domingo, 13 de agosto de 2023

louise glück / epílogo











Leyendo lo que acabo de escribir, ahora creo que
que me detuve precipitadamente, por lo que mi historia parece haber sido
ligeramente distorsionada, terminando, como lo hizo, no abruptamente
sino en una especie de niebla artificial del tipo
que se echa en los escenarios para facilitar los cambios de decorado.

¿Por qué me detuve? ¿Algún instinto
discernió una forma, el artista que hay en mí
interviniendo para detener el tráfico, por así decirlo?

Una forma. O el destino, como dicen los poetas,
intuido en esas pocas horas de hace mucho tiempo.

Eso debí pensar una vez.
Y sin embargo, no me gusta el término
que me parece una muletilla, una fase,
la adolescencia de la mente, tal vez.

Aún así, era un término que yo mismo empleaba,
con frecuencia para explicar mis fracasos.
La suerte, el destino, cuyos designios y advertencias
ahora me parecen simplemente
simetrías locales, metonimias
dentro de una inmensa confusión.

Caos era lo que veía.
Mi pincel se congeló, no podía pintarlo.

Oscuridad, silencio: esa era la sensación.

¿Cómo lo llamamos entonces?
Una "crisis de visión" correspondiente, creía yo,
al árbol al que se enfrentaron mis padres,

pero mientras ellos se veían forzados
hacia el obstáculo,
yo retrocedí o huí.

La niebla cubría el escenario (mi vida).
Los personajes iban y venían, los trajes cambiaban,
la mano de mi pincel se movía de lado a lado
lejos del lienzo,
de lado a lado, como un limpiaparabrisas.

Seguramente esto era el desierto, la noche oscura.
(En realidad, una calle abarrotada de Londres,
los turistas ondean sus mapas de colores).

Uno pronuncia una palabra: yo.
De esta corriente
las grandes formas.

Respiré hondo. Y vino a mí
que la persona que respiraba
no era la persona de mi historia, su mano infantil
empuñando confiada el crayón.

¿Había sido yo esa persona? Un niño, pero también
un explorador para quien el camino se despeja de repente, para quien
la vegetación se abre.

Y más allá, ya no oculta a la vista, esa exaltada
soledad que tal vez experimentó Kant
en su camino a los puentes.
(Compartimos un cumpleaños.)

Afuera, las calles festivas
estaban llenas, a finales de enero, de luces navideñas desgastadas.
Una mujer apoyada en el hombro de su amante
cantando Jacques Brel en su fino soprano.

Bravo, la puerta está cerrada.
Ahora nada escapa, nada entra.

Yo no me había movido. Sentía el desierto
extendiéndose hacia delante, extendiéndose (ahora parece)
en todos los lados, cambiando mientras hablo,

de modo que yo estaba constantemente
cara a cara con el vacío, ese
hijastro de lo sublime,

que, por lo visto,
ha sido tanto mi tema como mi soporte.

¿Qué habría dicho mi gemelo, si mis pensamientos
le hubieran llegado?

Tal vez habría dicho
que en mi caso no había obstáculo (por el bien del argumento)
después de lo cual me habría
remitido a la religión, el cementerio donde
se responde a las cuestiones de fe.

La niebla se había disipado. Los lienzos vacíos
estaban vueltos hacia dentro, contra la pared.

El gatito está muerto (así rezaba la canción).

¿Seré resucitado de la muerte?, pregunta el espíritu.
Y el sol dice que sí.
Y el desierto responde
tu voz es arena esparcida por el viento.

***
Louise Glück (Nueva York, 1943)
Versión de Nicolás López-Pérez

/

Afterword

*

Reading what I have just written, I now believe
I stopped precipitously, so that my story seems to have been
slightly distorted, ending, as it did, not abruptly
but in a kind of artificial mist of the sort
sprayed onto stages to allow for difficult set changes.

Why did I stop? Did some instinct
discern a shape, the artist in me
intervening to stop traffic, as it were?

A shape. Or fate, as the poets say,
intuited in those few long ago hours—

I must have thought so once.
And yet I dislike the term
which seems to me a crutch, a phase,
the adolescence of the mind, perhaps—

Still, it was a term I used myself,
frequently to explain my failures.
Fate, destiny, whose designs and warnings
now seem to me simply
local symmetries, metonymic
baubles within immense confusion—

Chaos was what I saw.
My brush froze—I could not paint it.

Darkness, silence: that was the feeling.

What did we call it then?
A “crisis of vision” corresponding, I believed,
to the tree that confronted my parents,

but whereas they were forced
forward into the obstacle,
I retreated or fled—

Mist covered the stage (my life).
Characters came and went, costumes were changed,
my brush hand moved side to side
far from the canvas,
side to side, like a windshield wiper.

Surely this was the desert, the dark night.
(In reality, a crowded street in London,
the tourists waving their colored maps.)

One speaks a word: I.
Out of this stream
the great forms—

I took a deep breath. And it came to me
the person who drew that breath
was not the person in my story, his childish hand
confidently wielding the crayon—

Had I been that person? A child but also
an explorer to whom the path is suddenly clear, for whom
the vegetation parts—

And beyond, no longer screened from view, that exalted
solitude Kant perhaps experienced
on his way to the bridges—
(We share a birthday.)

Outside, the festive streets
were strung, in late January, with exhausted Christmas lights.
A woman leaned against her lover’s shoulder
singing Jacques Brel in her thin soprano—

Bravo! the door is shut.
Now nothing escapes, nothing enters—

I hadn’t moved. I felt the desert
stretching ahead, stretching (it now seems)
on all sides, shifting as I speak,

so that I was constantly
face to face with blankness, that
stepchild of the sublime,

which, it turns out,
has been both my subject and my medium.

What would my twin have said, had my thoughts
reached him?

Perhaps he would have said
in my case there was no obstacle (for the sake of argument)
after which I would have been
referred to religion, the cemetery where
questions of faith are answered.

The mist had cleared. The empty canvases
were turned inward against the wall.

The little cat is dead (so the song went).

Shall I be raised from death, the spirit asks.
And the sun says yes.
And the desert answers
your voice is sand scattered in wind.

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