Yo soy un amplio personaje:
albino lienzo de un paisaje
que el Todo unta en mi interior,
y cuya suavidad de raso,
chupa en la llaga del ocaso
el vino rancio del dolor.
Rabí Jeschona (mi maestro)
me dijo el santo “Padre Nuestro”,
pero también de él aprendí,
tocado de un amor profundo,
llorar a veces para el mundo
y reír siempre para mí.
Yo vivo una filosofía
toda contraste, anomalía,
pero que es muy original…
Yo fui beato mosaísta;
me consagré maniqueísta;
y caté el virus racional.
Bostezo frío escepticismo,
y tengo orgullo de mí mismo
porque me siento universal;
y encuentro que este vano orgullo,
empieza en chispa de cocuyo,
y acaba en lumbre de fanal.
Oculto cien remotas vidas
en mis cien lenguas, escondidas,
cual las de mítico dragón,
y cuando mueven su teclado,
yo permanezco ensimismado
sufriendo tanta confusión.
Entonces me imagino enorme…
Mas ¡ay! la falta de armonía
me empuja, unánime, a creer,
que es una enormidad deforme
la escandalosa algarabía
que canta dentro de mi ser.
Rijo la sonda de mi Ojo,
mezcla egoísmo, fiebre, antojo,
en mi honda personalidad,
y de mí mismo al extraerla,
sale borracha de una perla
de enbeodante claridad.
Perla divina, perla fina:
zarco suspiro de neblina,
lleno de Psiquis y ebria de
esencia vagamente antigua:
sándalo y ámbar… Gota ambigua
de caridad, ensueño y fe.
Entraño muchas cosas raras:
borrosamente, surgen caras
en mi simbólico Telar…
Dejo la magia de la Aguja,
y mi Ego, fosco, se arrebuja
en su vesania singular:
ora un entierro que negrea
por la calleja de una aldea,
bajo silencio de ataúd,
donde despliega la levita
una tiniebla de bendita
y filosófica actitud.
Ora un convento solitario,
dulce de miel de evangeliario
y tístico de soledad,
donde una pálida novicia,
suda el labio al caricia
de su ambagiosa enfermedad.
Un petimetre vulgarote…
ora un sublime don QUIJOTE,
niño en su estupidez pueril;
ora un don SANCHO, gordo y viejo,
en cuya panza arde el reflejo
de oro clásico y sutil.
Un sacerdote grave, austero;
que (ultra-humano pebetero)
gotea fragancias de perdón:
“De los pecados yo te libro”…
y entreabre, como un libro,
la inmensidad del corazón.
Un caballero muy galante,
dice bien y lleva un guante,
y luce flor en el ojal…
Tenorio audaz de mil amores,
que en la promesa de las flores
apaga el brillo del puñal.
Vergeles rubios y tranquilos,
enmelenados por los hilos
del jeroglífico estelar,
en donde cunde la apoteosis
láctea en insomnio y en coloris,
de anemia crónica y lunar.
Pasa el desfile de visiones,
ceremoniado de emociones
que erupta, opíparo, mi “yo”…
Se desconotorna la emotiva
virginidad de perspectiva…
y, el HOmbre en mí, resucitó…
Y otra vez hombre, rudo y feo
pira voraz en su deseo
de reventar contra el nivel
estoico y fijo de la vida…
La viad que es una bebida
de agua de azúcar y de hiel.
Yo anhelo el choque formidable
de lo invisible y lo palpable,
en el cannubio sepulcral:
quiero estrellar mi pobre nao,
y dinfundirme, como un vaho
dentro del Alma Universal.
Yo soy un amplio personaje:
albino lienzo de un paisaje
que el Todo unta en mi interior,
y cuya suavidad de raso,
chupa en la llaga del ocaso
el vino rancio del dolor.
Bostezo frío escepticismo,
y tengo orgullo de mí mismo
porque me siento universal;
y encuentro que este vano orgullo,
empieza en chispa de cocuyo,
y acaba en lumbre de fanal.
Luis Palés Matos (Guayama, 1898-San Juan, 1959)
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