Que el mundo es imposible. Que las calles no pueden cabernos en el pecho. Que nada cabe en el hueco que le está destinado y así nos van las cosas. Que las hojas de los árboles siguen cayendo y el mar sigue diciendo una palabra que no podemos descifrar: una palabra en movimiento, una palabra en la que cabe el tiempo. Que estamos hechos de tiempo, pero no de mar. Que llevamos la cuenta del tiempo que vivimos, mareados, como si pudiéramos llevar las cuentas del mar. Que contamos la lluvia de los días y los pasos tartamudos de las horas. Que hacemos balance de minucias. Que se nos caen las palabras de la boca, sin entenderlas, como la nieve se aturde en el asfalto. Que confundimos la nieve con la sal, los relojes con la sangre, el pecho con un garaje, y nos consolamos creyendo que todo es relativo, como este pronombre.
Guadalupe Grande (Madrid, 1965-2021)
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