miércoles, 12 de mayo de 2021

aldo alcota / cinco prosas inéditas



¿Qué es una casa? ¿Me lo pueden decir?

El domicilio concentrado en una pared.

Un colchón es una puerta. Bolsas de supermercado en el ramaje de un pino. Ayer decían cosas. Hoy dicen paisaje. Nuevo argot en el vahído. La modulación acecha. Légamo con joroba sin mediodía. Hablan con la tos. Construyen una casa inclinada hacia una voz sin voz, hasta que caiga la noche. Otra vez. Sopor en el habla como un pretexto primigenio.

Recuerdan el pan, la mantequilla, el té, las galletas.

El suelo aletea.

La pared es una fuente donde flota un trozo de muselina.


~


La casa inclinada cuando no hablan. Afuera sale un gran diente caliente. Se imprime una frase sin  mayúscula en la pared. Hablan y hablan. Se transcribe una ondulación con polvo y se pega en la ventana. El sonido del desagüe se hace plegaria. Desvalija a la noche. Onomatopeyas peinan la brisa que se estrecha a cada rato con la pared. Ingratitud de otro recuerdo cuando miran el salero y la azucarera. La quietud disminuye.

Se mueve la pared exigiendo un nombre. Quiere que la identifiquen. Quiere que la piensen. Su ansiedad son conchas rozando la piel. Dicen agua. Se entiende poco. A miles de kilómetros un petardo. Es la señal del bautizo de la pared. La noche lo aconseja. Su lluvia imaginaria sin fin. Ya no hablan. Otra corteza de pan en la mente. 

¿Se acuerdan de la lancha sobre el techo de una casa? Esa misma, la que está inclinada ahora en la pared. Escozor al mirar la piedra que arroja la marea.

Postal antes de dormir.


~


Hablan. Más y más. Hablan a una pared que ya no los oye. Tienen la idea de ser héroes. Remezón en el escudo de la pared. Son un baile de faltas ortográficas y chillidos para divertir a los damnificados de la realidad. Bailan al golpe de sudor. Otro pasito. Hablan más o menos. La canción de la máscara andina. Otra vez con el pasito incorrecto. Pasos diminutivos en el espectáculo de polvo.

Imprecisas estrellas salen de sus talones.

Una vuelta. Uno. Dos. Tres. Se desmoronan las puertas y ventanas atadas a sus cuerpos. El silencio cae al plato y hay hambre. Es la cena de su propia cena. El pasito se queja. La libertad de tener una tarjeta de presentación que les haga mártires del baile sin ser vistos por nadie. Maestría de la translengua. Pared con pared. Entonces sigan adelante. Otro movimiento. Esperan sobras.

Otra vez el pasito con acento.

Comen y piensan en un megaterio.

Miden su boca.

Mínimo acto del paladar.


~


Dicen más cosas y no piensan. Dicen cosas a la deriva. Plena atadura en el no lugar. El monumento pared recién inaugurado. La falsa razón forzada en el espacio. La realidad concreta de la noche al cuadrado. La cortina cae. Coman. Digan monte Ararat. Llegaron a un terruño que a la vez es un sin lugar. Llegaron en un arca virtual con la lengua seca, con la fuerza de mil animales, hicieron un mapa y en vez de dibujar un monte gris realizaron con lápices pasteles una cordillera nevada y decidieron irse a los Andes, a caminar junto a un perro que encontraron al borde de un río.

Volvieron a Ararat que dejó de ser Los Andes.

Todo sucedió dentro del arca

pared hecha nave.

Nunca habían salido de allí.



El día se parte por la mitad y sale otro día más abominable.


~


Ondas de Love en la memoria.

¿Qué pretenden al sentarse en la acera de la cocina? Esperan que el acento sea una gaseosa para la sed. Figuraciones narrativas de recta bulimia.

