Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que aparta la piedra del camino, el odio entre los
corazones y las dificultades del problema.
Hay una alegría del ser sano y la de ser justo, pero hay,
sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.
Que no te llamen solamente los trabajos fáciles
¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito
con los grandes trabajos; hay pequeños servicios
que son buenos servicios: ordenar una mesa, ordenar
unos libros, peinar una niña.
Aquel que critica, éste es el que destruye, sé tú el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera
llamarse así: "El que Sirve".
Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos
pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?
Servir ¡Oh Dios...! Tú que estás en este sol cálido, en el fruto.
Tú que unes cosas y hombres; que me has puesto un corazón pronto al
sentimiento, oye mi voz: ¡Que no haya guerra, llantos y temores!
Aleja el mal del alma de los hombres.
Quiero servir con mi ruego a todos los que luchan
y a todos los que esperan.
¡Si mi cuerpo no está presente, mi alma está con ellos!
Te ofrezco mis ojos húmedos mirando el cielo...
Mi boca fresca repitiendo este ruego...
¡que es mi modo humilde y sincero de servir hoy y siempre...!
***
Gabriela Mistral (Vicuña, 1889-Nueva York, 1957)
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