viernes, 3 de diciembre de 2021

dionisio cañas / seis poemas













Lágrimas de cristal

*

Los que lloran cuando todo el mundo baila,
los que bailan cuando todo el mundo reza,
los que conocen el ácido de la memoria,
los que han sido parte de la peor historia,
los que han sido el peor chiste de todos,
los que se ríen de sí mismos, los pesimistas,
los optimistas, los alegres invitados de la muerte,
los poetas.
Sólo una raza de lenguas cortadas
podría ya salvarlos, porque han hecho
del amor una leyenda, del dolor un espectáculo,
de la vida una baba de palabras…
Sólo la alegría podría ya salvarlos,
y el silencio de las piedras consolarlos,
porque no han estado nunca solos,
porque no han fracasado aún lo suficiente,
porque no han amado aún lo suficiente,
porque no han sabido ver en una lágrima
la ternura del mundo, la vida, la hermosura
del universo reflejada
en un grano de sal.

~

Oración en el bar de la rosa blanca

*

Madre, hemos visto el mundo y nos ha gustado,
hemos visto el mundo y nos ha dolido,
pero ahora queremos volver a tu vientre,
ahora queremos ahogarnos en tus aguas
para vernos morir desde dentro de ti.
Madre no dejes que las ratas nos ganen la carrera,
no dejes que la vida que tanto quisimos
se deshaga como burbuja de jabón,
no dejes que la luz tropical de los deseos
se apague para siempre en mi pequeño corazón.
Madre, yo sueño con un mundo de  máquinas solares,
un mundo donde desnudas se amen las edades,
un mundo donde el sabio hable con los burros,
donde la música de las gallinas sea tan hermosa
que en las salas de conciertos sólo se oiga su canción.
Madre, cuando llegue la ahora, si es que la hora llega,
preparemos una cena estupenda para esperar solitos
el fondo oscuro de no verse jamás. “Mi amo”,
ha dicho el perro, y la madre ha entendido que se aman
y juntos han bebido el vino de los domingos.
Santa Anarquía, el cielo no consuela, madre,
cuando cansados de tanto andar ya sólo queramos
ver los campos donde la luz reposa
sobre los cuerpos que nunca probaremos,
escucha mis  palabras, acepta esta oración.
“Tú no puedes morir”, nos dices, y nos dejas abandonados
en los brazos del mundo, asaltados por todos los miedos,
tentados por todas las alegrías, acariciados por un camello.
Madre recíbenos en tu seno, danos refugio dentro de ti,
apiádate de nosotros, acógenos en tu vientre para siempre,
antes de que las ratas nos ganen la carrera.

~

Un corazón abstracto me amenaza (paseando con Cioran)

*

Entonces,
cuando en la sangre llevaba más alcohol y más España,
me emborrachaba de oscuridad
y hacía de la noche el sol negro de todas mis mañanas.
Ahora,
el vinagre de la sangre me hace ser prudente
y los frutos de fúnebres cosechas
se venden a mi alrededor sin que yo levante un dedo.
Mejor llorar sobre las ruinas de los besos
que estar hundido en mi propio corazón.

~

En otro lugar del tiempo

*

Un hombre se lanza al vacío.
Su pasado ha dejado de existir.
Su presente es esta larga caída,
este sereno descenso hacia la muerte.
Todo ha quedado suspendido
como el soplo de una canción sin palabras.
Su teléfono móvil cae sonando con él:
una sórdida llamada de la vida.
Él ya no puede responder,
va bajando tiernamente hacia la muerte.
Un hombre va cayendo
hacia una llanura de cemento
donde miles de seres humanos
huyen como estrellas fugaces que quisieran
abandonar un universo en llamas,
un oscuro universo en el que Dios
se ha escondido avergonzado
de su propia creación.
Él alza los ojos hacia el cielo;
no hay respuesta posible.
Todo es de una serenidad sorprendente
y él sólo oye el silbido del aire que le roza la piel
mientras va descendiendo hacia su muerte.
“¿Qué hora será? ¿Dónde estarán mis hijos?”
Él no sospecha que sus preguntas
ya las hace desde otro lugar del tiempo,
otro lugar donde abrirá los ojos y verá un vacío
como vacío está ahora su propio corazón.

~

Isla nublar

*

La estrella se derrama como si empezáramos a amarnos. ¿Para qué amar más si ya hemos querido demasiado? Vuelven, los mismos otros, con su car­naza, con su cuerpazo, sin pasado, sin futuro, sólo presencia en un bar de pescadores, sólo cuerpos junto a un mar desconocido. El pescador ha tirado los dados negros sobre la mesa del tiempo. El juego es siempre el mismo: dados negros, piedras negras en una isla de verdor imposible. Hemos visto la lluvia, hemos visto el fuego, y las estrellas que chorreaban pintura de otro tiempo. ¿De qué cielo es esta nube inmensa que no la reconozco, esta corona de niebla que ahora cae sobre nuestros días, más allá de la isla? Un inocente taxista ha tomado el camino más largo hasta el lugar donde no está nuestra casa. Pero mi casa ¿dónde estará, dónde nuestros viejos libros, las tarjetas que nadie nos envió? ¿Y aquella triste ranchera que algún día alguien nos cantó, dónde? ¿Dónde están los mos­quitos, dónde las moscas impertinentes, las hormi­gas carnívoras, dónde todos los bichos molestos, dónde mi corazón de espuma de colchón, dónde estás amor que escupes amor? Mejor me marcho al lugar donde llegan las lluvias que traen todos los vientos.

Tendré que convertir en palabras toda esta florida basura del pasado. Y qué contar ahora sino que las estrellas gotean pintura de otro tiempo, que hue­len los políticos a ratas de ciudad, que los poetas cuentan su dinero y su vanidad. De qué hablar tú y yo cuando una raza de banqueros invade nues­tras vidas. No es que me importe nada, cerdo mío, sino que cuando te hablo creo que el pasado fue siempre peor. Sólo me importa, cerdo mío, esta humana atadura, este humano ardor, tu cuerpo y mi cuerpo haciendo guarrerías.

~

Los amores y los camiones chocan y llegan al olvido

*
 
Los amores y los camiones chocan y llegan al olvi­do. Ahora estoy botando la vaina, la fiebre y el cansancio. Una mujer vestida de blanco vende are­pas. En la calle de las flores alguien no tiene futu­ro. Gaviotas negras sobre la playa, peces devora­dos y el mar anunciando un día caluroso. Un caos de imágenes cuyo único orden es la vida, un pes­cador negro con una pierna cortada, una puta le agarra el paquete a un moreno. Tempranera es la luz, la gente-gente es tempranera. Es muy difícil hablar de las palmeras cuando el cielo es igual y el mundo no mejora. Pero ahí está el aire moviendo la hojarasca, el cielo oscurecido y el atardecer de mirada turística. Si todo se mueve con el ritmo de este bar — ranchera y salsa —, para qué preguntas en qué lugar naciste, en qué lugar dejarás de beber. Y te apresuras en la noche con tus destierros de alcohol. Hemos visto la vida tantas veces empe­queñecer bajo los amaneceres deslumbrantes del neón y bajo la miseria del abandono… Pero aún quedan alegrías y resacas, queda tu tatuaje en el pecho y la negación de la gimnasia. Te quiero porque eres gregario como mi corazón y como la tie­rra donde crecen las peores ortigas. Tu oreja es un caracol donde meter la lengua, donde oír el uni­verso con su vértigo hermoso. Los amores y los camiones chocan y llegan al olvido.

La bragueta se anuncia próspera, la noche incierta. Una cama y un ventilador, el olor del bar de un puerto cualquiera, y la dificultad de hablar de las palmeras, cuando el cielo es igual y el mundo no mejora, y es turístico el amanecer que nos traiciona, y tópica la búsqueda, borracho, de un pescador. Pero es verdad un cuerpo que se ofrece quemado por el sol, oxidado por la sal. Tempranera es la luz y la gente-gente es tempranera. Un hombre cojo, las palmeras, un cangrejo solitario vuelve al mar… Recomiendan el bar de un puerto abandonado tan lejano-lejano como tu misma infancia. Pero hay piel y escamas en los peces del deseo. El mundo y sus olores, la humildad del universo. El pasado es siempre un accidente, y el pescador de tiburones se pensó hecho pedazos mientras orinaba frente a ti para que tú lo vieras. La inocencia es a veces poca cosa, y la felicidad puede un día reducirse a beber con alguien una cerveza en la misma botella. Los amores y los camiones chocan y llegan al olvido.

El mundo ya no es hermoso a la manera… sino en su caos, en sus apariciones de cuerpos espejeantes en la mañana de este mar. ¿Qué habrá sido de ti, Francisco Narváez, de tu ilusión, de aquella finca en la costa, de los días en que salías a pescar tibu­rones? Era el mito del amor que volvía contigo como bestia marina hermosa y temible. Pero tú y yo girábamos en órbitas diferentes, y el centro era un vacío que decía: ¡Ya es tarde, muy tarde para los amores que chocan y llegan al olvido!

***
Dionisio Cañas (Tormelloso, 1949)
Fotografía de Juan Luis López Palacios

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