Un poema, a diferencia de
un ser vivo, no puede
percibirte y, al
percibirte, otorgarte
realidad. Si duerme
contigo, te corta.
Funciona a pocos
grados por debajo del
ambiente. Un poema de amor
no te ama. O
no necesariamente te ama.
Un poema de amor mira
hacia fuera. Fabrica
el amor con cuidado. Ahora último
me he preguntado acerca de la eficacia
de la poesía. Es como dudar
de un largo romance o del romance
en sí mismo, de su esencia.
Es temible dudar de
los fundamentos de tu vida.
También me he preguntado sobre
la pintura. ¿Qué distingue
a una buena o gran pintura,
pinturas que he amado, de
la ilustración? Ahora último todo
me parece ilustrativo,
como si el mundo entero
fuera una astuta metáfora.
Un joven pintor una vez
me advirtió que no llevara
un marco literario al arte visual.
Una advertencia sensata, creo.
Quizás lo que distingue
el arte de la ilustración
es su inutilidad. El arte,
inútil en su esencia,
pero no carente de valor. Y
¿cuál es la correlación
entre la pintura y la poesía?
¿Qué hace que un poema sea meramente
ilustrativo y lo que lo eleva
a un arte esencial,
es decir, a la inutilidad? Sé que
que estoy utilizando un lenguaje antiguo
aquí. "Meramente". "Eleva".
Estoy en una pieza anticuada,
sus accesorios, cubiertos de polvo
y elegantes. Muebles,
construidos a instancias de otra
época, de un principio de diseño
que antepone la belleza,
son delicados, como si se balancearan sobre las
telúricas patas de un potro. Tal vez vivir
dentro de un poema sea encerrarse
en una arquitectura construida sobre
teorías anticuadas de composición.
Es posible que haya una habitación o una casa
habitación o casa, o una estructura
en algún lugar para el que aún no tengo
el lenguaje. Una academia de silencios.
Una catedral de voces
en desacuerdo. Un espacio posthumano
llenado sólo con una especie
de mariposas desocultadas. Una catacumba
de moscas de racimo. Sea lo que sea,
será nuevo, se llenará
con sus propios absurdos desconcertantes,
y probablemente más allá de mí.
Este cuerpo no puede ser construido
para ello. El mío es el tipo
de cuerpo que arrastras
ciudad con una correa, con una
cadena. No lo amas,
pero es tuyo para luchar con él,
aunque comprima tu
alma. ¿Cuándo comenzó
a comprimir mi alma en vez de
liberarla? Muy pronto,
pero recuerdo que
cuando era el instrumento de mi alma,
era indistinguible de
mi alma. Podía sentarme en la entrada
y el mundo entero
entraba a raudales a través de
las estructuras de mis sentidos.
Quizás el cuerpo sea la metáfora
del alma. Quizás escapar de él
sea escapar de la economía
de servicios. Sea disolver la analogía.
Sea alcanzar la inutilidad.
***
Diane Seuss (Michigan City, 1956)
Versión de Nicolás López-Pérez
/
Against Poetry
*
A poem, unlike
a living being, cannot
perceive you and, in
perceiving you, grant you
reality. If it sleeps
with you, it cuts you.
It runs a few
degrees cooler than room
temperature. A love poem
does not love you. Or
does not necessarily love
you. A love poem faces
outward. It performs
love adequately. Lately,
I’ve wondered about poetry’s
efficacy. It’s like doubting
a long romance, or romance
itself, the essence of it.
Fearsome, to doubt
your life’s foundation.
I’ve also wondered about
painting. What distinguishes
a good or great painting,
paintings I’ve loved, from
illustration? Lately everything
seems illustrative to me,
as if the whole world
is a cunning metaphor.
A young painter once
cautioned me not to bring
a literary framework to visual art.
A sane admonition, I think.
Maybe what distinguishes
art from illustration
is its uselessness. Art,
useless at its core,
but not valueless. And
what is the correlation
between painting and poetry?
What makes a poem merely
illustrative and what elevates it
to an essential artfulness,
i.e., uselessness? I know
I am using the old language
here. “Merely.” “Elevates.”
I am in an antiquated room,
its fixtures, dust-covered
and ornate. Furniture,
built at the behest of another
era, from a principle of design
that forefronts beauty,
is delicate, as if balanced on a foal’s
trembling legs. Maybe to live
within a poem is to entrap oneself
in an architecture constructed upon
outmoded theories of composition.
It’s possible there is an undiscovered
room or house, or a structure
somewhere I don’t yet have
the language for. An academy of silences.
A cathedral of cross-purposed
voices. A posthuman spaciousness
filled only with a reemerged
species of butterflies. A catacomb
of cluster flies. Whatever it will be,
it will be new, filled
with its own mystifying absurdities,
and likely beyond me.
This body may not be built
for it. Mine is the kind
of body you drag around
town on a leash, with a choke
chain. You don’t love it,
but it’s yours to contend with,
though it compresses your
soul. When did it begin
to compress rather than
liberate my soul? Early,
but I do remember
when it was my soul’s instrument,
indistinguishable from
my soul. I could sit on the front
stoop and the whole world
came streaming in through
the structures of my senses.
Maybe the body is the soul’s
metaphor. Maybe to escape it
is to escape the service
economy. To dissolve analogy.
Attain uselessness.
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