Oda a la diferencia
*
Felizmente.
Somos todos diferentes. Tenemos todos
nuestro espacio propio de cositas
propias, como narices y manías,
bocas, sueños, ojos que ven cielos
en daltonismos propios. Felizmente.
Si no el mundo sería una pompa enorme
de jabón y todos nosotros ahí dentro
burbujeando, todos iguales en soplo:
pequeñas explosiones de cráteras iguales.
Así y felizmente somos todos
diferentes. Si no la terapia
en grupo sería un éxito y lo que es cierto
es que somos más felices explorando
solitarios nuestro propio espacio
de manías, de traumas, de uñas de los pies
invaloradas por nuestra cultura
(que allá en Oriente el pie es caso serio,
motivo sensual y exploratorio).
Empieza por ahí: el mundo dividido por atávicos ritmos
– y otras cosas menores como guerras
o hambre (Note Bien: la criatura
es escéptica y tiene un gusto pésimo,
pero vea
-se otros textos que redimen
en serio lo que aquí dice. Cf. por ex.
lo que quiera, pero deje a la criatura
regalarse por pensarse – pobrecita –
incómoda y sonora). Prueba evidente
de que somos diferentes, felizmente.
Empieza por ahí: en el mundo dividido – y sigue en razas y
raíces. Nosotros somos portugueses,
tan felices, con tanta historia detrás
y tantas hazañas, tantas cositas propias
de delicia: el mar que nos generó,
y todo lo demás, son pompas pequeñitas
de jabón certificando la diferencia
con nuestro hermano de al lado, ese infeliz
olor de recalques de tradiciones y lenguas,
paella y calamares. Tiene boca como
nosotros: no canta el fado. Tiene piernas como
nosotros: no baila el vira. Se contenta
– pobrecito – con flamencos llorados
y falanges doloridas. Somos todos
diferentes, felizmente (Note Bien:
[si su paciencia todavía no
huyó despavorida – es sin de,
pero ella insiste em respetar
el ritmo –]: esto que la criatura
repite y reafirma, de cuando en cuando,
no debe ser tomado con ligereza
como signo senil [¡aliteró!],
sino como tentativa suicida
de ofrecer unidad a lo que no lo tiene,
moralizar el texto poco a poco,
darle una idea igual, ser un mote
formal contrabalanceando la tal
prueba evidente. Que de diferencias
estamos todos llenos y esto
se pretendía una oda y no lo fue).
Felizmente.
~
Músicas
*
Me disculpo de los otros con el sueño de mi hija.
Y me acuesto a su lado,
la cabeza compartiendo almohada.
Los sonidos de los otros ahí fuera en sinfonía
son violines agudos bien tocados.
Soy yo la que me deshago de sus sonidos
y me trabajo en otros sonidos.
Bartók en relación al resto.
Mi hija dormida.
Súbitamente la sueño no en desencuentro como yo
De las cosas y de los sonidos, orgulloso
y dolorido Bartók.
Pero nunca como ellos,
bien tocada
por violines ciertos
~
En Creta, con el dinosaurio
*
Nunca he estado allí,
Pero me gustaría.
También sentarme a la mesa de café
relajada (mesa y yo)
y tener frente a mí
al dinosaurio.
Pata trazada sobre la roca,
aquella donde Teseo
no descubriera entrada de caverna.
Conversaríamos los dos, yo
en la silla, él
altamente herbívoro y escamoso,
ojo suave y muy social.
Después, ¡el hilo!
Que Ariadne había traído, poco solemne
y debajo del brazo.
Un hilo de seda o plomada o acero.
Y el dinosaurio,
de poco habituado (aun así)
a un tiempo tan nuestro,
preguntaría para qué era aquello.
"Para guiar a Teseo", era
la respuesta de Ariadne. Y después,
guiñando el ojo, todavía más suave
que el del monstruo escamado,
"O para confundirlo"
Convendrá referir en este momento
que Teseo: entretenido en el palacio
estudiando laberintos con el rey,
ignorante de todo.
En la roca, llena de algas suaves
de terciopelo,
abriría el dinosaurio en gesto amplio
las patas delanteras, aprobando
la idea.
Estábamos bien, los tres,
beborroteando tranquilos el café
servido por meteco
- perfumado.
Mientras en el palacio, el laberinto se hinchaba
y Teseo, ansioso por agradar al Rey,
quemaba, de frenético, nobles pestañas
griegas.
En el aire minoico, exhalaba
el perfume a naranjas,
y, entre varios cafés y tragos de retsina,
el dinosaurio masticaba tranquilo
cuatro quilos (a la vez) de
ciruelas secas y dulces
mandarinas,
narrando la noble paz
que había sucedido al caos:
no sabía si estrellas en cósmico viaje
de lluvia de brillantes,
o si glaciar pavoroso
reconcertando el ritmo de la Tierra,
o si sólo su tamaño – inmenso
y deshumano -
dando lugar al mito.
En laberinto
de muchos millones de años,
había llegado allí. Sin saber cómo.
"Y como el hilo que yo traigo
aquí, para Teseo", Ariadne
diría, "El de acero, seda, o plomada,
que conduce o confunde, conforme
la ocasión."
– ¡La traición!
Derivaría Ariadne, entonces,
hablando de Teseo: de la traición que,
creía ella,
le llevaría a abandonar
-allí en Naxos
y del compás incierto de lo que fuera
anterior a la traición.
Poseidón por las aguas relucía,
el destino de Minos y de Cnosos
todavía por marcar;
sólo el monstruo sabía como dioses y hombres:
comunes en odiar.
Sabía, pero callaba. Que silencio:
la virtud mayor
de saurio que se precie.
Y la conversación seria tan tranquila, tan amena,
que olvidaba Ariadne derivaciones
de mito,
juntándose a la retsina.
"Un brindis", propondría el dinosaurio,
en gesto social.
"Un brindis", repetiríamos nosotros (princesa
y yo).
Y el hilo de encaje fino volaría
cual pájaro prehistórico,
hasta el mar Egeo.
Pata tapando la boca de franjas
inocentes,
se limpiaría entonces el Dinosaurio los dientes...
(Y del palacio ya salió Teseo.
Mapa y espada en la mano.
Pero sin el hilo.)
~
Mal pienso, luego existo
*
Pienso que sí, que el verso
deseado es el que más resiste
al vendaval de la letra, que
el dolor más contiguo a todo
al que se insiste y vive
en el bolsillo del poeta.
Pienso que sí, que al meter
la mano en el bolsillo, sacando de él
el dolor en vez de caramelo,
canica de mil colores
o minúsculo
fósforo quebrado,
ese dirá también: Pienso que sí.
Que las cosas se repiten
infinitas en círculo de luna,
que mi dolor, no siendo
igual al tuyo, está contiguo
al bolsillo igual.
Así existo. Porque pienso
mal, ya que pensar que sí
en negación
es forma de negar
inevitable cuenta de hospital
tras enfermedad larga en habitación
a flores.
[Y aun así, a veces,
Bien en el fondo
del bolsillo:
cristalizado mundo.
Minúscula canica
de colores.]
Ana Luísa Amaral (Lisboa, 1956-Oporto, 2022)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez
/
Ode à diferença
*
Felizmente.
Somos todos diferentes. Temos todos
o nosso espaço próprio de coisinhas
próprias, como narizes e manias,
bocas, sonhos, olhos que vêem céus
em daltonismos próprios. Felizmente.
Se não o mundo era uma bola enorme
de sabão e nós todos lá dentro
a borbulhar, todos iguais em sopro:
pequenas explosões de crateras iguais.
Assim e felizmente somos todos
diferentes. Se não a terapia
em grupo era um sucesso e o que é certo
é sermos mais felizes a explorar
solitários o nosso próprio espaço
de manias, de traumas, de unhas dos pés
invaloradas pela nossa cultura
(que lá no Oriente o pé é o caso sério,
motivo sensual e explorativo).
Começa por aí: o mundo dividido por atávicos ritmos
– e outras coisas somenos como guerras
ou fomes (Note Bem: a criatura
é céptica e tem um gosto péssimo,
mas veja
-se outros textos que redimem
em sério o que aqui diz. Cf. por ex.
o que quiser, mas deixe a criatura
regalar-se por se pensar– coitada –
incómoda e sonora). Prova evidente
de que somos diferentes, felizmente.
Começa por aí: no mundo dividido – e continua em raças e
raízes. Nós somos portugueses,
tão felizes, com tanta história atrás
e tantos feitos, tantas coisinhas próprias
de delícia: o mar que nos gerou,
e o resto tudo, são bolas pequeninas
de sabão a atestar da diferença
do nosso irmão do lado, esse infeliz
cheio de recalques de tradições e línguas,
paella e calamares. Tem boca como
nós: não canta o fado. Tem pernas como
nós: não dança o vira. Contenta-se
– coitado – com flamencos chorados
e falanges doridas. Somos todos
diferentes, felizmente (Note Bem:
[se a sua paciência ainda não
fugiu despavorida – é sem dê,
mas ela insiste em respeitar
o ritmo –]: isto que a criatura
repete e reafirma, quando em quando,
não deve ser tomado em ligeireza
como sinal senil [aliterou!],
mas como tentativa suicida
de oferecer unidade ao que o não tem,
moralizar o texto a pouco e pouco,
dar-lhe uma ideia igual, ser um mote
formal a contrabalançar a tal
prova evidente. Que de diferenças
estamos todos cheios e isto
pretendia-se uma ode e não foi).
Felizmente.
~
Músicas
*
Desculpo-me dos outros com o sono da minha filha.
E deito-me a seu lado,
a cabeça em partilha de almofada.
Os sons dos outros lá fora em sinfonia
são violinos agudos bem tocados.
Eu é que me desfaço dos sons deles
e me trabalho noutros sons.
Bartók em relação ao resto.
A minha filha adormecida.
Subitamente sonho-a não em desencontro como eu
das coisas e dos sons, orgulhoso
e dorido Bartók.
Mas nunca como eles,
bem tocada
por violinos certos.
~
Em Creta, com o dinossauro
*
Nunca lá estive,
mas gostava.
Também de me sentar a mesa de café
descontraída (mesa e eu)
e ter à minha frente
o dinossauro.
Pata traçada sobre a rocha,
aquela onde Teseu
não descobrira entrada de caverna.
Conversaríamos os dois, eu
na cadeira, ele
altamente herbívoro e escamoso,
olho macio e muito social.
Depois, o fio!
Que Ariadne traria, pouco solene
e debaixo do braço.
Um fio de seda ou prumo ou aço.
E o dinossauro,
de pouco habituado (ainda assim)
a um tempo tão nosso,
perguntaria para que era aquilo.
"Para guiar Teseu", era
a resposta de Ariadne. E depois,
piscando o olho, ainda mais macio
que o do monstro escamado,
"Ou para o confundir"
Convirá referir neste momento
que Teseu: entretido no palácio
a estudar labirintos com o rei,
ignorante de tudo.
Na rocha, cheia de algas macias
de veludo,
abriria o dinossauro em gesto largo
as patas dianteiras, aprovando
a ideia.
Estávamos bem, os três,
beberricando calmos o café
servido por meteco
- bem cheiroso.
Enquanto no palácio, o labirinto inchava
e Teseu, ansioso por agradar ao Rei,
queimava, de frenético, nobres pestanas
gregas.
No ar minóico, rescendia
o perfume a laranjas,
e, entre vários cafés e golos de retsina,
o dinossauro mastigava calmo
quatro quilos (à vez) de
ameixas secas e doces
tangerinas,
narrando a nobre paz
que se seguira ao caos:
não sabia se estrelas em cósmica viagem
de chuva de brilhantes,
se glaciar medonho
reconcertando o ritmo da Terra,
se só o seu tamanho – imenso
e desumano -
a dar lugar ao mito.
Em labirinto
de muitos milhões de anos,
tinha chegado ali. Sem saber como.
"E como o fio que eu trago
aqui, para Teseu", Ariadne
diria, "O de aço, seda, ou prumo,
que conduz ou confunde, conforme
ocasião."
– A traição!
Derivaria Ariadne, então,
falando de Teseu: da traição que,
julgava ela,
o levaria a abandoná
-la em Naxos
e do compasso incerto do que fora
anterior à traição.
Poseidon pelas águas reluzia,
o destino de Minos e de Cnossos
ainda por marcar;
só o monstro sabia como deuses e homens:
comuns a odiar.
Sabia, mas calava. Que silêncio:
a virtude maior
de sáurio que se preza.
E a conversa seria tão calma, tão amena,
que esquecia Ariadne derivações
de mito,
juntando-se à retsina.
"Um brinde", proporia o dinossauro,
em gesto social.
"Um brinde", repetiríamos nós (princesa
e eu).
E o fio de renda fina voaria
qual pássaro pré-histórico,
até ao mar Egeu.
Pata a tapar a boca de franjas
inocentes,
palitaria então o Dinossauro os dentes...
(E do palácio já saiu Teseu.
Mapa e espada na mão.
Mas sem o fio.)
~
Mal penso, logo existo
*
Penso que sim, que o verso
desejado é o que mais resiste
ao vendaval da letra, que
a dor mais rente a tudo
a que se insiste e vive
no bolso do poeta.
Penso que sim, que ao pôr
a mão no bolso, de lá tirando
a dor em vez de rebuçado,
berlinde de mil cores
ou minúsculo
fósforo quebrado,
esse dirá também: Penso que sim.
Que as coisas se repetem
infinitas em círculo de lua,
que a minha dor, não sendo
igual à tua, é rente
a bolso igual.
Assim existo. Porque penso
mal, já que pensar que sim
em negação
é forma de negar
inevitável conta de hospital
após doença longa em quarto
a flores.
[E todavia, às vezes,
bem no fundo
do bolso:
cristalizado mundo.
Minúsculo berlinde
a cores.]
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