La iglesia inconclusa
*
Varillas de fierro en lo alto de la torre
como a un junco el viento agita.
Ya falta poco para que el órgano oscuro del mar
quepa en la nave
y el sol del oleaje bendiga la última encofradura
aunque al final se ha de dejar las escaleras
y los andamios
en el sitio donde se los usaba
como un recuerdo especial de miles de hombres
humildes.
Luego vendrán los vidrieros.
Pero aún es la hora de la Cía. Constructora
los operarios todavía no se lavan
la mezcladora de concreto da su aporte de fe
cantan las máquinas
y la inmortal ejecución del plano perecedero
se ha detenido.
~
La cena mutante
*
Nos reunimos como cada año, puntualmente, para cenar
y poner en orden nuestras desavenencias.
La mesa dispuesta: todo el amor y el odio que nos tuvimos
en sus respectivas copas de licor.
Desde peñascos marinos fluyen hasta aquí distorsionadas baladas de amor
entonadas por un cantante con síndrome de down.
Ligeramente desconocidos; ella con el rostro maquillado de reciente felicidad,
yo con el rostro tatuado por antiguas tristezas.
Sin perder la elegancia. Hasta le tomo de la mano (helado por supuesto)
que no retira por delicadeza o indiferencia.
El aire agitado como por el respirar de caballos nerviosos presagiando el mal
tiempo.
Llueve en el corazón, en la ciudad de ayer, en la calle que nos vio pasar
juntos, alguna vez.
Ahora podríamos discutir, insultarnos con las fuerzas de las mareas,
con la inclemencia de las horas cantadas inútilmente.
Ni un cuervo o una rosa roja o un lejano beso en el cielo sin ira de los
recuerdos.
Solamente intercambio de papeles y fotos de niños que sonríen con dulzura
e inocente crueldad, desde una colina que mira al mar;
el mar que yo les enseñé a nombrar y que el viento del olvido riza
en tardes sin vehemencia.
rato de encontrar en ella, de todos modos, algún gesto escondido de ternura,
pero mira en otra dirección; y consulta el reloj.
Silencios como autopistas vacías. Nada queda ya por decir.
Le extiendo el cheque y la veo alejarse,
dejando la mesa servida y mi retrato ajándose a la velocidad de su ausencia.
Dante Lecca (Chimbote, 1957)
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