miércoles, 20 de mayo de 2020

francisco ruíz udiel / cinco poemas













Alguien muerde en mi voz

*

Cuando la vi abandonada
en las cañerías, mirando de un lado a otro
con demencia de búhos,
con tetillas escurridizas de traiciones
y con piernas enterradas en el fango,
supe entonces que buscaba
ensayar su hambre en mí,
alimentarse de cualquier
trozo viviente que no estuviera
infestado de rabia.

Puso en los míos sus ojos,
intentó ladrar,
no pudo,
entonces mi boca se quedó asestada,
ahogando el denso aire que respiran los ciegos
en el vacío.

~

Gesto desvanecido en la esquina de una estación

*

Esta estación no será más una estación,
quedará únicamente mi gesto desvanecido
en el polvo de alguna ventana,
si acaso hay ventanas,
si acaso decido en las estaciones
desamparar algún gesto.

Esperaré junto a las cabinas telefónicas
a que las horas se desvanezcan azules
en mi cigarrillo encendido
de mirada triste e inclinada,
me verán apretar la mandíbula
para masticar, como las aves
que emigran de una tierra a otra,
cualquier bocado de aire
sin saber qué les espera.

El aire se ha vuelto amargo
y aún no sé en qué otras estaciones
abordará mi soledad otro cuerpo.

~

Quiero morir en un poema

*

Quiero morir en un poema
y nunca levantarme,
dejarme caer en el cetro olvidado
del flanco de un pájaro
ser removido por el viento.
Nadie sabrá que he muerto,
me asfixiaré mil veces en el pulmón
que agoniza en tu pecho,
un cuerpo ahogado
cuando pases,
sin que lo sepas.

~

Ars poética

*

En una ciudad en cuyo centro
carece de luz un faro,
a la poesía le corresponde
imaginar el mar.

~

Lluvia

*

A Urania Prado

La lluvia cuando cae no sabe que será imagen de otros, gruta de silencio. Su lenguaje se asienta en la tierra y engendra figuras de lodo. Caminar es andar, adentrarse en el agua, ser unidad en la huella, pero ¿de quién es la huella?

Cae la lluvia, cae uno mismo bajo un chorro que se vuelve pozo, légamo. Negar el agua es negarse a uno mismo, negar su corona que se divide en pequeños imperios, golpe necesario, tránsito hacia otros dominios.

La humedad es su prolongación; es la forma de resguardarnos, bálsamo en la herida del elequeme, cuya flor cerrada es espada, anguila roja, penumbra de la caída; ¿será aquella frase “tocar fondo” la suspensión del agua? El fondo en sí, lo que nos dice —voz del interior, voz corpórea de la imaginación—, ¿hacia qué misterio descendemos para tocar? Y cuando tocamos el brillo cristalino, música de arena, escarcha de los vientos, ¿a quién iluminamos siendo agua que a ciegas toca?

La lluvia no se sabe; su senda es el aire. Su destino —dicen algunos— es el río, o el mar, dicen aquellos que contemplan los flecos de las naves.

Ver el agua nos llevaría años, entender incluso su geometría. Y la lluvia, palabra que empieza con dos líneas melancólicas que caen suicidas sobre nuestros ojos; líneas que se repiten cual red y cuya urdimbre construye, dibuja su claridad y nos devuelve al oblio: tiempo que todo lo arrastra. Es la lluvia en sí, insistencia de fantasmas, bridas sueltas, ritual perpetuo de las ánforas donde removemos los dolores asidos a la infancia.

Cuando nombramos la lluvia, sin embargo, nombramos su partitura, cuya tensión está en la mirada. Es la lluvia que, siendo ya no solitaria, cae sobre la sombra de uno y remueve el polvo de los incensarios. Inexorablemente, sin pensarlo, somos lluvia, agua; ¿no es acaso la primera palabra que aprendemos a invocar frente a la sed?

Llo-ver es la imagen doble de sí, del yo en el filo de la vida, es verse a uno mismo en la tristeza del agua.

***
Francisco Ruíz Udiel (Estelí, 1977-Managua, 2010)

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