo que ha sido el modo, la cualidad
de una infinita aparición
o lo que hay de exilio en el ejemplo que la
disemina,
deciden la tradición y la carencia
la especie de facilidad que rememoraremos.
Sobre todo, deciden cuando debemos
morir
para pagar
la legitimidad o lo que ha sido anomalía.
Porque de todo nos quedó ese donde no el sentir, de quedarse con él
sólo cuanto sea la cosa que no tuvimos.
La madurez o la alegoría que la tiene
de otra cosa, oh la madurez
no niega lo que tememos.
Lo que queríamos decir está ya muerto;
¿qué podríamos, pues, ahora
añadir a esa alegría?
De la condición de la muerte, lo que muere
es nuestro, y, más allá de él, de los bienes nuestros.
*
Y entonces subimos aquel gran río
y las puertas do Ródão, llamadas. Era en abril
dos días después de la nieve
y de la ciudad de las nevadas, en la sierra.
Y miramos los peñascos a la orilla del río,
los olivos, la pizarra, la cebada
las hierbas de los límites, y las colinas.
Y, junto a la vía férrea, los hombres del país
Nos miraban como si fuéramos nosotros
y no ellos los muertos de esta tierra,
hombres del miedo y del tiempo de la discordia
que llevan a la cima de las carreteras
la malicia que se les va pudriendo
los pies en este mundo y en tierras de otro.
¿Qué hacéis del mundo y de su llama imponderable, los hombres,
perdidos que estáis, hoy como ayer,
entre a casa y el umbral?
Y evocamos, una vez más, ese proverbio sessouto.
Y, en realidad, ¿por qué regresaremos,
tras tantos años, a este tema?
¿Será que la muerte nos enseñó
a mirar al hombre con pavoroso éxtasis?
*
Hay mucho pasado en el estar aquí con el tiempo,
Fin y reconocimiento, y no sufriendo nada más que el tiempo concede,
Fin de nuevo y reconocimiento de nuevo
Y todo es crimen, o crimen siempre, crimen o crimen,
Criminosisímamente crimen,
Cuando arriesgamos la intensidad, conmemorando.
Aumento y fiesta, o cilicio, y tiempo de caer y tiempo de seguir,
Tiempo de mal caer y tiempo de mal seguir,
Oh amamos tanto, amamos tanto estar aquí con el tiempo
Y sabiendo que hay en eso poco pasado.
Porque mayores que los designios de la vida
Son los designios de la medida y, divididos
En dos por ellos, con ellos yendo, si por ellos
Ganamos el tiempo, pedimos la forma más fácil
De indagar que vamos a morir y, un día, si
El tiempo fuese de elles y, la memoria, de otros,
Habremos de ser útiles como muertos hace mucho,
Sin que la causa, el delirio, la designación,
El juicio nuestra medida abandonen,
Dividida en dos por ellas, y ganando constancia.
Después, después haremos o hará el tiempo, a su vez,
Aquel blasfemísimo comentario,
Y entonces consta que amamos.
João Vário (Mindelo, 1937-2007)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez
/
Excertos Dos Exemplos
*
Mas hemos de acrescentar o hino ao hino,
o signo ao signo, a mó à mó
como o pão se gasta para atenuar
a vetustez do mundo. Ah dizemos bem.
Não há expectativa que invente
a medida para esta bebida
entre foice e erva, entre a multidão e o desdém,
e, contudo, a vocação
bebe onde o mundo não quer
nem predissera, porque bebe deus
e parte de seu caos, essa parte
que escapa à causalidade e à profecia.
*
E todas as coisas jazendo sobre o pavor da boca,
hoje finitas ou nossas, amanhã paralelas ao cordeiro
de deus, magníficas,
como sabemos soprar sobre estas achas enquanto velhas,
todas estas coisas que chegam e não sabem como partir,
como sabemos nós evitar o azedar do leite,
ah todas estas fábulas mesmo com o galo molhado
este pão ou este galho com o seu esperma,
tal como não sabemos como a cabeça tocará o pó,
se de leste, de oeste, se lentamente ou
despedaçando-se, rápida, sobre o passado de Édipo,
e vimos os mesmos dias mas sem os mesmos óbolos,
fugindo de tectos malignos ou de areias vis,
e, porque vamos perdendo este dom da terra,
não há melhor fidelidade em toda esta prova
qua a que vem com a simples veemência,
a desdita de ficar com a boca de outrem,
impassível entre duas chegadas,
mudando a pele dos joelhos
ou deixando o sexo abrir
essa angústia divina, esse sarcófago bento.
Somos, por certo, o que esperam as coisas todas:
nem isto nem aquilo, apenas as melhores trevas.