La han subestimado pero la pared trata de escribir con sus espasmos una historia:

La novelita del viento y de los doce poetas amotinados en la casa neurona. Nubosidad parcial. Aire caliente en las entrañas de una sonrisa jupiteriana. El cernícalo devora cosas que crecen en las ojeras de un santón. Todos los apartamentos son bares y más bares a la vista de todos y sus bebedores se apoyan en la barra para aplastar cucarachas en verano. Todos sudados. Con la lengua seca y con pocas monedas. La moneda más bella es la que tiene el rostro de Dante. Dos euros sirven para comprar mucho pan y dárselo a los bebedores que no han probado bocado desde su aventura en el desierto. Día y noche caminan por la arena desparramada en las calles, traídas de un centro comercial. Todos juntos sacan la lengua. Nadie les quiere. Ellos son los doce poetas. Esperan en una calle X para observar la columna de la sed. Adoptan una sola voz y son un martillo de argonauta con el pie afuera de la ventanilla del tren. Rápido viaje a las afueras de la ciudad. Sin puertas ni ventanas. Todo se repite con anomalías. Horas que se caen de los abrigos, de las palabras que se rebelan en los pasaportes, de las vallas ensalivadas y conectadas a un gran cerebro inventado por doce reyes electrónicos. La telenovela de las plumas arrojadas al camino y todos vienen a mascar la piel de la evasión. Palabras de naufragio que explotan en las axilas de los sátrapas indolentes. Templos iluminados con velas. Los refugiados y los sin pasaporte esperan la llegada del cónsul del mar. Garabatean en las paredes un modo de saludo eficaz. Cómo llegar a todos los perímetros de la urbe mientras los barcos están en la playa, a la espera de doce exploradores que pronto zarparán a las Indias. Las filas de los doce poetas se desordenan. Cuanta leche cae en vasos de metal. Cuanto llanto y litros de sangre de casas embargadas. Una alpargata cae desde un barranco. Una antialpargata. Bienvenido el cónsul con sus tracas. Aviva un gran collar de perlas entre sus manos. Su pierna recibe puntadas de alfiler. Hay muchos que dominan el dolor de los huesos. Tratan de no pasar por el ensanche de las mentiras pero es inevitable. Obsidiana colgada arriba de los edificios. Banderas de metacrilato en la jungla. Estruendo tú y fuiste polvo en la penumbra de los galgos asesinados por no conseguir un billete de lotería en las montañas de cafeína. Adoración y doritos salen de vuestras bocas en doce grados sin las empanadas que siguen estando crudas. Van a las lagunas indianas pobladas de búfalos y especias en bolsas de colores. El aroma a trigo en los bares. Estornudos y un nudo ciego en el zapato. En la corbata. Y parafrasean una pena de vaso trizado y las bellotas están sobre la mesa, una tras una como planetas endemoniados sin orbita. Un anillo giratorio sin la respuesta que necesita el cónsul para zarpar a las antípodas acuáticas y olvidarse de los que ruegan un techo. Todas las clavadistas son diplomáticas acuáticas desde que nacen. Caen las persianas. Hay alguien que se levanta del pupitre y recita la biografía de su madre santa. Tulipanes en las azoteas y dentro de las bombillas sin aún encenderse porque todo está en la balsa del escepticismo. Marea de la memoria. Vuestro cónsul extremo es un despropósito. Una proa que agobia aves desorientadas de balnearios sin personas. Enjambre sísmico. Doce atletas aprenden a cortar verduras mientras se adentran los doce exploradores en un bosque lleno de nieve. Tijeras recién sacadas de un microondas encendido en la escena de la página doce. Un poema dice el cónsul del mar. Armario de gas. A muchos los arrojaron al mar. Elegía del Pacífico. Y la serie de los doce poetas continua en el próximo capítulo. Con avisos de automóviles y perfumes. Van a ganar los aparcamientos de champiñones asados sin una fecha exacta de nacimiento con olor a colonia. ¡Qué dices! Eres extraña forma. Ferias, ferias, ferias donde se venden glucosas, diferentes sabores y colores. Azúcar mientras se llora y se espera el tren como una ansiedad recién parida. Bienvenida extrañeza. 

***
Aldo Alcota (Santiago de Chile, 1976)

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