Las luces naranjas se derriten al paso.
Esta tarde no cabe esa metafísica
negativa, equivocada, esa que busca
hacernos sentir menos miserables
cuando llorar es un verbo político.
Y llorar, a solas, con el volumen
de la música llevándose el exterior
a otra galaxia, a otro sistema solar.
Si estuviese seguro de la música
desearía que se transformara
en una realidad o tan solo proyectara
un paisaje tropical del Brasil.
Si estuviese seguro de la música
entonces sería un arrullo
anestesia para reproducir
cuantas veces sea necesario.
Y la seguridad llega con la forma
de una canción de amor
grabada en un platillo volador.
La música es ese objeto no identificado
descendiendo lento y leve
en los confines de mi habitación.
Hoy murió Gal Costa
y la tecnología la trae de regreso
como un holograma que canta para mí.
Y para millones, al mismo tiempo.
Quizás buscar un poco de serenidad
para llenar el vacío de la pérdida.
La música es ese mar bañando
besando la arena, la orilla
y volviendo al silencio, cadáver.
Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990)
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