Todos los días
*
Ya no se declara la guerra,
se prosigue. Lo inconcebible
se ha hecho cotidiano. El héroe
permanece alejado de los combatientes. El débil
ha avanzado hasta las zonas de fuego.
El uniforme de diario es la paciencia,
la condecoración, la mísera estrella
de la esperanza sobre el corazón.
Se concede
cuando ya no pasa nada,
cuando el fuego nutrido ha enmudecido,
cuando el enemigo se ha hecho invisible,
y la sombra del armamento eterno
oscurece el cielo.
Se concede
por abandonar las banderas,
por el valor ante el amigo,
por revelar secretos indignos
y desacatar
toda orden.
~
Vuelo nocturno
*
Nuestro campo es el cielo,
arado con el sudor de los motores,
frente a la noche,
bajo la intervención del sueño.
Soñado sobre calvarios y piras,
bajo el tejado del mundo, cuyas tejas
se ha llevado el viento -y ahora, lluvia, lluvia, lluvia
en nuestra casa y en los molinos
los ciegos vuelos de los murciélagos.
¿Quién vivía allí? ¿Quién tenía límpidas las manos?
¿Quién resplandecía en la noche,
fantasma a los fantasmas?
Al abrigo del plumaje de acero, interrogan
instrumentos el espacio, relojes y escalas,
la maleza de nubes, y roza el amor
el lenguaje olvidado de nuestro corazón:
corto y largo largo... Durante una hora
bate granizo el tímpano del oído,
que, desafecto a nosotros, escucha y distorsiona.
No ha desaparecido el sol ni la tierra,
solo se han movido como astros, irreconocibles.
Nos hemos remontado de un puerto
en que no cuenta el retorno,
ni la carga ni la pesca.
Las especias de la India y las sedas del Japón
les pertenecen a los comerciantes,
como los peces a las redes.
Pero se percibe un olor
que se anticipa a los cometas,
y el tejido del aire
desgarrado por el cometa caído.
Llámalo estado de los solitarios
en que se lleva a cabo el asombro.
Nada más.
Nos hemos remontado, y los conventos están vacíos
desde que toleramos, una orden, que no salva ni enseña.
Actuar no es asunto de los pilotos. Tienen la vista fija
en las bases y extendido sobre las rodillas
el mapa de un mundo al que nada hay que añadir.
¿Quién vive ahí abajo? ¿Quién llora...?
¿Quién pierde la llave de la casa?
¿Quién no encuentra su cama, quién duerme
sobre los umbrales? ¿Quién, cuando llega la mañana,
se atreve a interpretar la estela de plata: mirad, por encima de mí...?
Cuando el agua impulsa de nuevo la rueda del molino,
¿quién se atreve a recordar la noche?
Ingeborg Bachmann (Klagenfurt, 1926-Roma, 1973)
Versiones de Arturo Parada
/
Alle Tage
*
Der Krieg wird nicht mehr erklärt,
sondern fortgesetzt. Das Unerhörte
ist alltäglich geworden. Der Held
bleibt den Kämpfen fern. Der Schwache
ist in die Feuerzonen gerückt.
Die Uniform des Tages ist die Geduld,
die Auszeichnung der armselige Stern
der Hoffnung über dem Herzen.
Er wird verliehen,
wenn nichts mehr geschieht,
wenn das Trommelfeuer verstummt,
wenn der Feind unsichtbar geworden ist
und der Schatten ewiger Rüstung
den Himmel bedeckt.
Er wird verliehen
für die Flucht von den Fahnen,
für die Tapferkeit vor dem Freund,
für den Verrat unwürdiger Geheimnisse
und die Nichtachtung
jeglichen Befehls.
~
Nachtflug
*
Unser Acker ist der Himmel,
im Schweiß der Motoren bestellt,
angesichts der Nacht,
unter Einsatz des Traums -
geträumt auf Schädelstätten und Scheiterhaufen,
unter dem Dach der Welt, dessen Ziegel
der Wind forttrug – und nun Regen, Regen, Regen
in unserem Haus und in den Mühlen
die blinden Flüge der Fledermäuse.
Wer wohnte dort? Wessen Hände waren rein?
Wer leuchtete in der Nacht,
Gespenst den Gespenstern?
Im Stahlgefieder geborgen, verhören
Instrumente den Raum, Kontrolluhren und Skalen
das Wolkengesträuch, und es streift die Liebe
unsres Herzens vergessene Sprache:
kurz und lang lang... Für eine Stunde
rührt Hagel die Trommel des Ohrs,
das, uns abgeneigt, lauscht und verwindet.
Nicht untergegangen sind Sonne und Erde,
nur als Gestirne gewandert und nicht zu erkennen.
Wir sind aufgestiegen von einem Hafen,
wo Wiederkehr nicht zählt
und nicht Fracht und nicht Fang.
Indiens Gewürze und Seiden aus Japan
gehören den Händlern wie die Fische den Netzen.
Doch ein Geruch ist zu spüren,
vorlaufend den Kometen,
und das Gewebe der Luft,
von gefallnen Kometen zerrissen.
Nenn‘s den Status des Einsamen,
in dem sich das Staunen vollzieht.
Nichts weiter.
Wir sind aufgestiegen,
und die Klöster sind leer,
seit wir dulden, ein Orden, der nicht heilt und nicht lehrt.
Zu handeln ist nicht Sache der Piloten.
Sie haben Stützpunkte im Aug und auf den Knien ausgebreitet
die Landkarte einer Welt, der nichts hinzuzufügen ist.
Wer lebt dort unten? Wer weint...
Wer verliert den Schlüssel zum Haus?
Wer findet sein Bett nicht, wer schläft auf den Schwellen?
Wer, wenn der Morgen kommt,
wagt‘s den Silberstreifen zu deuten: seht, über mir...
Wenn das Wasser von neuem ins Mühlrad greift,
wer wagt‘s, sich der Nacht zu erinnern?
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