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en mi país nos encontramos en una encrucijada: no sabemos si es la calle la que se parece a la cárcel o la cárcel la que se parece a la calle
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¿debería haberme llegado la hora?
había, perdón estaba habiendo o había habido, aun no sé si no hubiese sido porque no estaba, cuando debía haber estado, habiendo estado después y permanecido atónito por segundos que te parecen siglos o siglos que se te empequeñecen a segundos, allí donde antes estuvieron y donde debería haber estado, donde ahora no están aquellos que yo tenía que ver, pero no vi, ni creo volveré a ver, porque se los llevaron y yo no estaba, porque no llegué, más bien dicho llegué después, después de 15 minutos que se los habían llevado, 15 minutos después de la hora que habíamos quedado de acuerdo, 15 minutos, sólo 15 minutos después
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antonio arévalo yace en la superficie de mi escritorio fotocopiado varias veces -eres arévalo fotocopiado- me digo mientras te miro tú me dices que no bastan miles de fotos tuyas para alcanzar tu grandeza -eres nada más que un muerto- un poco de ceniza; ex-comida de gusanos, abono para el nuevo árbol -me digo para adentro- un muerto vivo entre esas fotos -rezongas calladamente- no ves, respondo, eres arévalo fotocopiado yaciendo, hecho imagen sobre la superficie de mi escritorio -soy uno, uno, gigantesco, inmortal, me respondes- mientras yo apago el cigarro en una de tus caras.
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Antonio Arévalo (Santiago de Chile, 1958) La terre di nessuno. Poesie. Roma: Ensemble, 2017.
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