Ella es una puerta abierta a una ciudad donde habitan
animales hechos de sombra. Mientras ellos escarban,
dejan que los paseantes o turistas encuentren los
entierros secretos que hiciera la mujer ropero con aires
de gaucha mexicana (una hibridez inusual). La mujer
globo no existe.
Toda ella es un conjunto de gavetas, cajoncitos, escondrijos.
En el tuétano sagrado de sus interiores se vinculan,
entre mareas subterráneas y paredes de madera, sus
brazos de helio y sus ramificaciones. Ellos parecen
atrapar todo movimiento que ose cruzarse delante de
ella. ¿De qué está hecha?... De alguna madera traída de
cerca de Purmamarca. En su estómago rugoso guarda la
furia de su fundación. La mujer de arena es un dibujo
mal hecho.
Es tan grande y ancha como los cerros hambrientos de
señales de paz y concordia. La mujer pacífica es una
creación geométrica en la mente de un hombre gordo.
Pensábamos que era de Bolivia, pero luego supimos
que tenía más que ver con el norte de México y que se
había perdido en Junín de los Andes por algunos años
Ella ha intentado reconstruirse varias veces en una
clínica estética, y lo ha intentado con roble traído de
una meseta, de una altura hirviente que no se podría
conjugar con ánimos urbanos. La mujer sin tierra es
una leyenda para asustar niños malcriados.
Y en el colmo, su madera se transforma aparatosamente
en las noches, su inmensa cara y sus cicatrices
naturales, parte de las nervaduras que vienen con
ella de nacimiento, la hacen semejarse más a un ser
gigantesco y vertiginoso que emula la sequedad de
todos los misterios del norte de Pátzcuaro y de los andes
bolivianos. La mujer globo no existe.
Su color bronce, marrón. Su intensa balada de ballena
kilométrica que quisiera comerse el corazón de los
humanos pequeños y pedestres, quienes van a la playa
a gozar con sus cuerpos de carne y vísceras de hambre
común.
La mujer ropero es la mujer gendarme, la mujer de los gastos
exagerados en jabón y flores contra las supersticiones.
Dicen que se baña en té y gaseosa verde. La mujer de
arena ha sido soplada por el odio del viento.
De ella aprendo a amasar pan de papa y a hacer tamales de
chocolate blanco.
La mujer ropero fue sacada de la misma montaña
inamovible de la que nacen los milagros y los presagios
más desaventurados, pero también algunas bendiciones.
Es un cuerpo que rebalsa el lago más alto de México o
del mundo y que dicta con sus huesos gigantes: soy la
puerta al infinito.
De cada imagen fotografiada de la mujer ropero, sale una
nueva intención de la vida y las arañas que colmarán los
vericuetos andinos.
La mujer ropero guarda los cerros desde los bosques de
Bohemia hasta los mares helados del sur. En ella, la
puna, el icho y Reikiavik están bajo la misma llave.
A ella llegué cuando quedé tan enferma, de esa enfermedad
de la sangre que la volvía blanca, que ningún hada
madrina, hermana de las Valquirias, o princesas de
Iquitos, ni los elefantes a dieta del sur de India, ni los
lectores de novelas de amor hubieran podido curar. De
uno de sus cajones, la mujer ropero sacó color en forma
de niña y lo metió por la noche en mi vientre. La mujer
sin tierra posee los pies grandes y ecuestres del tamaño
del odio.
En quince meses, creó una niña que conocía todos los
misterios de las estrellas y los empleados bancarios.
La sola presencia de la niña curó la enfermedad de mi
sangre.
Ahora, mi única obligación con la mujer ropero es limpiar
sus gavetas una vez por año, aceitar sus bisagras,
preguntarle, casi susurrando, si aceptaría que le compre
líquido contra polillas o arrugas. Me ha pedido un
espejo grande para poder ver su propia estatura y su
color madera. Me ha pedido que en unos años, cuando
la niña que sacó de sus raíces haya crecido lo suficiente,
hagamos de sus cajones un atado de leña y vayamos a
Pátzcuaro a prender un fuego tan grande que todas las
mujeres ropero de su tierra puedan ver la infinita alegría
porque ha culminado el día y ella no se ha incendiado
en su tamaño. La mujer buena y santa del tamaño de
un globo no sabe bañarse en el mar.
Julia Wong (Chepén, 1965) La desmineralización de los árboles. Lima: Paracaídas Editores, 2014.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario