jueves, 5 de octubre de 2017

lawrence ferlinghetti / dos poemas













El poeta como pescador

*

A medida que envejezco
percibo que la vida
tiene la cola en la boca
y otros poetas y otros pintores
ya no encarnan para mí
ningún tipo de competencia
El cielo es el desafío
el cielo
que aún debe ser descifrado
ese alto cielo
ante el que caen agobiados
los astrónomos
con sus grandes orejas electrónicas
ese cielo
que nos susurra constante
los secretos finales del universo
el mismo que respira
hacia adentro hacia afuera 
como si fuera el interior de una boca
del cosmos
el mismo cielo
que es el borde de la tierra
y del mar también
el cielo
de voces múltiples y ningún dios
rodeando un océano de sonido
que devuelve ecos
como las olas
que estallan en el murallón
Poemas enteros
diccionarios completos
enrollándose
en la explosión de un trueno
Cada atardecer un cuadro instantáneo
cada nube un libro de sombras
a través de las que vuelan salvajes
las vocales de los pájaros
que llorarán repentinamente
Ese firmamento para el pescador
está despejado
a pesar de las nubes oscuras
Él lo observa
lo estima por lo que es:
el espejo del mar
a punto de precipitarse sobre él
en su bote de madera
al filo del horizonte oscuro
Nosotros lo imaginamos como un poeta
siempre cara a cara con la vieja realidad
donde los pájaros nunca vuelan
antes de la tormenta
No lo dudes
él sabe lo que caerá desde las alturas
antes de que amanezca
él es su propio vigía
en su embarcación
atento al sonido del universo
dando cuenta  de las visiones
de la tierra de lo viviente
con su voz poderosa

~~~

Pound en Spoleto

*

Entré en el palco del Teatro Melisso, la encantadora sala del Renacimiento, donde se hacían todos los días las lecturas de poesía y los conciertos de cámara en el Festival de Spoleto, y de repente vi a Ezra Pound por primera vez, inmóvil como una estatua de mandarín en el balcón de un palco al fondo del teatro, un nivel más alto que el resto de las plateas. Fue un shock, ver sólo a un llamativo anciano con una pose curiosa, delgado y de pelo largo, aquilino a los 80 años, con la cabeza inclinada extrañamente a un lado, perdida en una abstracción permanente. . . . Después de tres poetas más jóvenes en el escenario, estaba programado que él lea desde su palco, y allí estaba sentado con una vieja amiga (que sostenía sus papeles) esperando. Él miraba los nudillos de sus manos, moviéndolos muy poco, sin expresión. Sólo una vez, cuando todos los demás en el teatro lleno aplaudieron a alguien en el escenario, se levantó para aplaudir, sin levantar la vista, como estimulado por el sonido del vacío. . . . Después de casi una hora, llegó su turno. O después de una vida. . . . Todos en la sala se levantaron, giraron y miraron hacia atrás y vieron a Pound en su palco, aplaudiendo. El aplauso se prolongó y él trató de levantarse de su asiento. Un micrófono estaba parcialmente en camino. Se agarró de los brazos del asiento con sus manos huesudas y trató de levantarse. No pudo y lo intentó de nuevo y no pudo. Su vieja amiga no intentó ayudarlo. Finalmente ella puso un poema en su mano, y después de al menos un minuto surgió su voz. Primero se movió la mandíbula y luego surgió su voz, inaudible. Un joven italiano colocó el micrófono muy cerca de su rostro y allí lo sostuvo y la voz se sintió, frágil pero obstinada, más alta de lo que había esperado, fina, monótona y suave. La sala había quedado en silencio de golpe. Su voz me derribó, tan suave, tan frágil, tan obstinada todavía. Apoyé la cabeza en mis brazos sobre el borde del terciopelo del palco. Me sorprendió ver una sola lágrima caer sobre mi rodilla. La voz indomable y débil continuó. Salí ciego del palco, por la puerta trasera, hacia el corredor vacío del teatro donde las personas todavía estaban sentadas y vueltas hacia él, bajé y salí, a la luz del sol, llorando. . . .

        Por encima de la ciudad
                                                    junto al antiguo acueducto
                los castaños
                                                        todavía estaban en flor
            Pájaros mudos
                                volaban en el valle
                                                                        muy bajo
                    El sol brillaba
                                                    en los castaños
        y las hojas
                                            giraban en el sol
                        y giraban y giraban y giraban
                                    y seguirían girando
        Su voz
                                continuaba
                                                    y continuaba
                                                        a través de las hojas…

***
Lawrence Ferlinghetti (Nueva York, 1919)
Versiones de Esteban Moore y Juan Arabia, respectivamente

/

Poet as Fisherman

*

As I grow older I percieve
Life has its tail in its mouth
and other poets other painters
are no longer any kind of competition
Its the sky that's the challenge
the sky that still needs deciphering
even as astronomers strain to hear it
with their huge electric ears
the sky that whispers to us constantly
the final secrets of the universe
the sky that breathes in and out
as if it were the inside of a mouth
of the cosmos
the sky that is the land's edge also
and the sea's edge also
the sky with its many voices and no god
the sky that engulfs a sea of sound
and echoes it back to us
as in a wave against a seawall
Whole poems whole dictionaries
rolled up in a thunderclap
And every sunset an action painting
and every cloud a book of shadows
through which wildly fly
the vowels of birds about to cry
And the sky is clear to the fisherman
even if overcast
He sees it for what it is :
a mirror of the sea
about to fall on him
in his wood boat on the dark horizon
We have to think of him as the poet
forever face to face with old reality
where no birds fly before a storm
And he knows what's coming down
before the dawn
and he's his own best lookout
listening for the sound of the universe
and singing out his sightings
of the land of the living.

~~~

Pound at Spoleto

*

I walked into the loge of the Teatro Melisso, the lovely Renaissance salle, where the poetry readings and the chamber concerts were held every day of the Spoleto Festival, and suddenly saw Ezra Pound for the first time, still as a mandarin statue in a box in a balcony at the back of the theatre, one tier up from the other stalls. It was a shock, seeing only a striking old man in a curious pose, thin and long haired, aquiline at 80, head tilted strangely to one side, lost in permanent abstraction. . . . After three younger poets on stage, he was scheduled to read from his box, and there he sat with an old friend, who held his papers, waiting. He regarded the knuckles of his hands, moving them very little, expressionless. Only once, when everyone else in the full theatre applauded someone on stage, did he rouse himself to clap, without looking up, as if stimulated by the sound of the void. . . . After almost an hour, his turn came. Or after a life. . . . Everyone in the hall rose, turned and looked back up at Pound in his booth, applauding. The applause was prolonged and he tried to rise from his armchair. A microphone was partly in the way. He grasped the arms of the chair with his bony hands and tried to rise. He could not and he tried again and could not. His old friend did not try and help him. Finally she put a poem in his hand, and after at least a minute his voice came out. First the jaw moved and then the voice came out, inaudible. A young Italian man pulled up the mic very close to his face and held it there and the voice came over, frail but stubborn, higher than I had expected, a thin, soft monotone. The hall had gone silent at a stroke. The voice knocked me down, so soft, so thin, so frail, so stubborn still. I put my head on my arms on the velvet sill of the box. I was surprised to see a single tear drop on my knee. The thin, indomitable voice went on. I went blind from the box, through the back door, into the empty corridor of the theatre where people sat turned to him, went down and out, into the sunlight, weeping. . . .

        Up above the town
                                                by the ancient aqueduct
                the chestnut trees
                                                    were still in bloom
            Mute birds
                                flew in the valley
                                                                far below
                The sun shone
                                            on the chestnut trees
        and the leaves
                                        turned in the sun
                    and turned and turned and turned
                                And would continue turning
            His voice
                            went on
                                        and on

                                                    through the leaves…

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