viernes, 24 de marzo de 2023

francisca aguirre / cuatro poemas









El orden

*

Deberíamos hacer algo que no fuera morir,
pero a menudo se nos viene la muerte tan callando
que hasta pasado un tiempo no sabemos
que estamos habitando nuestro propio cadáver.
Si nos hubieran advertido,
si un gesto por lo menos nos hubiera indicado
la descomposición que nos poblaba,
tal vez hubiéramos luchado contra el lento enemigo.
Pero había un silencio como el orden,
un retirarse para volver luego,
un fluir de marea mesurada.
Nadie nos quiso dar la mala nueva,
nadie quiso advertirnos del desastre.
Tal vez porque la muerte me fue volviendo extraña
y las viejas palabras no bastaron
y sólo fue posible mirar, mirar cómo avanza la muerte.
Y ahora, del otro lado del silencio
yo contemplo también esa mirada,
ese ver que no pide sino asiste,
ese futuro sin futuro
y me pongo a llorar sobre la vida
diciéndome: Penélope,
deberíamos hacer algo que no fuera morir.

~

Ítaca

*

¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos descubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca.

~

Paisajes de papel

*

Aquella infancia fue más bien triste.
Ser niño en el cuarenta y dos parecía imposible.
Nuestra niñez era una mezcla de comprensión y aburrimiento.
Éramos serios y aburridos.
Recuerdo aquellas tardes; eran como el mundo era entonces:
sin resquicios y tristes.
Ven a mis pocos años observar con ahínco,
tras el cristal opaco, la calle larga y gris;
el sol estaba lejos y era lo único barato,
lo único que traía alegría sin exigirnos nada.
Veo a mi niña, adulta y consecuente
con un programa bien trazado:
crecer, crecer muy pronto, darse prisa
—ser niño era una carga demasiado pesada
para nosotros y para los grandes—.
Solo en verano el mundo parecía asequible,
durante tres o cuatro meses saltar, correr, era la vida.
Lo gris volvía siempre muy pronto.
Un día amanecimos lentas, crecidas,
llenas de miedo, de presente.
Buscábamos palabras en el diccionario
con el afán de comprenderlo todo:
necesitábamos hacer lenguaje.
Algunos nos miraron con asombro,
decían que éramos inteligentes.
Nosotras, durante los dolientes domingos
dibujábamos inseguros paisajes.
Durante mucho tiempo esas fueron todas mis excursiones.
Salir a un campo que no fuera pintados
suponía gastar unos zapatos.
Salir, salir, ese era el sueño,
abolir a las trenzas, inaugurar la barra de labios:
¡mi reino por un trabajo!
.
¿Cómo rendir ahora un homenaje a aquellos días?
¿Cómo añorarlos sin desconfianza?
Se arrugaron, igual que los paisajes de papel,
mientras crecíamos hacia este desconsuelo que hoy nos puebla.

~

Contradicciones

*

            ... las especies de la verdad son cosas difíciles de creer.
                                                                            Juan Carlos Mestre

La verdad no siempre ilumina.
A veces ciega quema con su luz implacable.
La verdad esa ratita presumida
la que delega en cierta certidumbre
para cicatrizar la herida que nos produjo otra verdad.
La infinita verdad
                            la insobornable certeza.
La persistente machacona verdad
                                                            esa que no da tregua
esa que brilla con luz propia
la luz inadmisible de lo cierto
la luz abrasadora de lo humano
el resplandor interminable de lo infame
de lo que nos asorda y ciega y descompone.

Piedad para tanta evidencia desdichada
                                                compasión y piedad para esta especie
que ama mata aterra y busca sin descanso
                                            una verdad que borre el caos que la guía
una verdad que nos defienda del terror
                                                    que nos hizo humanos y mortales.

***
Francisca Aguirre (Alicante, 1930-Madrid, 2019)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario