Ante el océano
bajo el acantilado
en el muro de granito
esas manos
abiertas
Azules
Y negras
Del azul del agua
Del negro de la noche
El hombre ha venido solo a la gruta
de cara al océano
Todas las manos poseen la misma dimensión
estaba solo
El hombre solo en la gruta ha mirado
en el ruido
en el ruido del mar
la inmensidad de las cosas
Y ha gritado
A ti, elegida, dotada de identidad, te amo
Esas manos
del azul del agua
del negro del cielo
Anodinas
Desmembradas sobre el granito gris
Para que se vean
Soy quien llama
Soy aquel que llamaba, que gritaba hace treinta mil años
Te amo
Grito que quiero amarte, te amo
Amaría a quien me escuchase gritar
En la tierra vacía permanecerán esas manos, en la pared de granito
frente al estruendo del océano
Insoportable
Ya nadie escuchará
Ni verá
Treinta mil años
Esas manos, negras
El reflejo de la luz sobre el mar hace temblar
la pared de piedra
Soy alguien soy aquel que llamaba que gritaba en aquella luz blanca
El deseo
la palabra no ha sido aún inventada
Miró la inmensidad de las cosas en el estruendo de las olas,
la inmensidad de su fuerza
y después gritó
Bajo sus pies los bosques de Europa,
sin fin
Se yergue él en el centro de piedra
de corredores
rutas de piedra
de todas partes
A tí, elegida, dotada de identidad,
te amo en un amor indefinido.
Había que descender el acantilado
vencer el miedo
El viento sopla desde el continente empuja
el océano
Las olas luchan contra el viento
Avanzan
contenidas por su fuerza
y pacientemente llegan
a la pared
Todo se destruye
Te amo más allá de tí
Amaría a quien escuchase que grito que te amo
Treinta mil años
Llamo
Llamo a quien me escuche
Deseo amarte te amo
Hace treinta mil años que grito ante al espectro blanco del mar
Soy aquel que gritaba que te amaba, a ti
***
Marguerite Duras (Saigón, 1914 - París, 1996)
Versión de Jacqueline Goldberg
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