I
He bebido tu luz
y ahora
mi sed de ti
es ya insaciable.
Me bebí tu amor
y es en mi sangre
tan ardiente
que esta hoguera
en mi piel
se adivina. Esta sed
esta hambre de ti
me flagela
hasta el aniquilamiento.
Por las tardes
cuando hiere tu ausencia
tiene mi nostalgia
el perfil de tu imagen
y al evocarte
placer y dolor se estrechan
largamente
hasta que de mis ojos
mana en lágrimas
mi deseo de abrazarte.
IV
En el momento
de amarnos
cabe un mundo.
Una sensación
de árbol redivivo
nos invade
y en la plenitud
de nuestros cuerpos
hay un ligero soplo
de eternidad.
VI
Dejaron su forma
original
tus labios
para tomar
la forma
de mi boca
y oh milagro
de pronto fuimos
dos ríos
penetrándose
uno a otro.
VII
Tu piel
constante abrigo
de mi piel
y mis desvelos
Tu piel
medida exacta
de mi desnudez.
Piel.
Sol de mediodía
maravilloso vestido
de tu cuerpo.
IX
Mi desnudez adherida
al desnudo muro
de tu pecho.
Ceñida por tus brazos
sobre mí te precipitas
como canción eterna.
Qué hoguera inefable
nuestros cuerpos.
Cómo te contemplo.
Cómo te sigo.
Inmersos uno en otro
giramos en círculo
de fuego
que no se detiene
y alucinada,
canto tu presencia
en el constante nacer
de tus palabras
que ondulantes
y altas
como olas nocturnas,
sobre mi pecho
restallan.
XII
Somos la razón
del universo.
Lo saben,
pero es bueno recordarle
al mundo
que aquí estamos
sólo para amarnos;
que quizá por eso
desde el principio
somos la pareja humana
amándose ya
desde la noche
de los tiempos.
Rosa María Peraza (Culiacán, 1943-2014). Selección de Silvia C. Navarro.
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