*
Homem de pouca fé, por que temes o peso dos teus passos?
Vamos pela vida arrastando essas noções
de nação, de cultura, de civilizações
- coisas estranhas, sem dúvida, à índole do mundo,
da fraternidade ou da natureza,
porém coisas talvez da ordem das coisas,
das fábulas ordinárias,
mas será que somos disto ou daquilo, que a verdade é essa,
que não escutamos senão de dois ouvidos
e há um país para a leitura
dos nossos mitos próprios
e que a alma não acende além do madeiro recebido
as parábolas que o auxílio sugere
e as volvem, quando deus morre, melhor árbitro do mundo?
*
Sabe-se que os homens são fracos, volúveis,
que esta terra é pequena e molesta,
e o bem e o mal apenas são esse tédio das euménides,
porque, em verdade, os justos não se revoltam,
as musas são imperturbáveis
e não pode haver Sodomas e Gomorras indefinidamente,
porque o homem olha e é Deus que se faz estátua.
Tal, se nos interrogamos sobre o sentido do desvelo
ou da violência, como ele as duas metades
do nosso corpo separa, dando metade
às nossas camas e a outra metade distribuindo
por estranhos como moeda pobre ou erva de Constantinopla,
o fundo tocamos de tal imprevidência e a abundância
que a vida reduz a essa conta divina: o âmago irreconhecível,
a casa, a mulher e tal dom da imaterialidade, da decifração.
Homem de pouca fé, por que temes o peso dos teus passos?
*
Da morte nos ficou esse dom de a pensarmos
como coisa sua, coisa por que a pensamos
e acaso não a exprime, porque a
designamos.
Bizarro não é, pois, estar morto, mas lograr
que o tempo em si consigo não aja,
e erga a mão como quem sabe que a mão é
nossa
e não exprime
o que ambos exprimem,
uma, por mão, outro, por tempo que
aprende,
exprimem e juram em redor da mesa.
Para o que há sido o modo, a qualidade
de uma infinita aparição
ou o que há de exílio no exemplo que a
dissemina,
decidem a tradição e a carência
a espécie de facilidade que rememoraremos.
Sobretudo, decidem quando devemos
morrer
para pagar
a legitimidade ou o que há sido anomalia.
Porque de tudo nos ficou esse donde não o sentir, de ficar com ele
só quanto seja a coisa que não tivemos.
A maturidade ou a alegoria que a tem
de outra coisa, oh a maturidade
não nega o que tememos.
O que queríamos dizer está já morto;
que poderíamos, pois, agora
acrescentar a essa alegria?
Da condição da morte, o que morre
é nosso, e, além dele, dos bens nossos.
*
E então subimos aquele grande rio
e as portas do Ródão, chamadas. Era em abril
dois dias depois da neve
e da cidade dos nevões, na serra.
E olhamos para os penhascos da beira-rio,
as oliveiras, o xisto, a cevada
as ervas de termo, e as colinas.
E, junto da via férrea, os homens do pais
miravam-nos como se fossemos nós
e não eles os mortos desta terra,
homens do medo e do tempo da discórdia
que trazem para o cimo das estradas
a malícia que vai apodrecendo
seus pés neste mundo e em terras de outrém.
Que fazeis do mundo e da sua chama imponderável, os homens,
perdidos que estais, hoje como ontem,
entre a casa e o limiar?
E evocamos, mais uma vez, esse provérbio sessouto.
E, na verdade, porque regressaremos,
após tantos anos, a este tema?
Será que a morte nos ensinou
a olhar para o homem com pavoroso êxtase?
*
Há muito passado no estar aqui com o tempo,
Fim e reconhecimento, e não sofrendo nada mais do que o tempo concede,
Fim de novo e reconhecimento de novo
E tudo é crime, ou crime sempre, crime ou crime,
Criminosissimamente crime,
Quando arriscamos a intensidade, comemorando.
Aumento e festa, ou cilício, e tempo de cair e tempo de seguir,
Tempo de mal cair e tempo de mal seguir,
Oh amamos tanto, amamos tanto estar aqui com o tempo
E sabendo que há nisso pouco passado.
Porque maiores que os desígnios da vida
São os desígnios da medida e, divididos
Em dois por eles, com eles indo, se por eles
Ganhamos o tempo, pedimos a forma mais fácil
De indagar que vamos morrer e, um dia, se
O tempo for deles e, a memória, de outros,
Havemos de ser úteis como mortos há muito,
Sem que a causa, o delírio, a designação,
O julgamento nossa medida abandonem,
Dividida em duas por elas, e ganhando constância.
Depois, depois faremos ou fará o tempo, por sua vez,
Aquele blasfemíssimo comentário,
E então consta que amámos.
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