martes, 2 de enero de 2024

robert baca / una procesión de voces al interior del útero de la marianne o simples cartelazos desde la república de repúblicas










¿Es que ya nada se puede ante el arribo del ángel de alas irreversibles, Marianne?
Tus telarañas ahorcándose unas con otras a estos subterráneos
han mordido el corazón mecánico de la primera esfera.
Ansiedad de diluir
el fino látex que nos separa de todos los hemisferios celestes.
Amenguar la fatiga,
ese retazo fugaz donde desviamos la más ambiciosa de las sinapsis
hacia el cuerpo que se levanta diariamente en la madrugada
y transita por las arterias del mundo,
el cosmos irreductible de una mujer que abanica el otoño
va lamiéndose a sí mismo
en todas sus lenguas posibles y compactas
al interior de los túneles
para iluminarlos.
Marianne, en el Perú
los mitos de las cuevas ignoran y evitan estos epicentros babilónicos hoy en día,
estos rostros “verdaderos”
dictados por la órdenes virreinales de los lienzos allá por el S. XVIII
no son más que para ellos y nosotros mismos
esa estampa continuando el error ultísimo[1],
la depravación de una plebe y su nobleza repudiando la única verdad en el espejo embrionario,
esta enfermedad en conflicto que busca sin resultados un solo y estúpido rostro
en la más ruidosa de las envolturas.
Así
la mudez como probabilidad de las  representaciones:
Y de la mudez de la lluvia
Y de la mudez del arado
Y de la mudez de los telares
Y de la mudez de las carreras espaciales de los cóndores
Y de la mudez de las serpientes con las huellas dactilares evocando a los ancestros
Y de la mudez del río que se escapa del ande para desembocar en su tercera orilla
Y de la mudez de los sueños subversivos que  los espectadores van leyendo en las estrellas
Y de la mudez de la danza proverbial al interior de las fiestas dominadas por las vírgenes
Y de la mudez creciente de la gran maternidad de las maternidades que empolla el rostro de los niños alimentando con su teta la lactancia de los lenguajes
Siempre
sordos
siempre mudos siempre
Y de la mudez de las amansias que callaron el cortejo de sus ajenos y bastardos  hijos
Y de la mudez de las escrituras líticas que esperan la sangre desde los museos
Y de la mudez de los desiertos vigilando las rutas de los tatuajes para no enfurecer a las huacas
Y de la mudez del barroco sabor de la carne en la disposición del plato más rústico
Y de la mudez de la semana cíclica donde niños cimarrones les prenden fuego a los santos
Y de la mudez de la música atiborrada más allá del origen donde caen como astros las gotas de lluvia
Y de la mudez hueca de los indicios que van formando la eternidad de los relatos orales
Y de la mudez de los hipocampos surcando la piel de las mujeres que consagran la bienvenida de los perros  hacia los postes de las plazas públicas
Y de la mudez propia en la decoloración de los vegetales expuestos en los mercadillos ante la acuática señal de la policía
Y de la mudez de los naipes lanzados bajo el solitario atardecer de una cama
Y de la mudez de la infancia donde un padre se ha llevado en uno de sus  bolsillos el primer esbozo de una caricia y en el otro el más preciado de los alimentos
ha brotado
ligera y necesaria la noche,
haciendo emerger de cada sombra polen de luz
lenta y fílmicamente
sobre estos campos sembrados ya de guerras subterráneas
como si un rayo de sol concentrara su baba luminosa en la curvatura de una infinita damajuana
hasta hacer bullir este añejo y pateado licor del pasado que se avecina.

Marianne, desde aquí ya no puedo apagar
el inmenso interruptor de las ciudades para contemplar el cielo,
desde aquí el Perú no es más que una cobija
donde los ríos muerden sus metros cúbicos para obscurecer la densidad de los horarios
y  el caos
se parece a un fruto que revienta ante la cotidiana aparición de las civilizaciones
que no han entendido hasta hoy
el color de la noche en el primer arado,
la bifurcación de los mapas mentales que  imprimimos todos
ante la pesadilla de lo que pueda ya no ser,
un reino depositado entre las manos
donde estirar tu nombre no sea más que pedir
la ansiada limosna del níquel
o retrasar este sucio milagro ante las primeras iluminaciones
de la muerte.

[1] Adán, Martín. La mano desasida (1963)

***
Robert Baca (Arequipa, 1986)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario