Disecan flores en sus gabinetes
o cuentan pelos
o enumeran los nombres de mujeres
que amaron o quisieron amar
o hubieran amado de haberlo querido.
Se asoman a sus ventanas,
contemplan el mundo y se sonríen
porque la soledad es confortable
o lloran porque es melancólica
o maldicen porque si no
¿qué sentido tendrían sus vidas?
A menudo se emborrachan
con tabaco y aguardiente
y placeres sexuales y otros placeres
igualmente nerviosos o simplemente
con el aire de la primavera,
pero si alguien los pincha
revientan miserablemente
y entonces su melancolía es incurable.
A veces abren sus puertas,
salen a la calle, conversan con sus vecinos,
comprenden algunas verdades,
sufren y esperan
como todo el mundo,
y escriben unas líneas,
un libro o muchos libros
que el mundo recuerda
días, meses, años o siglos.
Washington Delgado (Cusco, 1927-Lima, 2003)
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